El filósofo mexicano Rodrigo Guerra trabajó y conoció de cerca al papa Francisco. Lo llama su amigo y está convencido de que las reformas en la Iglesia Católica están en marcha y son irreversibles.
La expectativa por el nuevo Sumo Pontífice plantea varias preguntas, especialmente sobre cuánto un líder espiritual puede influir en la agenda internacional. Francisco, rodeado de polémica, dejó un camino abierto.
Desde Roma, el Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina analizó este panorama.
Usted ha trabajado de cerca con el papa Francisco, ¿cómo califica la evolución de su pontificado en estos 12 años?
—No es fácil describirlo en un solo rasgo, fue un arzobispo sui generis. Nunca usó automóvil para transportarse, siempre cercano al pueblo, apoyando mucho las villas miseria de la Arquidiócesis de Buenos Aires. En su pontificado introdujo con gran fuerza una idea de que la misericordia es lo que hace creíble el anuncio cristiano. En otras palabras: que no basta recordar un conjunto de normas, virtudes y valores para transformar el mundo y la Iglesia, sino que es necesario, primero que nada, abrazar a todos, como a él le gustaba decir, para construir una propuesta creíble y que permita a su vez construir una sociedad fraterna.
Tal vez lo más característico de su reflexión política es que tenemos que darnos el permiso de imaginar sociedades democráticas en el futuro en donde todos podamos caber. En donde las diferencias de pensamiento no devengan en polarización extrema, señalamiento y exterminio del otro, sino en capacidad de discusión para pensar siempre un bien común que es mayor que cualquiera de nuestras ideologías.
“La política no salva”
Francisco fue un papa que marcó la agenda internacional. Visitó 66 países, muchos de ellos con alta conflictividad o donde hay una minoría católica. Pero, sin duda, una de las giras más importantes fue la que hizo a Latinoamérica. ¿Qué lugar tenía para él la región y sus múltiples problemas? ¿Tuvo un impacto diferente por ser un papa latinoamericano?
—El papa estaba muy atento a América Latina. En más de una ocasión su servidor llegaba con alguna información que consideraba urgente y, ¿cuál era la sorpresa?: el papa tenía más información que cualquiera de nosotros. Entendía la coyuntura, la iluminaba con una luz extraordinaria y me atrevo a decir que la modesta contribución de la Pontificia Comisión para América Latina era rebasada.
Tras su muerte, Francisco recibió varias denominaciones: peronista, progresista, reformista, incluso revolucionario. ¿Cómo describiría al papa y su relación con la política global?
—El papa detestaba las fáciles categorizaciones que nos provee la geometría política de izquierdas y derechas. Sabía bien que muchos conservadores o ultraconservadores lo calificaban de izquierda y sabía bien que en algunos sectores aparentemente progresistas de izquierda avanzada lo veían excesivamente conservador. En el fondo, lo que él trataba de decir siempre es que era un pastor y que el cristianismo tenía que aprender a permanecer crítico de toda formulación ideológico-política. Pero sí, lo que le preocupaba más era ver la frecuente tendencia al reduccionismo que, a veces, las ideologías, en vez de ayudar a transportar principios generales a contextos particulares, obligan al pensamiento a mirar las cosas bajo una sola faceta.
El papa, en materia política, vivía con una convicción muy saludable psicológica y espiritualmente. Y es que la política no salva. Francisco era un convencido de esto y por eso es que amaba la política ubicándola como un factor necesario, pero no salvador de la totalidad de la condición humana. La política y la propia vida democrática requieren de una realidad trascendente, que las oriente, anime, nutra y que les permita también salir de atolladeros, como en los que actualmente se encuentra la democracia liberal en todo el mundo.
Misma dignidad
Algunas críticas apuntan a que hubo más discursos sobre reformas que reformas. ¿Cuáles considera que fueron los principales cambios que llevó adelante?
—El papa realmente no innovó o en materia de reforma. Ayudó a la Iglesia a tener una nueva asimilación del concilio más profunda, más madura. Porque, es un hecho que había temas que habíamos asimilado muy superficialmente. Uno de los más importantes es que todos los cristianos poseemos la misma dignidad y merecemos el mismo respeto y todos somos corresponsables del bien común de la Iglesia. Permitió que laicos, mujeres religiosas, normalmente colocados en posiciones secundarias, terciarias y de servicio, ocuparan importantes responsabilidades en la curia romana.
Hoy tenemos, por ejemplo, al frente de la vida consagrada de todos los superiores y superioras religiosos del mundo, a una modesta monjita, a la hermana Brambilla, que es la encargada de jesuitas, legionarios, franciscanos. Tenemos a laicos y laicas en distintas posiciones en el Vatican. El papa hizo este esfuerzo para que las diócesis hagan lo propio y que no solo vean de lejos esta reforma. Obviamente, hace falta un largo camino y es posible que sea parte de lo que la iglesia tendrá que asumir en los próximos años con el nuevo papa.

Renovación con fidelidad
No es un secreto que el papa Francisco enfrentó resistencias dentro de la propia Iglesia. Incluso en una de las últimas entrevistas, habla sobre su salud mental y la ayuda que recibió de una especialista. ¿Cómo manejó esta situación? ¿Y cuánto de lo que pasó internamente le impidió avanzar con sus reformas?
—Lo primero que el papa nos enseñó es que el camino de renovación y de reforma de la Iglesia comienza con uno mismo. Por el lado ultraconservador es muy visible que fue severamente criticado por su documento Amoris laetitia. Allí permite la bendición no litúrgica a todo tipo de personas heridas, como parejas irregulares o a los que pueden tener vida homosexual activa. Fue criticado también por proponer la necesidad de introducir la ternura y el amor a los pobres como métodos de acción política para formar una nueva generación de católicos involucrados en política. En el fondo, fue criticado por los ultraconservadores por miedo. El miedo es el peor consejero. En materia de diálogo interreligioso, propuso respetar el camino que, en conciencia, realizan las personas, aun cuando no simpatizan con la Iglesia Católica y pertenecen a otras denominaciones religiosas muy diversas.
Por el lado ultraliberal, aparentemente progresista y de avanzadas, el papa fue muy tolerante con una sola excepción. No toleraba a esos progresistas con ideas exóticas de cómo modernizar a la Iglesia desde una cómoda oficina con aire acondicionado en Alemania. Fue enormemente paciente con experiencias de avanzada, mientras no fueran burguesas. ¿Por qué el papa era tan crítico a esto? Porque la verdad es que cuando la Iglesia tiene que progresar y avanzar no lo debe de hacer por moda o por ajuste a las costumbres de la época, sino realmente por fidelidad y radicalidad evangélica.
Reforma de la Iglesia
Hay mucha expectativa sobre el Cónclave y, considerando el secretismo del proceso, es muy difícil saber qué vendrá. ¿Existe un antes y un después de Francisco? ¿Hay avances que ya no podrán retroceder más allá de la línea del nuevo sucesor?
—El gran proceso de reforma no lo inauguró Francisco, lo inauguró el Concilio Vaticano II. Y por eso creo que el proceso de reforma sinodal de la Iglesia es prácticamente irreversible. Que los laicos, las mujeres, las consagradas o no consagradas tengan un mayor protagonismo y que todos podamos participar de una manera más cálida, más incluyente, me parece que es irreversible. Por supuesto, el nuevo papa traerá su propia personalidad, formación, sensibilidad.
Además, hay un dato importante. La gran mayoría de los cardenales que participarán en el Cónclave fueron elegidos por el propio papa Francisco, simpatizan en términos generales con este proceso de reforma. Por eso yo creo que habrá una feliz continuidad creativa con el nuevo papa, sea quien sea.
Futuro de la Iglesia
¿Cómo ve el futuro de la Iglesia Católica en Latinoamérica?
—América Latina sigue siendo la región con más católicos en el mundo. El 48% de la Iglesia Católica está situado en América Latina. Si analizamos un poco las tendencias demográficas en Estados Unidos, el 46% de la Iglesia es de origen hispano. En algunos países se ha presentado un deterioro de pertenencia a la iglesia como Brasil o Chile, donde la caída ha sido muy vertical en los últimos 10 o 15 años. En otros hay alguna erosión, pero no tan grave, el caso es México por la secularización y por otros fenómenos, pero seguimos teniendo cada 12 de diciembre más de 10 millones de peregrinos solo en el santuario de la Ciudad de México.
Con sus claroscuros, América Latina sigue siendo muy importante.
Aquí en Europa, cada obispo es bastante autónomo e independiente. Cosas como las conferencias generales latinoamericanas no se ven. Esto a los latinoamericanos nos cuesta trabajo entenderlo. No existe en Europa ni en Asia ni en África. Seguramente el papa que venga será un papa global que mirará toda esta realidad compleja, el nuevo juego de poderes que se está estableciendo a nivel mundial y tendrá que ayudarnos como Iglesia a posicionarnos de una manera inteligente y evangélica en medio de un escenario inédito que todos estamos viviendo.
¿Cómo debe ser recordado Francisco en la historia?
—Va a ser recordado como un papa que colocó a la misericordia en el centro y como un papa reformador. Un papa valiente y alegre que ayudó a desarmar lo que Benedicto XVI llamaba el moralismo.