Pareciera que vivimos en un mundo post todo. Posmaterialismo, posmodernismo, es decir, posterior a todo lo vivido. Este interregno se está haciendo demasiado largo. Desde el fracaso del fin de la historia con Fukuyama, le señalamos post a algo para denotar que ya no existe lo que alguna vez fueron nuestras certidumbres y que recién podemos colegir si realmente se acabaron. Lo interesante es que en este nuevo siglo que estamos por fin comenzando, el cambio es de consignas pero no de actores. La tensión Este-Oeste no se acaba. Quienes lucharon en el fin de la guerra fría contra los soviéticos en las puertas de Kabul, terminaron haciéndolo dos décadas después contra Occidente, y en particular los Estados Unidos. Solo Ucrania viene a ocupar el lugar que los países balcánicos tuvieron hace un siglo, el único cambio real de actores.
Por eso cabe preguntarse ahora: ¿qué viene? Occidente, y en especial el mundo desarrollado, descubrió que el mundo árabe, África y muchos lugares en América Latina no han sido tocados por el posmaterialismo. Es decir, en este planeta hay quienes viven en la abundancia, quienes tienen la posibilidad de preocuparse del medioambiente, el futuro del alma o el disfrute de un estómago lleno. Sin embargo, existe otra mitad, la de los que nunca han llamado por teléfono, para quienes comer es la lucha diaria y vivir bajo el feudalismo medieval es una realidad brutal. Ese es quizás el efecto de la globalización sobre este siglo: asumir que vivimos en un planeta pero varios mundos. Así como los últimos dos siglos fueron de los derechos de Occidente, este será de la igualdad planetaria. Solo así, tal vez algún día las demandas posmateriales puedan ser globales y no un problema reducido a las calles de Boston o Ámsterdam.