10 premisas para desmontar la idolatría a Bukele

10 premisas para desmontar la idolatría a Bukele

No es un fenómeno local. Se trata de una de las peores expresiones del autoritarismo actual y también de las más peligrosas porque viene con sonrisa, likes, encuestas y redes sociales.

Por: Juan Miguel Matheus7 Ago, 2025
Lectura: 8 min.
10 premisas para desmontar la idolatría a Bukele
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

Nayib Bukele fue habilitado para reelegirse como presidente tras una sentencia judicial de 2021 emitida por la Corte Suprema de El Salvador. La sentencia reinterpretó la Constitución permitiendo con eufemismos la reelección inmediata sin cumplir los tiempos de espera establecidos para ello. Ese fallo judicial fue dictado por magistrados impuestos ilegalmente por la Asamblea Legislativa controlada por el oficialismo. Fue el primer gran quiebre del orden constitucional.

Reforma y reelección

Pero el golpe definitivo ocurrió en julio de 2025. La Asamblea Legislativa reformó la Constitución para permitir la reelección presidencial indefinida. Con 57 votos de 60, el bloque parlamentario oficialista aprobó en tiempo récord una reforma exprés que eliminó la prohibición de reelección inmediata, extendió el mandato presidencial a seis años, suprimió la segunda vuelta electoral y modificó las reglas de control sobre el Poder Ejecutivo. Fue una reforma sin deliberación, sin diálogo, sin consulta ciudadana. Fue un acto para consumar un proyecto autocrático.

La democracia constitucional en El Salvador está demolida. Primero por jueces sumisos. Luego por legisladores que no actúan como parte de un poder constitucional autónomo. Lo que se ha instalado es una nueva autocracia en la región bajo una formula ya conocida: el modelo chavista-madurista, con otra estética y símbolos. Es el mismo desahucio de la República desde dentro. El uso de los mecanismos de la legalidad formal para suprimir el derecho. Es la fórmula “popular” que destruyó a Venezuela aplicada sin reparos morales en el corazón de Centroamérica.

Referiré diez premisas políticas para desmontar la idolatría a Bukele. Antes advierto, sin embargo, mi afecto por el pueblo salvadoreño y —como reflexión de fondo— que la aparición en escena de personajes como el referido son patologías de la crisis espiritual de la democracia, expandida urbi et orbi, y del desapego de la ciudadanía respecto de la política como realidad humana, de los partidos y de los sistemas democráticos.

Primera premisa: autocracias no ideológicas

Bukele no ha dado un golpe de Estado tradicional. No ha instaurado un partido único. No ha hecho culto a ideologías totalitarias. No ha quemado al Parlamento, aunque sí lo ocupó por la fuerza (como Oliver Cromwell, Nicolás Maduro y Donald Trump). No ha usado tanques. Pero ha sustituido la Constitución por su voluntad y por un guion autocrático perfectamente nítido: sustraer de competencias legales a las instituciones, cambiar las reglas del juego con el pretexto de modernizarlas, colonizar la justicia, comprar voluntades de todo tipo de actores sociales, sembrar antipolítica en la gente. Bukele es lujuria de mando. Libido dominandi, en palabras de Cicerón. Es un ingeniero del poder sin escrúpulos que no predica una ideología; un dictador sin uniforme -como casi todos los del siglo XXI-; un emperador digital.

Segunda premisa: popularidad no es legitimidad

La democracia no es un concurso de popularidad sin justicia ni un mercado de aplausos anómicos. Es un sistema de normas. De procedimientos encauzados por la justicia para poner límites al poder. En El Salvador, Bukele goza de una aprobación altísima. Pero eso -en sí mismo- no es un hecho que lo hace legítimo. Legítimo no es quien tiene apoyo. Legítimo es quien actúa dentro del marco de la ley; y no tratando de apalancarse en la anuencia del pueblo para crear realidades paralelas y seudo ficticias en las que las redes sociales son fuente inequívoca de verdad, los influencers son infalibles y la inteligencia artificial amenaza con entronizar la mentira. La democracia necesita reflexión, no memes.

Seguidores de Bukele en frente a la Asamblea legislativa. 2023. Foto: Wikimedia Commons

Tercera premisa: la Constitución

La Constitución no es un papel. Es la forma jurídica del poder, afirma Francisco Rubio Llorente. El acto por el cual el pueblo se domestica a sí mismo; por el cual se compromete a no destruir su libertad ni su dignidad. Como decía Tomás Moro, no hay que violar la ley ni para enfrentar al diablo, porque cuando el diablo regrese… ¿quién nos defenderá? Bukele, en cambio, es anomia. Él es la falsa ley en un régimen en el cual no hay justicia. Pero hay que recordarle una gran verdad: cuando el Estado (poder) se aleja de la justicia, se convierte en una banda de ladrones (San Agustín de Hipona); y los hechos corroboran por sí mismos esta aseveración universal, válida para todos los hombres de todos los tiempos.

Cuarta premisa: transacción entre libertad y seguridad

Pareciera que el pueblo salvadoreño ha entregado sus libertades civiles a cambio de seguridad ciudadana. Ha aceptado vivir bajo la dominación de un “hombre fuerte”. Callar ante los abusos, o acaso disfrutarlos en alguna medida. Asume que la seguridad es orden, aunque este esté despojado de legalidad. Pero la seguridad sin libertad es una prisión. En este caso, una jaula grande que aherroja a toda una población. No hay nada más peligroso que un pueblo que vende su libertad por un poco de paz barata. Se trata de una transacción demoniaca. Se sabe cómo empieza. No se sabe cómo termina. Hoy el enemigo son las pandillas. Mañana serán los periodistas. Luego los políticos. Después los estudiantes. Luego cualquiera que piense distinto.

Quinta premisa: seguridad y derechos humanos

No hay duda de que El Salvador tenía un grave problema de seguridad. Las maras controlaban territorios dentro y fuera de ese país. El crimen se había generalizado. Sin embargo, combatir el crimen no da licencia para violar la ley, ocultar la verdad, ni justificar lo injustificable. Pero aún hay más: Bukele es alérgico a la veeduría internacional en materia de derechos humanos, hostiga a las ONG, cierra espacios de protesta legítima, suspende garantías constitucionales y criminaliza a la disidencia. En fin: teatraliza la guerra contra el “crimen”: desfiles, videos, detenciones masivas. Todo por propaganda. Por eso, la conclusión es clara: la seguridad no puede ser un espectáculo. Debe ser un derecho ciudadano garantizado en el marco de la ley y del respeto de la dignidad humana. No fuera de la ley. Nunca contra la ley.

Sexta premisa: historia

El Salvador fue un país desgarrado por la guerra civil. Por el odio ideológico al ardor de la guerra fría. Por el enfrentamiento fratricida. Miles de muertos. Décadas de trauma. Una nación marcada por el dolor. Bukele parece desconocer las heridas legadas por ese pasado. No escatima en desatar resentimientos y, en un sentido muy insensato, burlar la memoria de las víctimas al usar un lenguaje conflictivo para polarizar, para dividir. Lamentablemente ignora que, como enseña la historia, las heridas cívicas que se reabren son bombas de tiempo. Jugar con la historia es irresponsable y El Salvador necesita que perdure lo alcanzado al finalizar la guerra: las bases de la reconciliación, la justicia y la paz verdadera. No una paz impuesta.

Séptima premisa: amenaza regional

El morbo por Bukele es una fascinación enfermiza que ha generado su figura entre políticos y ciudadanos de toda América Latina. Lo admiran por su capacidad de salirse con la suya, de silenciar, de “vencer” sin controles constitucionales. Se le envidia. Se convierte en modelo a quien debería encender alarmas para la democracia. Mimetizan sus gestos, su discurso, su marketing. Es una corruptela del imaginario democrático; y todo ello constituye un camino muy cierto al abismo autoritario.

Octava premisa: solidaridad autocrática

Es inaceptable que gobiernos democráticos se callen ante la violación de los principios de la democracia y de los derechos humanos en El Salvador. Es inadmisible que países y organismos internacionales aplaudan al dictador. Las naciones democráticas no deben brindar solidaridad autocrática a dictadores. Bukele no merece reconocimiento. Merece denuncia y presión internacional. Las democracias que callan son cómplices. Y hay demasiadas cómplices…

Novena premisa: el chavismo-madurismo

La presencia de operadores venezolanos vinculados a Voluntad Popular en el entorno de Bukele es escandalosa. Personas que decían luchar por la libertad en Venezuela hoy exportan chavismo y madurismo maquillados. Son agentes de la propaganda. De la manipulación. Del sofisma. Han ayudado a construir el relato del “Bukele exitoso”. Son mercenarios de la comunicación política. Se han vendido al poder. Su traición es histórica y en contra de los principios de la democracia liberal. Olvidaron sus antiguas luchas. Dejaron atrás la verdad. Son alquimistas del autoritarismo.

Décima premisa: sufrimiento y sacrificio cívico

Jefferson decía que la libertad requiere vigilancia perpetua. Franklin advertía que una República solo dura si el pueblo es capaz de conservarla. La democracia, más que una gratuidad histórica, es una conquista y debe ser una herencia para futuras generaciones que se defienda con instituciones, ciudadanía activa, inculturación de hábitos cívicos y memoria histórica. La democracia es una forma de vida en torno a la justicia, según explica Maritain. Así, Bukele ha demostrado que destruirla es fácil. Preservarla es lo más difícil. Por eso, su caso debe ser un llamado de atención, un campanazo para todo militante de la causa democrática en el mundo.

Como venezolano sé lo que significa perder la democracia. Ver cómo una República se disuelve. Cómo la mentira se vuelve rutina. Cómo el exilio se convierte en destino. Cómo la injusticia se normaliza. Venezuela es hoy un cementerio de derechos. Y El Salvador ya ha comenzado a cavar algunas tumbas… Lo que allí ocurre no es un fenómeno local. Se trata de una de las peores expresiones del autoritarismo actual y también de las más peligrosas porque viene con sonrisa, likes, encuestas y redes sociales. Es un cáncer. Un tumor que amenaza con extenderse.

Juan Miguel Matheus

Juan Miguel Matheus

Abogado, máster en estudios jurídicos y doctor en derecho constitucional. Diputado a la Asamblea Nacional de Venezuela por el estado Carabobo electo en 2015. Ganador del premio de la Fundación Manuel Giménez Abad por su libro “La disciplina parlamentaria”. Es coordinador de la dirección nacional de Primero Justicia y presidente fundador de Forma.

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