¿Qué tan peligrosa es la polarización afectiva?

¿Cuáles son las diferencias entre la polarización afectiva y la polarización ideológica? ¿Cómo afecta la polarización afectiva a la participación electoral? ¿Cómo se relaciona con el auge de posiciones extremas?
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29 Jun, 2021
Foto: Shutterstock

Articulo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

Polarización es una palabra de moda. Se habla mucho de ella. Se la culpa, por ejemplo, del deterioro del debate público y de la fuerza que han adquirido algunos planteamientos políticos extremos. Pero ¿la conocemos bien? ¿Sabías que hay, al menos, dos clases de polarización? Por un lado, tenemos la polarización ideológica: esa que se genera en torno al posicionamiento que los partidos políticos y la ciudadanía adoptan sobre los grandes temas de debate en la sociedad. Se trata de algo que, hasta un cierto punto, puede considerarse parte del debate democrático. Sin embargo, existe otro tipo de polarización. Se la denomina polarización afectiva. Esta no se basa en posiciones políticas, sino en identidades. Se rige por la lógica de la pertenencia y la exaltación del conflicto.

La polarización afectiva

Sabemos que en política el debate es muy importante. Sobre él se articula la competencia en los sistemas de partidos y facilita la decisión de los votantes entre las alternativas partidistas.

Ahora bien, en estos últimos años estamos asistiendo en muchas democracias a un conflicto basado fundamentalmente en identidades básicas que nos aleja de discusiones serenas sobre políticas públicas, soluciones y propuestas concretas, así como sobre sus logros y fracasos. Incluso, deja a un lado debates constructivos sobre aspectos ideológicos fundamentales.

Se trata, por tanto, de una polarización basada en visiones maniqueas y simplistas de los adversarios políticos (nosotros frente a ellos), a quienes se presenta y se perciben como enemigos a eliminar y a los que se les niega la legitimidad de su propia existencia.

Mariano Torcal es catedrático de Ciencia Política de la Universitat Pompeu Fabra en España y director del Research and Expertise Centre for Survey Methodology (RECSM). Desde hace tiempo estudia la polarización afectiva y sus consecuencias. Según su definición, polarización ideológica «es la que se genera en torno al posicionamiento que los ciudadanos adoptan sobre los grandes temas de debate en la sociedad». En cambio, la polarización afectiva es la que se genera en torno a grandes identidades. «Identidades que pueden existir en una sociedad y que se rigen por la lógica de la pertenencia y la exaltación del conflicto que generan», explica el politólogo, y concluye: «no se basan, por tanto, en principios ideológicos, sino en la lógica identitaria grupal: nosotros/ellos.»

¿Aumenta la movilización?

En caso de existir partidos políticos con un discurso identitario extremo, es posible que la polarización afectiva aliente la movilización. Sin embargo, Torcal advierte que también «pueden favorecer mecanismos de participación violenta y no legal. Todo depende de la existencia o no de una oferta partidista que recoja dicha propuesta identitaria y de conflicto».

Según lo expresado por Mariano Torcal, la trampa además estaría en que para evitar esa deriva deberían existir ofertas políticas menos convencionales y más rupturistas, más extremas, lo que termina produciendo una espiral muy peligrosa para la democracia. Avisaba de esto Toni Roldán, director del Centro de Política Económica de ESADE, en un artículo en el diario El País: «En la era de las redes sociales y con un Parlamento con más fuerzas políticas y más radicales en ambos lados del tablero, la competición por la atención se ha vuelto furibunda. Los partidos necesitan diferenciarse. Necesitan que se hable de ellos. Para lograrlo, la inercia es proponer cada vez más (malas) políticas polarizantes y menos (buenas) políticas complejas. En ese mundo, la mayoría siente cada vez más desinterés por la política. Y la democracia, poco a poco, se va deteriorando».

En ese mismo artículo pone un ejemplo muy explicativo: cuando Trump propone construir un muro de 20 metros «para que no vengan más inmigrantes mexicanos», no le preocupa solucionar el tema de la inmigración. Lo que quiere es definir el marco mental para que el debate se polarice en torno al tema que a él le conviene. Y para eso nada mejor que una propuesta simple, simbólica y divisiva.

El caso de Estados Unidos

Obviamente, bajo la presidencia de Trump, se reforzó la polarización afectiva en los Estados Unidos. Pero sería erróneo decir que la polarización afectiva nació con el polémico exocupante de la Casa Blanca. Ya en 2012, los investigadores Shanto Iyengar y Yphtach Lelkes explicaban que a los demócratas y a los republicanos no solo les desagrada cada vez más el partido contrario, sino que también imputan rasgos negativos a las bases del partido contrario.

Estos investigadores han demostrado que la polarización afectiva ha impregnado los juicios sobre las relaciones interpersonales, superando la polarización basada en otras divisiones sociales destacadas, y que los niveles de afecto partidista son significativamente más altos en Estados Unidos, en comparación con otros países como el Reino Unido.

En su investigación han probado que la exposición a las campañas políticas es un factor potencialmente contribuyente. Las pruebas son inequívocas, concluyen: en términos de afecto, los estadounidenses están polarizados según las líneas partidistas.

Para Iyengar y Lelke, el aumento del nivel de polarización afectiva plantea retos considerables al proceso democrático. El sesgo partidista en las percepciones de las condiciones económicas significa que los votantes no reconocerán a los dirigentes del partido contrario. Aun cuando la economía crezca bajo su gestión. Y a la vez, tampoco penalizarán a los responsables del partido al que apoyan, cuando sus resultados económicos no sean buenos.

Para estos expertos, una preocupación más seria es que aquellos que impugnan los motivos y el carácter de los oponentes políticos son menos propensos a tratar como legítimas las decisiones y políticas promulgadas cuando los oponentes controlan el gobierno. También pueden estar menos satisfechos con las instituciones que responden a la voluntad popular.

En los últimos años en Estados Unidos, los partidarios del bando perdedor han estado sustancialmente más insatisfechos. La insatisfacción con los resultados de las políticas y las instituciones democráticas puede escalar. Puede hasta convertirse en protestas masivas y, en algunos casos, en actos de violencia. Hay muchos ejemplos de ello.

El reemplazo del debate político

El panorama es preocupante. Encontramos ejemplos de ello en muchos países del mundo. Líderes políticos que explican las cosas de forma binaria. Entre correcto o incorrecto, entre el bien y el mal.

Lo pudimos ver, por ejemplo, en el caso de Brasil a través de la figura de su presidente Jair Bolsonaro. Tanto durante la campaña electoral como luego de esta, el líder brasileño no ha dudado en apelar a la polarización afectiva y ha generado un discurso abiertamente discriminador contra distintos grupos. Sus declaraciones abiertamente homofóbicas, racistas y misóginas son públicamente conocidas. El deterioro democrático es obvio. Cuando las posiciones políticas dejan de serlo y pasan a convertirse en mandatos morales, los que ganan son los dogmáticos.

Esta idea se desarrolla en Aliados estratégicos puestos a prueba, policy paper de Sebastian Grundberger, director del programa KAS Partidos. El autor habla de la problemática de la moralización de la política en detrimento de un debate político más racional, basado en análisis, datos y evaluación de escenarios. Este y otros policy papers del programa KAS Partidos están disponibles en la sección DP Enfoque del sitio web de Diálogo Político.

«Los partidos extremistas y radicales no surgen de la nada. Solo surgen si se produce el caldo de cultivo generado por el conflicto que se ha exacerbado en un principio», explica el catedrático de la UPF, Mariano Torcal.

Teniendo en cuenta que la polarización afectiva se sostiene sobre la base de las identidades básicas y favorece la aparición de opciones políticas extremas, cabe preguntarse si entonces no es posible apelar a las identidades en política sin favorecer el crecimiento de ambos fenómenos. Torcal es contundente: «Por definición, la apelación a identidades excluyentes siempre genera y favorece el conflicto ellos/nosotros».

¿Qué hacer frente a la polarización afectiva?

Los partidos políticos moderados deben trabajar para reducir el nivel de polarización afectiva. El problema es si en la situación actual, con la población ordenada cada vez más en torno a identidades, tienen incentivos para ello. En principio, un incentivo es la propia protección de la democracia. Y en ese marco es necesario aprender a valorar el pluralismo. Que haya gente que piensa distinto no solo es algo bueno sino necesario. El pluralismo es un valor en sí mismo, ya que fomenta el debate constructivo y otorga a distintas partes de la población la posibilidad de sentirse representada.

En esa batalla sería necesario contar con el concurso de los medios de comunicación, que en muchas ocasiones favorecen la polarización porque se nutren de ella. Según Torcal, «los medios favorecen porque reproducen y simplifican los términos de esos conflictos y los priman por su afán de fomentar el espectáculo y en detrimento de la información».

Las redes sociales también contribuyen al crecimiento de la polarización afectiva, sobre todo porque permiten el anonimato y las posiciones más radicales, pero también porque viralizan fake news y desinformación.

La política actual no necesita ni más polarización ni más tipos de polarización, ya que ello solo contribuye al deterioro democrático. No solo porque erosiona la legitimidad de los gobiernos, al existir un importante porcentaje de la población que no los acepta como propios, sino porque empeora la calidad de las políticas públicas. En este ambiente tóxico, muchos políticos tienen la tentación de tomar decisiones simples y simbólicas para los que consideran suyos. Buscando también generar el rechazo del contrario. La polarización afectiva alimenta las posiciones políticas extremas, y estas alimentan la polarización afectiva. No es sencillo detener esta peligrosa dinámica. Sobre todo, porque muchos políticos creen que no tienen incentivos para ello.

Es preciso apelar a la moderación de dirigentes y partidos políticos. Se hace necesario, si queremos proteger nuestra democracia. También necesitamos más sosiego y menos posiciones encontradas en medios de comunicación y redes sociales. Desgraciadamente, todo indica que tendremos que convivir mucho tiempo con la polarización afectiva. Y eso no es una buena noticia.

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Franco Delle Donne

Doctor en Comunicación Política por la Freie Universität Berlin. Especialista en política alemana. Creador de «eleccionesenalemania.com», único blog de análisis político en español sobre Alemania. Conductor del pódcast «Bajo la Lupa».

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