Hablar de políticas públicas es hablar de decisiones políticas y las decisiones políticas tocan e impactan. De ahí la importancia de que siempre impacten positivamente.

«Si no hay comida cuando se tiene hambre… la democracia es una cáscara vacía» | Imagen: The Photographer, vía Wikicommons

«Si no hay comida cuando se tiene hambre… la democracia es una cáscara vacía» | Imagen: The Photographer, vía Wikicommons

Bertolt Brecht decía: «El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los frijoles, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios dependen de decisiones políticas».

Por eso me parece de gran importancia el análisis que hace el Dr. José Emilio Graglia en su libro Políticas públicas: 12 retos del siglo 21. Sin lugar a duda este material se constituye o se debería de constituir en un documento de consulta no solamente para los gestores de políticas públicas, sino también para las organizaciones de la sociedad civil y de la sociedad en sentido general que demandan mayor transparencia y que el manejo de los recursos públicos siempre se haga sobre la base del bien común.

Las políticas públicas tienen que ver con el acceso de las personas a bienes y servicios. Consisten, precisamente, en reglas y acciones que tienen como objetivo resolver y dar respuestas a la multiplicidad de necesidades, intereses y preferencias de grupos y personas de una sociedad.

La política, como señala Luis Aguilar Villanueva, es entonces un resultado de enfrentamientos y compromisos, de competiciones y coaliciones de conflictos y transacciones convenientes. En este contexto es que, entre los desafíos que los Estados se plantean para el siglo XXI, tiene que ser una decisión gestionar políticas públicas que realmente contribuyan con la superación de la pobreza y las desigualdades sociales. No es casual que América Latina sea la región más desigual. Ha sido el resultado de políticas públicas incorrectas, acciones que buscan beneficiar a miembros del partido de turno antes que a la colectividad, poca continuidad a las acciones de Estado, opacidad en el manejo de los recursos; en fin, existe pobreza y desigualdad como resultado del diseño de políticas públicas desacertadas donde las personas están en un segundo plano.

Muy bien lo plantea Graglia cuando dice que un desarrollo integral en una democracia real requiere políticas públicas que accionen lo planificado o planifiquen lo accionado, gobiernos y administraciones responsables, más participación y menos lamentos, políticas públicas que busquen el bien común y privilegien a los más débiles, representados que voten buenos candidatos y boten malos gobernantes, representantes que atiendan las prioridades de la gente y no de los dirigentes. Hay que mejorar lo que hay y no empezar siempre de cero; diagnosticar y decidir participativa y políticamente, sin cegueras ni improvisaciones; dirigir y difundir con productividad y transparencia, sin inercias ni demagogias; continuar lo bueno, a pesar del autor. En definitiva, solo agregaría: corregir lo que está mal, continuar lo que está bien y hacer lo que realmente se debe hacer.

Después de leer la publicación mencionada, y recomendar su lectura, quisiera recordar lo que dijo Nelson Mandela, que me parece de gran vigencia hoy en día: «Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamento».

 

Pablo Vicente Bautista | @pablo_vicente
Dominicano. Abogado. Gestor social. Presidente de la Fundación Justicia y Desarrollo Local (FUJUDEL) y de la Red Latinoamericana para el Desarrollo Democrático REDLADD