Transhumanismo, poshumanismo y dignidad humana

Estas visiones provocadoras sobre el futuro de la humanidad tienen riesgos éticos, sociales y políticos. ¿La tecnología nos hace más humanos?

Por: Juan Salvador Pérez13 Ago, 2025
Lectura: 6 min.
Transhumanismo, poshumanismo y dignidad humana
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

En medio del entusiasmo por las promesas tecnológicas del siglo XXI, el transhumanismo y el poshumanismo se presentan como dos visiones rivales sobre el destino de la humanidad. Mientras el transhumanismo celebra la mejora del cuerpo y la mente mediante la tecnología, el poshumanismo cuestiona las bases mismas de lo que entendemos por “humano”.

Esta divergencia no solo revela tensiones filosóficas profundas, sino también conflictos éticos y políticos sobre quién se beneficia de estas transformaciones y qué tipo de mundo estamos construyendo. Más que simples teorías futuristas, ambas corrientes nos obligan a repensar el poder, la identidad y la exclusión en la era digital.

Deseo de superar la naturaleza

Evidentemente, vivir más y vivir mejor no ha sido una preocupación reciente en el devenir de la humanidad. Ya desde la mitología griega, en el relato del joven Ícaro, no solo vemos el trágico destino de un joven que anhela la libertad, sino también una crítica implícita a la arrogancia humana. El deseo de Ícaro de volar no era solo por la capacidad física de hacerlo. Representaba un intento de superar los límites impuestos por la naturaleza y la mortalidad, un anhelo de trascendencia.

En los siglos XIX y XX, la idea del mejoramiento de la especie y la posibilidad de llegar más allá de los límites naturales y biológicos se convirtió en una suerte de obsesión, un “noble” empeño en hacer “mejor” al ser humano.

Podríamos encontrar en los estudios que inicia Darwin sobre las especies y luego en Galton con su teoría de la eugenesia como forma para mejorar la raza humana, los primeros pasos que llevarían a posteriores científicos y pensadores plantearse la idea de un ser humano no sólo superior al resto de la naturaleza, sino incluso superior a la misma naturaleza.

Pero, ¿es realmente esto posible?

Los planteamientos trans y poshumanista

Partamos del punto de que ambas concepciones atienden a un ofrecimiento de respuestas bondadosas y bien intencionadas para la humanidad. Es decir, la idea en el fondo es que todos los hombres y mujeres vivan más y mejor. ¿Quién podría oponerse a tan elevada causa?

Lo primero que nos viene a la memoria cuando revisamos la historia del siglo XX, es cómo terminó la disparatada aventura del nazismo y su trastornada obsesión con la mejora de la especie humana y la relación entre tecnología y naturaleza. Ese antecedente no es para nada halagüeño. Plantea unas consecuencias y riesgos éticos que no nos es posible (ni recomendable) olvidar.

Pero volvamos al tema que nos ocupa. Cuando en 1957, Julian Huxley utiliza el término transhumanismo, lo hace planteándonos una filosofía que persigue la trascendencia de la especie humana, mediante una propuesta tecnológica que combina el progreso biológico con una visión ética que define al ser humano como agente de su propia transformación y la mejora continua de la condición humana.

Por su parte, el poshumanismo va bastante más allá. Su planteamiento no se limita a la mejora del ser humano, sino que cuestiona las bases del humanismo tradicional. Podríamos decir pues, que su foco no es la mejora de lo humano, sino redefinir la ontología misma de lo humano. Llega al punto de incluir en su concepción y abarcadura no solo lo humano, sino también lo no-humano (animales, máquinas, cyborgs y demás sistemas) como agentes éticos y ontológicos. El poshumanismo nos propone una reconfiguración ética y ontológica de todo. ¡Vaya!

Lo cierto es que, en ambas propuestas, la pregunta que nos surge es la misma: ¿cómo queda la persona humana, tal cual la conocemos hoy, ante estas visiones?

El concepto de la persona humana

Como institución, la doctrina católica ha dedicado siglos y esfuerzos a estudiar, desarrollar, promover y defender el concepto de la dignidad humana. Nos dice que toda persona tiene dignidad porque vale por sí misma, porque no es intercambiable por nada ni por nadie. La dignidad de la persona “no se fundamenta en las circunstancias, sino en el valor de su ser”.

Pero en el enfoque trans y poshumanista, esta concepción podría verse seria y profundamente afectada. Ambas implican aceptar una noción de la persona humana que puede ser manipulada y reconstruida. Así, pone en entredicho el valor incondicional y absoluto de la dignidad humana.

Cuando pensamos en unos “hombres” capaces de no morir nunca, o en criaturas híbridas que van más allá de los límites biológicos, pues entonces, sencillamente estaríamos superando el concepto fundamental de persona como una sustancia individual de naturaleza racional. Al mismo tiempo también es —en lo corporal— vulnerable y finita. Pero ¿esta superación no sería más bien un ataque a la esencia propia de la humanidad, de lo humano por antonomasia? ¿No estaríamos acaso entendiendo al ser humano más como un medio (aunque sea con un objetivo de mejora) que como un fin en sí mismo?

¿Abrazar las ideas trans y poshumanistas no sería, al final del día, una peligrosa (acaso inconveniente) pretensión antihumanista?

Pensemos, por ejemplo, en estos dilemas (entre muchos otros) que podrían presentarse como consecuencias de estas concepciones. La “cosificación” de la dignidad: ¿no podría verse comprometida la dignidad humana, si partes del cuerpo se convierten en “cosas” o implantes que se pueden reemplazar o mejorar, como si fueran meras herramientas? La nueva desigualdad: ¿no se generaría una nueva división social —existencial, más bien—entre aquellos que pueden costearse las mejoras tecnológicas y los que no, produciéndose así una nueva forma de desigualdad y discriminación?

¿Una pretensión arrogante?

La mitológica historia del joven Ícaro nos advierte sobre los peligros de la ambición sin sabiduría. Al ignorar las advertencias de su padre Dédalo, y concentrarse sólo en la búsqueda ciega de la mejora, el destino inevitable de Ícaro fue una estrepitosa y mortal caída.

Pretender una búsqueda de la perfección física o mental que nos aleje de nuestra humanidad nos coloca ante otra vulnerabilidad: la ingenua arrogancia. El verdadero crecimiento reside en el equilibrio, la humildad y la aceptación de nuestras limitaciones, no en su negación imprudente.

Tanto el transhumanismo como el poshumanismo ofrecen visiones provocadoras sobre el futuro de la humanidad. Pero sus promesas están acompañadas de riesgos éticos, sociales y políticos que no pueden ser ignorados. Porque avanzar hacia una mejor manera de ser personas, convertirnos en mejores seres humanos, no puede lograrse mediante la eliminación del hombre para llegar a un trans o poshumano perfecto. No.

Convertirnos en mejores humanos solo puede lograrse de una manera: haciéndonos más humanos, viviendo como mejores humanos.

Juan Salvador Pérez

Juan Salvador Pérez

Director de la Revista SIC de Venezuela. Magíster en Estudios Políticos con estudios avanzados en Teología y doctorando en Filosofía.

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