La crisis erosiona al Partido Popular Europeo. Si bien ha ganado 212 diputados y se mantiene como primera fuerza en el Europarlamento, ha perdido 53 escaños con relación a las elecciones del año 2009.
Esta elección está marcando la debacle del bipartidismo. Las grandes crisis económicas “provocan que la democracia se vuelva contra la democracia”, apuntaba un diplomático.
Se han abierto las puertas de un posible infierno. La gran recesión ha dado amplio crecimiento a las tendencias extremas, tanto de derecha como de izquierda. Comenzó a permear el discurso populista en los ciudadanos euroescépticos. La peligrosa abstención del 57% es también un síntoma de la poca credibilidad que despiertan los grandes partidos, afectados hoy por falta de líderes, mezquinas rencillas domésticas incapaces en dar solución a los graves problemas que afectan a no pocos países de la Unión Europea.
No caben dudas de que el ascenso de los partidarios de posiciones extremas complicará la gobernabilidad del proyecto europeo. Al parecer, Alemania, único país con liderazgo en la Unión, intentará una vez más impulsar el bien común y poner la nota de cordura y paz, como lo supo hacer después de las dos grandes guerras del siglo XX. Ojalá pueda lograrlo, ya no solo por el bienestar de los 400 millones de europeos, sino también como faro de las democracias del mundo.