El abordaje multilateral de la cuestión venezolana: legitimidad versus eficacia

A poco de iniciarse el diálogo recrudece la represión. Una difícil situación pasa a ser un problema de duración indefinida. Cualquier solución pasa por combinar legitimidad y eficacia.
27 Jul, 2021
Foto: Pixabay/Pedrucho
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Articulo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

A pocas semanas de la prevista instalación de una nueva ronda de diálogos entre el chavismo y sus opositores, episodios de represión y violencia vuelven a desatarse en Venezuela. Si la aproximación multilateral a la gestión de la cuestión venezolana contemporiza en la defensa de los derechos humanos de los venezolanos, su eficacia seguirá viéndose comprometida.

En un reciente paper presentado para la Konrad Adenauer Stiftung, y más concretamente en su apartado final, hemos insistido en la necesidad de «perfeccionar la gestión multilateral de la cuestión venezolana». Nos referimos a dicha problemática como cuestión y no como crisis (término este último que se emplea con suma frecuencia en la prensa internacional) para recalcar lo siguiente: la situación que vive hoy Venezuela ya no puede entenderse como una coyuntura crítica o tránsito particularmente complejo entre dos supuestos períodos de relativa estabilidad, sino que ha pasado a constituirse en un problema de duración indefinida.

Esta cuestión ha sido, es y seguirá siendo un nodo esencial dentro de complejas dinámicas conflictivas que atraviesan a toda la región, y como tal amerita una gestión multilateral. La necesidad de implementar un enfoque multilateral obedece a imperativos de orden moral y pragmático. Por un lado, el imperativo moral tiene que ver con la necesidad de recuperar un orden constitucional y democrático en Venezuela. Para un país que vivió en democracia durante cuatro décadas ininterrumpidas (1958-1998), no otra cosa puede resultar deseable para los propios venezolanos y para las naciones vecinas, casi todas ellas gobernadas actualmente bajo sistemas democráticos. La libertad constitucional es requisito fundamental para que los venezolanos puedan resolver por sí mismos las profundas carencias a las que los ha condenado un régimen de controles despóticos y abusivos.

Por otro lado, desde un punto de vista pragmático, solo un enfoque multilateral permitiría que la presión foránea en procura de la redemocratización de Venezuela pueda ser realmente eficaz desde un punto de vista democrático. Además, los Estados latinoamericanos tradicionalmente se han opuesto a tentativas unilaterales que puedan afectar los términos de la convivencia regional. En este contexto, solo el multilateralismo permitiría alcanzar la legitimidad necesaria en las decisiones que la comunidad internacional democrática desarrolle con respecto a Venezuela así como también un razonable reparto de las cargas que ineludiblemente acarreará la gestión internacional de la cuestión venezolana.

Los costos hemisféricos de no asumir una aproximación multilateral y realmente eficaz a la cuestión venezolana por las democracias occidentales son enormes, aunque no del todo evidentes a primera vista. Más allá de los discursos oficiales, priva la idea de que el problema es exclusivamente venezolano, y que los demás países solo confrontan la necesidad de gestionar la cantidad de migrantes de ese país que vienen recibiendo en los últimos años (en una proporción y ritmo que solo temporalmente se han visto reducidos por la pandemia). La realidad, no obstante, es que en una época en que las amenazas a la seguridad revisten un carácter cada vez más transnacional, la cuestión venezolana es ya, indiscutiblemente, un foco de inestabilidad regional.

Dicha inestabilidad se ve potenciada, además, por la presencia cada vez más activa y determinante de Estados extrarregionales y autoritarios en los que el régimen venezolano intenta conseguir apoyo, y que a su vez desarrollan actitudes cada vez más osadas y desafiantes ante las democracias occidentales. No nos referimos tanto al preocupante incremento del peso económico de China (un factor que afecta por igual a las economías de las naciones democráticas de la región), sino sobre todo al decidido apoyo ruso y a la cooperación de Estados como Turquía e Irán. Particularmente decisiva en la deriva venezolana ha resultado la desproporcionada injerencia castrista, con la cual Nicolás Maduro se encuentra completamente acoplado ante otras facciones del chavismo. En buena medida, Cuba y Venezuela (y ahora también Nicaragua) forman parte de una misma problemática que horada el consenso democrático al cual debería aspirar todo el hemisferio.

De este modo, a los muy visibles problemas del éxodo masivo de venezolanos (que se acerca ya a seis millones y a un 25% de la población total del país) y de la crisis humanitaria compleja en Venezuela, se suman las dinámicas transnacionales vinculadas al crimen organizado (narcotráfico, contrabando, lavado de dinero, trata de personas, minería particularmente agresiva, etc.), la subversión armada (bien sabido es que Venezuela acoge a los disidentes de las FARC y al ELN colombianos) y el ejercicio de diversas formas de guerra híbrida en varias instancias regionales. Y si bien estas actividades han estado presentes en varios de los demás países de la región, en pocos parecen encontrarse directamente instigadas por el gobierno de turno, en abierta cooperación con autocracias extrarregionales interesadas en minar el consenso democrático del hemisferio occidental.

Ahora bien, está claro que la implementación de una gestión multilateral de la cuestión venezolana realmente eficaz enfrenta toda clase de obstáculos. El primero de todos se relaciona con un factor inherente a la multilateralidad misma: por lo general, en la medida en que se procuran mayores consensos, menor será su capacidad para promover el cambio. En segundo lugar, siguen siendo muchas las fuerzas políticas del hemisferio que apenas se molestan en disimular los vínculos y afinidades que aún mantienen con el chavismo, bien sean de carácter ideológico, político o económico. Tercero, aún en caso de alcanzarse amplios consensos a favor de un cambio significativo, los costos inherentes de impulsarlo suelen ser demasiado altos. Y en cuarto lugar, autocracias como China, Rusia, Cuba o Irán ciertamente no vacilan a la hora de brindar su apoyo material y diplomático al actual régimen venezolano.

Así pues, el reto del multilateralismo estriba en combinar legitimidad y eficacia. Hasta ahora, las sanciones norteamericanas y europeas han sido el principal instrumento de presión con el que han contado las democracias occidentales para presionar hacia un cambio político en Venezuela. Y a pesar de que, en efecto, dichas sanciones han propiciado (incluso de modo colateral o involuntario) cambios en la política económica que ayudan a perfilar un panorama de relativa mayor libertad financiera en la vida cotidiana de los venezolanos, su eficacia a la hora de propiciar un verdadero cambio político es claramente insuficiente.

En tal sentido, la búsqueda de acuerdos entre chavismo y oposición para el desarrollo de elecciones libres no puede dejar de lado (antes al contrario, requiere) una decidida defensa de los derechos humanos de los venezolanos. A menudo, el respaldo internacional al trabajo de las organizaciones civiles y partidos políticos en Venezuela, así como la condena al hostigamiento y persecución de que son objeto por el Estado (y el paraestado) venezolano, no ha llegado con suficiente celeridad y contundencia.

Y aunque actualmente todas las expectativas de la acción multilateral parecen concentrarse en el inicio de un nuevo ciclo de negociaciones entre gobierno y oposición a desarrollarse en México con mediación noruega, las recientes protestas en Cuba han coincidido (¿casualidad o causalidad?) con un recrudecimiento de la persecución sobre la oposición política en Venezuela, situación que se añade al incremento de las presiones que durante este año se han venido ejerciendo contra diversas ONG y defensores de derechos humanos. Entre los hechos más recientes destacan las detenciones arbitrarias de Javier Tarazona (directivo de FundaREDES y valiente denunciante de los episodios de violencia que tienen lugar en la frontera colombo-venezolana) y de Freddy Guevara, líder del partido Voluntad Popular que claramente venía apostando por algún tipo de acuerdo entre Maduro y la oposición venezolana.

De modo que si bien, por un lado, los tiempos y artes de la diplomacia exigen discreción y cautela, por otro lado la naturaleza de la cuestión a atender requiere algo más de lo que hasta ahora han podido brindar las aproximaciones multilaterales. Cuando se enfrentan situaciones que para cientos de miles de personas son de vida o muerte, y en un mundo en el que el multilateralismo va perdiendo terreno frente a la Realpolitik, es necesario tener presente que la ineficacia del primero solo puede redundar, de uno u otro modo, en la imposición de los caminos de la segunda. Lamentablemente, los autócratas parecen ser más diestros en ese terreno que los demócratas.

Este artículo resume reflexiones más amplias del autor publicadas en un paper de la Fundación Konrad Adenauer oficina Chile.

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Miguel Ángel Martínez Meucci

Profesor de Estudios Políticos. Consultor y analista para diversas organizaciones. Doctor en Conflicto Político y Procesos de Pacificación por la Universidad Complutense de Madrid

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