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No es un fenómeno local. Se trata de una de las peores expresiones del autoritarismo actual y también de las más peligrosas porque viene con sonrisa, likes, encuestas y redes sociales.
¿Dónde están los mecanismos de control y equilibrio que deberían impedir lo que parece una evidente violación de la Constitución? El panorama es sombrío.
El «encanto» de Nayib Bukele está basado en la legitimación desde los resultados. El Salvador hoy es terreno de un vínculo ambiguo: una alta valoración de la democracia regida por un autócrata popular.
Con apoyo de la mayoría parlamentaria, el presidente Bukele aumenta su poder destituyendo a la Sala Constitucional. Sin separación de poderes, la democracia salvadoreña se debilita aún más.
Los líderes carismáticos basan su popularidad en estrategias comunicacionales grandilocuentes y ataques a enemigos reales o imaginarios. Su legitimidad proviene de elecciones, aunque después pongan en jaque las reglas de la institucionalidad democrática. La trayectoria de Nayib Bukele en El Salvador es un ejemplo de esta preocupante evolución.