¿Qué cambió en términos políticos desde entonces? Analizamos cinco réplicas de la pandemia que, aún hoy, siguen marcando el pulso del presente.
1. Creciente escepticismo con la política
El 2020 fue el año del regreso del Estado: los gobiernos se convirtieron en el eje de la respuesta a la crisis. Sin embargo, lejos de consolidar la confianza en las instituciones, la pandemia terminó profundizando el escepticismo hacia la política tradicional.
La confianza en los gobiernos experimentó un “efecto burbuja” en los primeros meses de crisis, pero una vez disipado el miedo, las expectativas insatisfechas generaron un giro negativo. Hoy, los estudios de opinión muestran que, en la mayoría de los países, la credibilidad de los partidos, el Congreso y los líderes políticos se encuentra en mínimos históricos.
Esto es algo que se observa analizando datos de aprobación presidencial de distintos poderes ejecutivos en varias regiones del mundo. El gráfico a continuación presenta el promedio mensual de 18 países de América Latina, América del Norte y Europa desde el año 2020 hasta la fecha. Si bien en los últimos meses dos de esas regiones mostraron un repunte en los niveles de apoyo social, la tendencia ha sido a la baja y por debajo del 50% de valoración positiva. Una visualización de los tiempos que corren.

2. Gobiernos más débiles y popularidades fragmentadas
El ciclo postpandemia consolidó un rasgo central del liderazgo contemporáneo: los gobiernos cada vez duran menos y su popularidad es más frágil.
Si en el siglo XX las administraciones tenían márgenes de maniobra para construir apoyo a lo largo del tiempo, hoy el desgaste es instantáneo. Las “lunas de miel” políticas se han acortado drásticamente y la volatilidad de la opinión pública se ha convertido en una constante.
Los datos del Observatorio Pulsar UBA muestran que, en promedio, la aprobación presidencial global no logra recuperarse y en la mayoría de los países hay niveles de rechazo muy similares. Esto es algo que puede verse en la evolución semestral del apoyo social a los poderes ejecutivos desde el inicio de la pandemia hasta la fecha. El gráfico a continuación presenta los mismos datos que el anterior, pero presentado por semestres. Si al comienzo de la pandemia el promedio de los 18 países de nuestra base de datos rondaba el 50%, a la fecha los líderes políticos no logran romper el nuevo techo del 40%.

Esto, sin dudas, tiene su correlato en términos institucionales, dado que la mayoría de los gobiernos son minoritarios y no cuentan con capacidad para generar grandes consensos. Esta dinámica ha transformado la gobernabilidad en un ejercicio de resistencia más que de construcción. Mandatarios que arrancan con altos niveles de apoyo pueden caer en cuestión de meses. La pregunta ya no es si los gobiernos pierden popularidad, sino cuán rápido lo hacen.
3. Emergencia de outsiders y nuevos partidos
La crisis de confianza en la política tradicional ha abierto la puerta a liderazgos disruptivos. El covid-19 fue el punto de quiebre para una tendencia que venía en ascenso: la irrupción de outsiders con discursos anti-élite y la fragmentación de los sistemas de partidos.
El populismo, lejos de haber sido un fenómeno de la década anterior, ha mutado hacia nuevas expresiones: desde figuras de extrema derecha que desafían los consensos democráticos hasta candidatos sin trayectoria política que canalizan el enojo social.
En América Latina, la postpandemia ha sido un terreno fértil para el ascenso de fuerzas políticas que rompen con la lógica partidaria tradicional. Por otra parte, en Europa los partidos antiestablishment han consolidado su influencia en múltiples escenarios electorales. En Estados Unidos, el trumpismo sigue marcando la agenda más allá de Trump.
Lo que une a estos liderazgos no es una ideología en común, sino un diagnóstico compartido: la política está en crisis y las reglas del juego deben ser desafiadas.
4. Una sociedad civil escéptica ante la autoridad
Uno de los efectos más duraderos de la pandemia ha sido la erosión de los símbolos tradicionales de autoridad. La pandemia puso en crisis la idea de que los gobiernos, los expertos y los medios de comunicación podían ofrecer respuestas claras y confiables.
La sobrecarga informativa, la propagación de teorías conspirativas y la polarización extrema han generado lo que algunos llaman una crisis epistémica: el colapso de los marcos compartidos de verdad.
La postpandemia consolidó una sociedad civil que desconfía de los mecanismos tradicionales de legitimación. Esto afecta desde la autoridad política hasta la credibilidad de la ciencia y los medios. En este contexto, el descrédito no solo golpea a los gobiernos, sino también a las instituciones del conocimiento, debilitando el espacio común de deliberación pública.
Las consecuencias de este fenómeno son profundas: cuando la legitimidad es precaria y la verdad es relativa, la política se vuelve un campo de batalla permanente donde todo puede ser cuestionado.

5. La persistencia de un ciclo de desconfianza
La política sigue marcada por el ciclo de desconfianza que la pandemia profundizó. La base de datos de Aprobación Presidencial muestra que la media de aprobación presidencial global sigue estancada entre el 30% y 40%, muy lejos de los niveles antes del covid-19. Tal como se puede ver en el gráfico a continuación, esto es algo que afecta a más de la mitad de los presidentes y primeros ministros que monitoreamos mensualmente desde el año 2020 hasta la fecha. Solo algunas excepciones, tal como puede observarse, se ubican (o ubicaron) por encima o cerca del 50% de apoyo social.

En resumen, el nuevo escenario está marcado por las siguientes claves:
- Alta volatilidad: La aprobación de los presidentes fluctúa más rápido que antes. Los líderes que comienzan con altos niveles de apoyo pueden desplomarse en meses.
- Desgaste acelerado: Las “lunas de miel” post-electorales son más cortas. Gobiernos recién asumidos enfrentan cuestionamientos inmediatos.
- Polarización persistente: En muchos países, la pandemia profundizó la fragmentación política y la desconfianza en las instituciones.
A cinco años del inicio de la pandemia, sus efectos siguen presentes en la política global. No se trata solo de las consecuencias económicas o sociales, sino de una transformación más profunda: la crisis de confianza en la política, la fragmentación de los liderazgos, la erosión de la autoridad y la falta de un horizonte claro.
La postpandemia no trajo un nuevo orden, sino una incertidumbre estructural. En este escenario, la pregunta no es solo qué cambió con la pandemia, sino que es lo que quedó en pie.