El economista y profesor universitario Ángel Alvarado fue electo diputado a la Asamblea Nacional de Venezuela en el año 2015 como parte de la coalición opositora Mesa de la Unidad Democrática. Dentro del poder legislativo trabajó como miembro de la Comisión Permanente de Finanzas y Desarrollo Económico y fue uno de los principales voceros económicos de la fracción democrática.
Su carrera política no comenzó en el Parlamento: desde el importante movimiento estudiantil universitario y junto con compañeros de varios centros de estudio estuvo entre los fundadores de la red FORMA, para la formación política de la juventud. Entre 2008 y 2015 fue colaborador desde diversas posiciones de la Alcaldía del municipio Sucre, posiblemente uno de los más complejos de Venezuela. Dentro de su activismo, también ha sido promotor del programa Alimenta La Solidaridad, como modelo de organización comunitaria para la nutrición de poblaciones vulnerables. En cada uno de estos espacios, Ángel ha intentado promover una visión moderna de las políticas públicas en el país con un elevado sentido social, y en concreto, una transformación sostenible y más equitativa de nuestra economía, ante una crisis prolongada que ha destruido los ingresos de las familias venezolanas, así como buena parte de su tejido social.
En medio de la creciente represión estatal, Alvarado aún permanece en el país. Nos reunimos con él desde la redacción de Diálogo Político para conversar sobre la situación económica en Venezuela y las implicaciones que esto pueda tener para los esfuerzos de promoción democrática en el país.
Se ha planteado que en Venezuela hay una apertura económica; que las viejas restricciones socialistas se han dejado de lado por un nuevo ambiente de libertades y reducción del gasto público. En algunas ciudades, emergen «bodegones» (comercios de bienes importados con poca regulación) pero también nuevas ofertas de bienes y servicios. El dólar norteamericano, el peso colombiano y otras monedas circulan con bastante desenfado, y hasta algunos servicios públicos están anclados discretamente a divisas. Tanto es el cambio en los últimos dos años que ha sido señalado por críticos a la izquierda del régimen chavista como una traición «neoliberal» a los principios de la Revolución, porque a la vez se constata que la calidad de vida solo ha cambiado para unos pocos. ¿Qué está pasando?
-Lo que estamos viendo es la crisis y colapso del petroestado. En Venezuela, con los ingresos petroleros recibidos a lo largo del siglo XX, a partir de las décadas de 1920 y 1930 se generó una dinámica en la que el principal motor de la economía nacional era el ingreso por los impuestos a la exportación petrolera. Esta dinámica posibilitó una enorme inversión pública en infraestructura, que sirvió para una importante modernización y para una significativa inversión social, pero también para la penetración del Estado en diversos ámbitos de lo social, fundamentalmente en lo económico. El petroestado llegó a su cenit en la década de 1970, con la nacionalización de la industria petrolera, y pese a intentos coyunturales de reforma, fue exacerbado durante la primera década de este siglo. Ese petroestado colapsó a partir de 2014, tanto por el shock externo de la baja de los precios petroleros como por las circunstancias concretas de la industria en el país: la corrupción, la sustitución de cuadros técnicos en la estatal petrolera PDVSA, la expansión de las tareas no petroleras de dicha corporación y las expropiaciones sobre convenios de cooperación con empresas privadas en el área. Se creó un Estado que dejó de ser propiamente un petroestado, sino un Estado depredador de la vida económica privada y pública, incluyendo a la industria petrolera, por razones tanto ideológicas como de ambición de poder. Con esta nueva dinámica, y con un sector económico privado muy disminuido, el colapso de la economía petrolera pone en riesgo fuentes de ingresos del Estado, y a la capacidad de distribución de renta desde la propia Revolución. Somos hoy testigos de un Estado que ha destruido su propia red de servicios públicos, por medio de subsidios y créditos baratos; que ha destruido la moneda, debilitando el control de la política monetaria por el Banco Central, y que se verifica en la crisis ya prolongada de abastecimiento y consumo.
Sin embargo, hay una especie de viraje, del cual hemos hablado desde al menos 2018… Siguiendo de algún modo los ejemplos de China y Vietnam (e incluso el Singapur de Lee Kwan Yew), se ha planteado que puede continuar un control político de partido único con aperturas económicas completamente liberales. La dominación política sigue allí, acaso más consolidada. Sí existen nuevas fortunas, pero fortunas vinculadas al Estado, en tanto que el chavismo está forjando sus nuevos grupos al margen de los otrora tradicionales (como los representados en las organizaciones empresariales históricas como Fedecámaras), y entre ambos coinciden en empujar a ciertas reformas. Hay un gran cansancio entre los grupos económicos por el costo creciente de perseguir cambios políticos, un gran desgaste en la relación entre el empresariado y la política: se ve hoy que para muchos es más crucial la supervivencia dentro del statu quo, con la restauración de derechos económicos. El parque empresarial está envejecido, sobreviviendo con dificultades ante el influjo de productos extranjeros que llenan los espacios del mercado sin mayor regulación.
En esa situación que has descrito como un nuevo modelo, ¿cómo es la vida de la familia venezolana promedio? ¿De dónde obtienen sus ingresos? ¿Qué priorizan?
-Este nuevo modelo del que hemos hablado tiene como principal característica la dolarización, el libre comercio, la ausencia del Estado, y con ello, la ampliación de la brecha social, que genera más desigualdades en una sociedad que ya era pobre. Es decir, desigualdad en la pobreza, en una economía que ya se había empobrecido. Recordemos que siete de cada diez venezolanos viven bajo la línea de pobreza, pero encontramos que hoy en esa pobreza hay matices. Estudios recientes, como los de ANOVA, revelan que el 10 % más rico de la sociedad venezolana, en los últimos dos años, había aumentado sus ingresos en 116 %, mientras que el 10 % más pobre había reducido sus ingresos en más del 50 %. Es decir, los venezolanos más ricos duplicaron sus ingresos, mientras que los más pobres los redujeron a la mitad. Este es el rasgo más típico de este nuevo modelo: mayores libertades económicas pero con una contracción de la actividad redistributiva del Estado que, sin una red de atención ni de seguridad social sólida, y con carencias en el sistema sanitario y educativo, está ampliando muchísimo la brecha. Y eso se va a mantener mientras el Estado siga en un colapso, generando unas burbujas económicas, unos bolsones de la sociedad de derroche ante grandes zonas de pobreza, que no genera prosperidad para todos, y que, en definitiva, viene a agravar los problemas sociales no resueltos.
Esa desigualdad en la pobreza se verifica como un problema acuciante. Se ha dicho que esta desigualdad radica esencialmente en el acceso, o no, a divisas extranjeras, dada la disolución del Bolívar, la moneda nacional. ¿De dónde vienen los dólares que circulan en el país?
-Los dólares que circulan en el país tienen un origen que no es completamente claro para nadie. Fíjate que cuando se dolariza la economía en Venezuela de manera fáctica, el FMI publica un estudio que indica que, por primera vez en la historia, la pieza monetaria con mayor circulación ya no era el billete de un dólar, sino el de cien dólares. No es una circulación ordinaria, que venga de actividades de menudeo en una economía abierta, sino del impacto brutal de 2500 millones de dólares en efectivo, más todo lo que circula en transferencias entre cuentas en dólares y otras plataformas distintas. Cantidades milmillonarias. Hay restaurantes en Caracas que facturan millones en transferencias que no entran al sistema venezolano, sino que están en el sistema financiero internacional. Y así también la compra y venta de vehículos, apartamentos… No todo lo que circula es completamente negro e ilícito, sino que se solapa lo ilícito y lo lícito. Ahora, ¿cómo entraron esos dólares? Sería difícil pensar que esa cantidad extraordinaria entró con vuelos entre Caracas y ciudades del Caribe. Muy posiblemente son dólares derivados de ventas directas de hidrocarburos en efectivo, especialmente en el Sudeste Asiático, que entran al sistema y empiezan a circular, sin descartar la economía sumergida que funciona en toda la región.
En este panorama, y con la abundante emigración venezolana, ¿qué papel juegan las remesas en las economías familiares? ¿Son un porcentaje significativo?
-Las remesas, sin duda, se han convertido en algo nuevo para Venezuela. Históricamente, Venezuela había sido un país emisor de remesas; desde los 1950 hasta la década del 2000, salían remesas a Portugal, Italia, España, Colombia, Argentina, Ecuador, Uruguay y otros países… Pero ahora los venezolanos se han visto forzados a emigrar y, con ello, a enviar remesas a sus familias en el país. Por supuesto, el cheque que mandaba el inmigrante español a, digamos, Canarias en 1970 no es el mismo monto que manda el venezolano emigrado en gran precariedad en la región, especialmente en un mundo en pandemia. Uno ha oído anécdotas de amigos, descendientes de inmigrantes, de cómo en ciertas partes del mundo había temporadas especiales a la espera del «cheque de Venezuela». Hoy, en encuestas se verifica que poco más de un millón de venezolanos en el extranjero envían remesas. ¿Qué significa esto? ¿Acaso son muy pocos emigrantes? Esta no parece ser la situación; más bien, que la gente no revela que está recibiendo remesas, o que incluso las condiciones de nuestra emigración sean mucho más precarias: están sobreviviendo ellos y no pueden enviar remesas. Otro factor que puede influir en esto es que la emigración consiste en grupos familiares enteros, de modo que no tienen a quién mandar nada al país. Esto no quiere decir que las remesas no sean un factor relevante, especialmente en los últimos cuatro o cinco años, pero sigue siendo un fenómeno que no comprendemos por completo, en una economía muy informal, donde las remesas no entran al sistema financiero sino en transferencias de cuentas y permutas, que hacen difícil establecer fielmente cuáles son los montos que se reciben. No podemos decir aún que Venezuela, como sí es el caso de algunos países centroamericanos, viva de las remesas. Aun hoy, el principal ingreso es la renta petrolera, incluso del modo exiguo en que se obtiene. Las inversiones importantes y el motor de la recuperación económica siguen teniendo como su fundamento el petróleo.
Hubo un intento oficial de superar el problema monetario por medio de las criptomonedas. Nicolás Maduro estableció el petro en el año 2018, y se lo incorporó a mecanismos de cuenta en el país. ¿Ha sido el petro una herramienta monetaria de importancia?
–El petro murió al nacer. No sólo por sus inconsistencias, sino además al haber sido sometido a las sanciones económicas de los Estados Unidos, por lo que carece de una transabilidad real en el mundo de las criptomonedas. La única importancia que ha tenido en el país es que potenció inadvertidamente la dolarización, puesto que al poner a esta como una suerte de moneda oficial, y adjudicarle un valor fijo en dólares, el Estado ancló el valor de varios servicios, tasas y otras cargas a la divisa extranjera, indexándolas. Al decir que un pasaporte son tres petros, o que tal gestión es un petro, queda implícita la referencia al dólar. Pero, más allá de esto, no ha tenido ninguna relevancia como fuente de financiamiento o evasión de sanciones para Nicolás Maduro.
Pasemos a hablar de la actividad comunitaria y las alternativas locales a la satisfacción de necesidades humanitarias, esenciales ante esta situación que describes de desigualdad en pobreza. ¿Qué nos puedes decir de la experiencia de Alimenta La Solidaridad? ¿Cuáles son sus perspectivas ante las amenazas del Estado sobre las organizaciones autónomas? ¿Qué pasa con el planteamiento del Estado comunal?
-Yo fui fundador de FORMA en el 2002, 2003, y desde entonces he tenido conciencia de que estamos en un entorno de vocación totalitaria, que ahoga todos los espacios de la sociedad. Tengo veinte años acostumbrado a trabajar en este entorno de persecución. Y cuando nace Alimenta La Solidaridad, en Petare —el barrio o favela más denso de Venezuela y una de las más grandes de Sudamérica—, nace como respuesta a la emergencia humanitaria compleja que veía explotar en mi cara, y ante la cual lo que yo podía hacer desde la Asamblea Nacional como diputado, para evitar que eso siguiera avanzando, era insuficiente. Así, me vi obligado moralmente a hacer algo: comenzamos con un comedor de treinta niños en el sur de Petare, con un financiamiento propio del equipo que lidera la organización —especialmente Andrés Schloeter, Pedro Méndez y yo—, para comprar comida a estos niños en situación de riesgo, que se iban a morir de hambre. Cuando comenzamos esa iniciativa, mucha gente empezó a apoyarnos con donaciones, con lo poco que tenían, y que se ha proyectado en comunidades en todo el país; en Petare llegamos a alimentar regularmente a alrededor de cuatro mil niños. Estamos claros que nos encontramos en un entorno totalitario, pero eso no nos debe inhibir de cumplir nuestro deber, de hacer lo que nos corresponde, y de obedecer a nuestras conciencias que entonces nos llamaban a una acción social mucho más intensa. Alimenta La Solidaridad es una iniciativa humanitaria, pero que responde a una visión global, de hace muchos años, de lograr un desarrollo sostenible e inclusivo en las comunidades más pobres de Venezuela.
Sin duda, este contexto autoritario y de vocación totalitaria desde el Estado tiene efectos en las políticas públicas y cómo se diseñan, esencialmente irresponsables hacia la sociedad. Históricamente, la Revolución bolivariana ha hablado de una «guerra económica», desestimando los efectos que sus políticas concretas han tenido sobre la economía y la vida social. Se ha planteado que el problema venezolano no es el de la mala administración del Estado, ni siquiera el de los precios del petróleo, sino el de los efectos de las sanciones de Occidente sobre el país, incluso por voces que no son cercanas al gobierno: se hace énfasis en la situación de los combustibles o el acceso a medicinas. ¿No sería necesario replantear esos mecanismos de presión? ¿Puede la oposición democrática venezolana hacer algo al respecto?
-Las sanciones han sido parte de la progresiva lucha del hemisferio por buscar salidas al problema venezolano. El esquema de sanciones sobre la economía genera dificultades sumamente serias a los venezolanos, no necesariamente por sí mismas sino por el fenómeno de overcompliance, de sobrecumplimiento, especialmente en el sistema financiero. En el año 2017, cuando el Estado se propuso seguir con una Asamblea Nacional Constituyente, imploré a Maduro no seguir con ese proyecto, porque los costos sobre la economía iban a ser gigantescos. Lo declaré con mucha fuerza, porque parecía que a Maduro no le importaba meterse y meter al país en un esquema de sanciones. Lamentablemente nos encontramos en esta situación, muy complicada, y ellos se han dado cuenta de que las sanciones tienen un efecto muy importante, y es por eso que buscan que estas sean levantadas por todas las vías posibles, pero sin comprometer su poder. Por eso, posiblemente, están dispuestos a hacer concesiones de derechos económicos y hasta de derechos políticos a cambio de su levantamiento. Claro, ese es el objetivo de las sanciones. Pero esto no es inmediato; no es que se impone una sanción y al poco tiempo tienes un cambio de conducta: hay unos hábitos autocráticos muy arraigados que no se podrán cambiar de la noche a la mañana. Dicho eso, creo que el objetivo de las sanciones ha sido siempre el cambio político, pero hasta ahora solo han generado un cambio económico: no hablamos de eso al principio, pero lo cierto es que gran parte de las reformas son producto de la presión derivada de las sanciones. Por otro lado, las sanciones excluyen, y deben excluir, los temas humanitarios; no deberían afectar la entrada de ayuda humanitaria, pero lamentablemente han tenido efectos adversos sobre esto, y por eso se han buscado corregir con licencias específicas sobre el ingreso de medicinas, uso y acceso a puertos venezolanos, y ciertos combustibles. La administración de Biden ha estado revisando esto, para minimizar la magnitud en que los venezolanos pagamos las consecuencias de la permanencia de Nicolás Maduro en el poder.
Hay sectores de la sociedad civil organizada —y mencionaste a Fedecámaras—, que están viendo críticamente el liderazgo político-partidista en el movimiento democrático venezolano, y que a su vez plantean un acercamiento al Estado, desde una serie de conversaciones sectoriales, entre cuyos ejes estaría una reforma económica. Más allá del agotamiento político que comentabas, ¿cómo observas las relaciones entre las organizaciones de la sociedad civil y los partidos?
-Yo creo que es fundamental el empoderamiento de la sociedad, la toma de conciencia del poder de la sociedad civil, y de su participación política para lograr la transición. Si en Venezuela no hemos logrado una transición, también es responsabilidad de una sociedad civil desarticulada, sin voz propia y sin conciencia propia. Hemos echado en falta sindicatos organizados y con autoridad, como Solidaridad, en Polonia; parte de la destrucción de los salarios se debe a que no ha habido la posibilidad de organizar gremios y sindicatos a esa escala. Así también grupos organizados de intelectuales, como los que insurgieron nucleados alrededor de Václav Havel, son fundamentales para enfrentar a un Estado totalitario, y la generación de tracción para presionar hacia una transición política. Así que, en la medida que la sociedad se hace más fuerte, más empoderada, estaremos más cerca de un cambio en Venezuela.
Por último, nos gustaría hablar de este fenómeno del llamado «nuevo extractivismo». Se anuncia la explotación de minerales distintos a los hidrocarburos, como el oro o el coltán, como un nuevo mecanismo de generación de renta, y como alternativas a la economía petrolera. El Arco Minero al sur del Orinoco reúne intereses muy variados dentro y fuera del Estado. ¿Qué sentido efectivo tiene esto?
-Es muy difícil atraer capitales de cierta importancia que inviertan en la periferia en Venezuela, cuando incluso sectores de la ciudad capital son vulnerables a la violencia de delincuentes que ocupan grandes sectores del territorio, como ocurrió hace unas semanas con el Koki y sus bandas armadas. Parece estar descartada la inversión extranjera que sea capaz de generar una gran industria, mientras Nicolás Maduro no muestre capacidad de control territorial efectivo. Venezuela tiene el reto de enfrentarse más bien a la transición energética: la industria petrolera, que es y seguirá siendo la fuente de ingresos más grande de Venezuela, está completamente amenazada cuando, a raíz del Acuerdo de París que demanda la reducción progresiva de hasta 70 % de la demanda mundial de hidrocarburos, por la huella de carbono que genera. Se está cerrando una ventana de oportunidad de potenciar la economía con los combustibles fósiles, pero se abre la oportunidad para las energías renovables. Venezuela debe culminar su etapa en esa oportunidad que se cierra, e insertarse en las energías renovables. Por su posición, capacidades y recursos, Venezuela está llamada a ser un hub energético importante, el más importante del hemisferio occidental. La oportunidad que tenemos es ver cómo transformamos la renta que aún se pueda extraer de la ventana de oportunidad que se está cerrando con el petróleo, para que en un cortísimo tiempo podamos ir hacia una economía basada en el conocimiento, basada en la innovación, basada en las ciencias, tecnologías y matemáticas, y es por eso que me preocupa muchísimo la destrucción del sistema educativo a todos los niveles. Estamos copiando las aperturas económicas del Asia sin sus elementos educativos. El nivel de los niños en capacidades verbales y matemáticas es bajo, así como su desarrollo cognitivo, a causa de la desnutrición. La oportunidad está allí, y hay que explorarla porque no hay otra opción, y para ello hay ejemplos como el de Singapur. Pensar que solo se depende de un cambio político, y que esto permitirá inversiones petroleras, es pensar en algo que ya no existe ni volverá. El Arco Minero no puede ser la fuente de riqueza, aunque existan esos recursos. La riqueza está en el desarrollo del elemento humano, y el extractivismo que nos trajo a esta situación ya pasó.
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