La reelección de Macron y el futuro de Europa

Los comicios franceses contrastaron dos visiones diametralmente opuestas sobre Francia, Europa y modelos de desarrollo. El significado de la reelección de Macron para comandar la segunda economía de la Unión Europea sobrepasa, por eso, las fronteras del país.
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27 Abr, 2022

Articulo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

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Europa sigue siendo la que conocemos. Cinco años más de gobierno de Macron dan importantes garantías de estabilidad en tiempos revueltos. ¿Qué impacto puede tener la victoria de Macron en las relaciones de Francia con países clave como Alemania y Rusia? ¿Qué hubiese significado para la Unión Europea un triunfo electoral de la «euroescéptica» Marine Le Pen?

Dos visiones de Europa

«Esta es una elección a favor o en contra de la Unión Europea», así calificó Emmanuel Macron (La República en Marcha) la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas celebrada el 24 de abril. Su reelección, con el 58,55 % de los votos válidos, fue recibida con un suspiro de alivio por los líderes de la Unión Europea (UE), que se mostraban aprensivos ante una posible victoria de la populista de derecha Marine Le Pen (Reagrupamiento Nacional).

En efecto, el amplio espectro de posiciones antagónicas entre los dos candidatos, que incluye temas como inmigración, terrorismo, guerra en Ucrania y el papel de la OTAN, parece encontrar su paroxismo en sus proyectos diametralmente opuestos para la UE y la posición de Francia en el bloque: por un lado, la visión europeísta defendida por el presidente reelegido; por otro, el programa «soberanista» esgrimido por Le Pen.

Para el centrista Macron, Europa representa una solución a cuestiones de carácter transnacional, como el medio ambiente y la seguridad. Así, ve el Green Deal europeo como una oportunidad para alcanzar objetivos ambiciosos en torno a la transición energética, al tiempo que aboga por el fortalecimiento de las capacidades militares del bloque. Su controvertida defensa de la creación de un ejército de la UE cobró nuevo aliento tras la invasión de Ucrania.

Buscó, además, valorar la imagen de una Europa de la solidaridad, que funcionó como un escudo durante la pandemia de covid-19, sobre todo gracias al suministro de vacunas.

Finalmente, pretende aprovechar la presidencia francesa de la UE para reformar el espacio Schengen. Su objetivo declarado es fortalecer las fronteras exteriores de Europa y armonizar las normas de asilo y apoyo a los refugiados y migrantes.

Muy distintos son los proyectos de su contrincante Le Pen, para quien la UE se contrapone al interés nacional francés.

El fantasma del frexit

Como parte de sus progresivos esfuerzos por transmitir una imagen de moderación, desde 2017 Le Pen dejó de abogar por la salida de Francia de la UE. En su lugar, pasó a defender la permanencia del país en el bloque para reformarlo desde adentro y transformarlo en «una Europa de naciones soberanas».

Tal reforma implicaría reintroducir controles en las fronteras internas del espacio Schengen, repensar la libre circulación de trabajadores y garantizar la priorización de los ciudadanos franceses en el acceso al mercado laboral, la vivienda y las prestaciones sociales. Por fin, establecería la primacía del derecho nacional sobre el derecho europeo. Estas medidas equivaldrían, en los hechos, a un frexit —nombre dado a una eventual salida francesa de la UE— o exigirían una reforma de los tratados de la UE tan profunda que la harían irreconocible.

Le Pen propuso asimismo reducir la contribución francesa al presupuesto europeo y restringir los poderes de la Comisión Europea. Para ello, trabajaría con sus aliados húngaros y polacos, desconsiderando la llamada amistad franco-alemana. Le Pen acusa a Macron de no defender los intereses de Francia frente a Alemania y ha expresado su deseo de romper los acuerdos de cooperación militar-industrial firmados con el país vecino desde 2017.

La amistad franco-alemana

Calificado como «casi ficción» por Le Pen, el motor franco-alemán fue sin embargo decisivo para el proceso de construcción de la UE. La devastación resultante de la Segunda Guerra Mundial —el tercer gran conflicto que involucró a los dos países en menos de un siglo— puso de relieve la urgencia de frenar el revanchismo y fomentar las buenas relaciones entre ellos.

Formalizada en el Tratado del Elíseo de 1963, la alianza se viabilizó una vez que el poder del asiento permanente de Francia en el Consejo de Seguridad de la ONU se equilibró con la pujanza económica de Alemania. El compromiso entre los dos países fue crucial para la firma del fundacional Tratado de Maastricht (1992) y la conformación de la unión monetaria.

Con el final de la Guerra Fría, las motivaciones tradicionales de la cooperación franco-alemana, como la necesidad de reconciliación entre los dos países y la amenaza soviética, perdieron importancia. En un proceso natural, la alianza entre ellos dejó de ser un fin en sí mismo, y su peso relativo en la Comunidad Europea decreció a medida que esta se expandió.

También influyó el cambio generacional: si para la generación de posguerra la reconciliación franco-alemana y la construcción europea eran conquistas que debían preservarse a toda costa, los nacidos después del Tratado de Maastricht tienden a considerarlas como hechos consumados.

Así, al afirmar que la soberanía de Francia depende de una Europa fuerte, Macron insufla ánimos al bloque, en el que emerge como nuevo liderazgo tras la salida de escena de Angela Merkel. Por otra parte, la agresión de Rusia contra Ucrania parece darle la razón sobre la necesidad de revigorizar el bloque —y no, como propone Le Pen, deshidratarlo—.

Rusia y la OTAN

Si bien Le Pen ha criticado la invasión rusa a Ucrania, su dependencia del país euroasiático, plasmada en préstamos bancarios a su partido y en su relación cercana con Vladimir Putin, parece no haber sido olvidada por el electorado.

La candidata derrotada en las urnas llegó a defender la necesidad de un acercamiento estratégico entre Rusia y la OTAN tras el final de la guerra. Su visión de la OTAN en sí misma es controvertida, al haber propuesto que Francia deje de ser parte de su comando integrado.

Macron, por su parte, ha jugado un importante papel diplomático en la guerra de Ucrania, gracias a la presidencia francesa de la UE. La guerra, además, le hizo replantearse el papel de la OTAN, cuyo «estado de muerte cerebral» había diagnosticado en 2009. Para su segundo mandato, expresó el deseo de mejorar la coordinación entre los centros de mando europeos y la alianza.

La reelección de Macron y el futuro de Europa

El centro bajo la lupa

Si bien la reelección de Macron devuelve, por el momento, el fantasma del frexit a la tumba, por otro lado, parece esperarle un segundo mandato plagado de complejidades. Significativo en un país que no había reelegido a un jefe del Ejecutivo desde 2002, su triunfo viene sin embargo acompañado de una serie de mensajes del electorado francés.

La tasa de abstención fue alta (30 %) y su ventaja sobre Le Pen se redujo a prácticamente la mitad de la que obtuvo en 2017 (17,1 % frente a 32 %). Por primera vez, la derecha radical en el país obtuvo más del 40 % de los votos, con un desempeño particularmente favorable entre los más jóvenes: entre los votantes de 18 a 49 años, Le Pen fue la ganadora.

En la primera vuelta, los votos combinados de Le Pen y Éric Zemmour (Reconquista), de extrema derecha, alcanzaron el 30 % del total. La izquierda radical, representada por Jean-Luc Mélenchon (Francia Insumisa), obtuvo otro 22 %. Estos resultados subrayan la tendencia de pérdida de espacio de los partidos tradicionales frente a nuevas fuerzas políticas más extremas.

En su discurso de victoria, Macron señaló haber entendido el mensaje de las urnas y, haciendo un guiño a los votantes de Le Pen e indecisos, prometió gobernar para todos. En medio de diversas incógnitas, cabe esperar un fuerte escrutinio de su gobierno, especialmente por parte de quienes lo votaron no por convicción, sino para frenar a Le Pen.

La pregunta es si Macron puede resistir las presiones de ambos extremos y mostrar un camino a recorrer desde la moderación, que tendrá implicancias mucho más allá de las fronteras de Francia o, incluso, Europa. En un contexto de creciente rivalidad geopolítica, son indispensables una Francia y una Europa fuertes, con voluntad de tomar responsabilidad para un orden multilateral basado en reglas y valores.

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Lívia Prado

Licenciada en Historia y en Relaciones Internacionales (Universidad de San Pablo, Brasil). Maestranda en Estudios Latinoamericanos (Universidad de la República, Uruguay). Coordinadora de proyectos en la Fundación Konrad Adenauer, oficina Montevideo.

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