Lenin 100 años después, ¿inmortal?

Vladimir Lenin fue el paradigma del revolucionario del siglo XX. Un líder cuyas ideas temerarias iban acompañadas de una celosa ejecución práctica, que sacudió el mundo. Las limitadas conmemoraciones de sus discípulos y herederos muestran el límite terrenal de su legado a un siglo de su muerte.
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26 Ene, 2024
Vladimir Lenin

Articulo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

En sus muy activas redes sociales, el presidente Venezolano Nicolás Maduro recordó el centenario de la muerte de Vladimir Lenin: “fundador del Estado Soviético y símbolo universal del pensamiento socialista; … quien se dedicó a la lucha por la liberación de la clase trabajadora” … “hoy sus ideas siguen inspirando a los pueblos que se rebelan contra la opresión y la injusticia”, continuó el mandatario. Fuera de la evocación digital, y los pocos monumentos en Caracas en memoria del fogoso líder marxista, el comentario parecía una cruel ironía. No sólo ha crecido la desigualdad en el país, sino que la revolución socialista bolivariana hostiga hoy a los aliados de izquierda de su bloque hegemónico, como el viejo partido comunista venezolano.

En algunas capitales del mundo, como en Moscú, unas pocas docenas de militantes comunistas conmemoraban a su fundador. Mientras que el gobierno de Putin se ha ido desprendiendo de esa figura, acusándolo de jugar demagógicamente con los nacionalismos disolventes del imperio ruso. Y, aunque el socialismo está en las mentes de jóvenes críticos y seguidores por igual, no sería arriesgado afirmar que la otrora presencia inescapable del primer líder soviético no tiene la misma fuerza evocativa de Marx o el Che Guevara. ¿Qué podemos decir hoy de Lenin?

El improbable ascenso

Nacido en 1870 en Simbirsk, Lenin, Vladimir Ilich Uliánov surgió de un trasfondo pequeñoburgués e ilustrado, pero relativamente modesto. Sin mayores destellos que avisaran sobre su destino, la ejecución de su hermano mayor por conspirar contra el zar Alejandro III, y el ostracismo social al que fue sometido su familia, radicalizó de manera inmediata contra las clases altas rusas al que hasta entonces fue un adolescente indiferente. El compromiso de Lenin con los ideales revolucionarios se solidificó durante sus años universitarios. Lo llevaron a unirse a círculos oscuros de la intelligentsia radical en las últimas décadas de la muy represiva Rusia Zarista.

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La evolución de Lenin hacia un revolucionario profesional, propagandista y periodista de periódicos y panfletos clandestinos, implicaron la prisión y al exilio en Europa Occidental. Allí perfeccionó sus creencias marxistas y participó en intensos debates ideológicos sobre las posibilidades de la acción revolucionaria y los agentes de ese proceso. Algunos de sus escritos, como “El desarrollo del capitalismo en Rusia” (1899), “¿Qué hacer?” (1902), “El imperialismo, fase superior del capitalismo” (1916) y “El Estado y la revolución” (1917) cristalizaron su visión de una revolución de vanguardias en nombre de los proletarios y campesinos, así como la muy influyente explicación sobre la mutación del colonialismo histórico en las formas económicas del imperialismo.

Mural alusivo a Marx, Engels, Lenin, Bolívar, Miranda y Zamora en la sede nacional del Partido Comunista de Venezuela. Fuente: Tribuna Popular
Mural alusivo a Marx, Engels, Lenin, Bolívar, Miranda y Zamora en la sede nacional del Partido Comunista de Venezuela. Fuente: Tribuna Popular

Eventos inesperados

El punto de inflexión en la vida de Lenin llegó con los eventos inesperados de 1917. La Revolución de Febrero obligó al zar Nicolás II a abdicar, creando un vacío de poder que el gobierno provisional luchó por llenar. Esto fue aprovechado por las potencias centrales para desmovilizar el frente oriental de la primera guerra. El casi desconocido Lenin, retornó de su exilio gracias a la intervención de la Alemania Imperial. Aprovechó el momento para agitar a cuadros de fanáticos voluntarios y movilizar a los bolcheviques. Lográ derrocar al gobierno provisional en la Revolución de Octubre, pese a tener una modesta presencia pública y un muy limitado alcance electoral. La subsiguiente guerra civil rusa y el establecimiento del aparato de poder soviético marcaron una ruptura radical con el antiguo orden y la creación del primer Estado socialista.

Las políticas de Lenin comprenden el Comunismo de Guerra y la Nueva Política Económica (NEP). Estas mostraron su enfoque pragmático hacia la gobernabilidad, escribiendo y reescribiendo la doctrina sobre la marcha. Pero la estabilización de su dominio estuvo marcada desde el comienzo por el Terror Rojo y el despliegue de un aparato represivo contra contingentes crecientes de presuntos contrarrevolucionarios y traidores a la democracia revolucionaria. En medio de un clima de paranoia y agitación, así como de conmoción global, Lenin sufriría un atentado que afectaría su salud. El rápido declinar de un inagotable político, culminó en su incapacidad de definir claramente la sucesión dentro del partido comunista soviético. Aunque la interpretación de Trotsky de la herencia revolucionaria sirvió para proteger su imagen en algunos círculos de Occidente, el aparato de poder que había creado fue el que dio justificación y herramientas prácticas para el auge y consolidación de Yosef Stalin.

El modelo marxista-leninista

La interpretación de Lenin del marxismo, conocida como marxismo-leninismo, fue un desarrollo de la teoría marxista clásica:  su énfasis en el partido vanguardista, el control centralizado y la necesidad de un estado socialista como fase transitoria, daban cuenta del postrer pesimismo de Marx y Engels sobre las capacidades democráticas de la clase obrera, pero a su vez abrieron la posibilidad para la propagación global del comunismo fuera de la expectativa de los alemanes: si lo esencial era la vanguardia, las relaciones económicas objetivas y la situación local del capitalismo podían ser secundarias al objetivo revolucionario. Es decir, se podía hacer una revolución en la atrasada Rusia zarista, y así más allá de Europa.

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La diseminación global del marxismo-leninismo se impuso con la ocupación soviética en Europa central y del este, pero también encontró terreno fértil en países no industrializados, especialmente en Asia, África, y hasta las Américas. El atractivo de una ideología revolucionaria que prometía la liberación de poderes imperialistas resonó entre aquellos que aspiraban la independencia y justicia social. La ayuda y estímulo de la Unión Soviética no se hacía esperar, y la efigie de Lenin apareció en todos los continentes entre gobiernos revolucionarios y movimientos insurgentes.

Expansión

Por supuesto, a medida que el modelo soviético se expandía, sus límites se fueron haciendo más evidentes. Mas allá de los escalofriantes datos de los costos humanos del control político, el modelo de planificación centralizada se presentó durante unas décadas como un seductor espejismo gracias a la expansión económica y tecnológica soviética de la postguerra, convirtiéndose en un modelo para naciones emergentes y desarrolladas. Sin embargo, las carencias se hicieron rápidamente evidentes en economías débiles para el consumo doméstico, distorsiones causantes de gran carestía, y focos de creación constreñidos por comisarios políticos.

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¿Fueron los excesos y las deficiencias causadas por errores inherentes a las ideas de su creador, o acaso sus herederos abandonarlos los principios originales? La autoridad centralizada, las ineficiencias económicas y la falta de consideración por las libertades individuales son un dato inescapable en cualquier discusión sobre la viabilidad y adaptabilidad de un esquema marxista-leninista.

Goodbye, Lenin!

El desenlace del legado de Lenin se hizo aparente con la adaptación aperturista de la Perestroika soviética, que no pudo evitar sin embargo el colapso del socialismo real entre 1989 y 1991, en la medida que el propio aparato soviético evaluaba la presencia de sus fundadores. El desmontaje de estatuas de Lenin y otros líderes simbolizó el rechazo iconoclasta de un pasado autoritario, similar al trato de los bolcheviques hacia los monumentos zaristas. Para la angustia de los ortodoxos, la apertura de los archivos soviéticos a historiadores independientes trajo a la luz todas las medidas represivas que la propaganda hagiográfica había ocultado sobre Lenin, y que se evidencian en estudios biográficos postsoviéticos como los de Robert Service y Victor Sebestyen.

A comienzos del siglo XXI, la película alemana “Goodbye Lenin” de Wolfgang Becker sirvió como una metáfora conmovedora para la transición de un pasado leninista a un futuro incierto: millones de ciudadanos de las antiguas repúblicas comunistas debían rehacer sus historias personales frente a cambios sociales monumentales.

Estauta de Lenin destruida en una plaza en  Khmelnitsky, Ucrania
Estauta de Lenin destruida en una plaza en Khmelnitsky, Ucrania

Bastiones anacrónicos

Persisten aún bastiones formalmente comunistas pero ¿en qué se asemejan a la vieja escuela? En China, el partido comunista ha aceptado a los billonarios y a los rascacielos, sin cumplir las expectativas de apertura política demandadas décadas atrás. Del mismo modo, Vietnam y Laos experimentan a su modo con el socialismo de mercado. Cuba y Corea del Norte se mantienen como modelos totalitarios en sus respectivos estilos. Uno con enclaves turísticos que comercian propaganda nostálgica. Y el otro manteniéndose herméticamente atado a una guerra que se niega a dar por sentada.

Incluso en países donde los partidos socialistas de vocación totalizante habían alcanzado el poder por medios democráticos, como Venezuela y Nicaragua, se navegan por iteraciones posmodernas de los principios socialistas y tercermundistas, pero dejando de lado las ortodoxias económicas cuando han amenazado su sostenibilidad. El hilo que recorre a todos acaso reafirmando que lo esencial de estas revoluciones no parecía ser el cambio. Por lo contrario implica la creación de nuevas hegemonías, como ha expuesto Armando Chaguaceda.

Un siglo embalsamado

Cien años después de la muerte de Lenin, su espectro no es demasiado complejo. Es una figura de fervor ideológico y revolucionario asentada sobre un feroz sentido de la ejecución. Lenin fue tanto un ideólogo visionario como un organizador astuto. Y esa capacidad ha sido desde entonces seductora para todos los maximalistas que deseaban, como él, cambiar el curso de la historia. Si sus ideas económicas y sociales están embalsamadas, sus descarnadas prácticas políticas parecen tener aplicación permanente.

¿Necesita la democracia liberal producir su propio Lenin? Ante sus tribulaciones, resulta tentador apelar a que emerja un líder que con celo rupturista defienda a la democracia, incluso pese a los límites morales e institucionales que este sistema se impone. El atractivo es claro: ante la dinámica política ordinaria y la deliberación partidista, un liderazgo decidido e impulsado por una visión convincente y un pragmatismo táctico, aparece como una constante de aplicación universal para la mayor parte de las empresas políticas. Peligrosamente, siempre habrá quien desee resucitar a Lenin.

Guillermo Tell Aveledo Coll

Doctor en ciencias políticas. Decano de Estudios Jurídicos y Políticos, y profesor en Estudios Políticos de la Universidad Metropolitana de Caracas.

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