Argentina: inmersa en una crisis que no debate

La tierra prometida para millones de inmigrantes perdió el encanto y va camino a la peor crisis de su historia. […]
12 Oct, 2020
Buenos Aires en pandemia | Foto: Shutterstock

Articulo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

La tierra prometida para millones de inmigrantes perdió el encanto y va camino a la peor crisis de su historia. Mientras tanto, la dirigencia política mira hacia otro lado y el descontento de la ciudadanía crece.

La Argentina ingresó en un sinuoso camino de oscuridad en el que no ve luz al final del túnel. La pandemia aceleró el proceso, pero no es la causa principal. Su máxima responsabilidad fue exponer un sistema que en las últimas décadas solo supo construir pobreza y exclusión. Frente a esto, la propia dirigencia política sigue sin discutir reformas estructurales que permitan enderezar el rumbo, y el descontento de la ciudadanía no se detiene.

El país se enfrentó al coronavirus con doce años de declive en la espalda. Del 2008 a hoy la película muestra: más pobreza, estancamiento del empleo, mayor presión tributaria, un PBI que solo creció ante la necesidad electoral y una sociedad que se fue polarizando al ritmo del enfrentamiento político entre las dos principales fuerzas. Con este escenario, la primera reacción de los principales líderes ante la llegada del coronavirus fue positiva. Un país apoyó y hasta pareció que, al menos por un rato, la Argentina era ejemplo en el mundo. Sin embargo, como manda la historia, duró poco. El país migró, del éxito en la estrategia, al fracaso; de la unidad nacional, a la división. De un extremo al otro, sin escala.

Con pocas semanas de diferencia, Alberto Fernández pasó de llamar amigo a Horacio Rodríguez Larreta, jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y principal líder opositor, a castigarlo quitándole dinero de la coparticipación. El mensaje oficial de unidad y la política de consenso que eligió el presidente al inicio de la pandemia se desplomó con el correr de los meses y fue reemplazada por la agenda de Cristina Kirchner, sujeta a sus necesidades judiciales. El cambio tuvo su costo: Fernández perdió 30 % de imagen positiva en siete meses.

El Gobierno, sitiado por el rol de la vicepresidenta y las internas entre las distintas fuerzas políticas que conforman la coalición, impone al manejo de la crisis una lógica populista, tal la define el expresidente de España, Felipe González: «Respuestas simples a problemas complejos, siempre buscando un culpable». Las respuestas se centran en subir impuestos y cerrar aún más la economía. ¿Los culpables? La herencia del gobierno de Mauricio Macri y las consecuencias de la pandemia.

Números que no se discuten

El fracaso de la tierra prometida no se dio por la pandemia, sino que lleva años de decadencia. La Argentina no puede perforar el piso de 25 % de pobreza desde hace más de 25 años. Tiene uno de los Estados más grandes del planeta con una presión impositiva comparable con la de los países nórdicos, pero con infraestructura y servicios del tercer mundo. En lugar de medir el funcionamiento del Estado por su eficiencia, en la Argentina se lo hace por su tamaño. Por eso, en los últimos veinte años creció exponencialmente. Sumados los programas que otorgó el Gobierno durante la pandemia, hoy en la Argentina más del 50 % de la población depende del Estado.

Tamaña expansión del sector público —acompañada de una contracción del sector privado— se volvió imposible de financiar. Las recetas que se utilizan para cubrir el déficit fiscal año a año son parte del problema: más presión impositiva, emisión monetaria o deuda externa descontrolada. Todo esto se traduce en menos inversión, menos trabajo, menos crecimiento, más inflación y más pobreza.

El último informe que dio a conocer el organismo oficial de índices y estadísticas (INDEC) da cuenta de la magnitud de la crisis que la Argentina ya atraviesa. El PBI tuvo la peor caída de su historia (19,1 %) en el segundo trimestre del año. Los indicadores arrojan que, durante dicho período, la inversión cayó un 38,4 %, la importación un 30,1 %, las exportaciones un 11,7 %, el consumo privado un 22,3 %, la construcción un 52,1 % y la industria un 20,8 %. La pobreza durante el primer semestre del año ascendió al 40,9 % de la población y la estimación del Banco Mundial indica que la caída del PBI en todo el 2020 será del 12,3 %, lo que arroja un pronóstico alarmante: se espera que para fin de año una de cada dos personas sea pobre.

El relato de un modelo de país productivo con eje principal en la generación de trabajo que intenta instalar la gestión de Alberto Fernández choca con la realidad: el dólar sube y el peso argentino cada vez vale menos, las empresas se van del país y las medidas económicas anunciadas en los últimos días no revirtieron la desconfianza que reina. Por primera vez en mucho tiempo en la Argentina, un gobierno de corte populista debe gobernar sin plata, algo a lo que no está acostumbrado. La escasez de respuestas al problema también sirve como evidencia.

La política construye su propio fracaso

Pese a los catastróficos números, en la Argentina no se debaten reformas para salir de la crisis y la fractura entre la clase política y la ciudadanía se hace cada vez más profunda. Gran parte de la sociedad, tal como ocurre en otros países de América Latina, se está despertando lentamente de un largo letargo y se manifiesta en las calles contra la falta de respuestas. Argentina sorteó la ola de estallidos de 2019 que se dio en la región, por tener una elección presidencial por delante. A ese mismo escenario hoy se le suman escándalos políticos de manera crónica, la profundización de graves problemas socioeconómicos y el desgaste de la cuarentena más larga del mundo, lo que presenta un futuro incierto.

Para retomar la senda de un verdadero desarrollo sostenido a partir de la generación de trabajo y la consecuente baja de la pobreza, el país va a necesitar mucho tiempo. Para eso se necesitan políticas públicas consensuadas entre todos los actores de poder que se transformen en políticas de Estado. Se necesita una verdadera vocación por alcanzar acuerdos, algo que hoy no se vislumbra realizable.

 

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La Argentina debe iniciar un sincero debate de reformas profundas. Debe discutir un nuevo sistema impositivo y fiscal, leyes laborales modernas, un impulso a la innovación tecnológica, el fomento al sector agropecuario con incentivos reales y la obligación de tener una política exterior inteligente y no ideologizada. De no acordar en estos puntos, las soluciones siempre serán de corto plazo y jamás brindarán seguridad jurídica ni estabilidad a un país que la precisa en carácter de urgencia.

La política debe cambiar el rumbo y evitar la fractura definitiva con la ciudadanía. De lo contrario, la expresión popular que se vayan todos, que marcó a la crisis del 2001, podría comenzar a escucharse nuevamente y, en ese momento, ya será demasiado tarde.

Sebastian Chiappe

Licenciado en Comunicación Periodística en la Universidad Católica Argentina. Maestrando en Políticas Públicas en la Universidad Austral. Consultor político. Jefe de despacho en el Congreso de la Nación Argentina

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