El presidente aplica el manual de la desinformación en su despedida de la Casa Blanca.
Si los abogados del presidente de los Estados Unidos están en lo cierto, este país acaba de padecer uno de los fraudes electorales más sofisticados y exitosos de la historia, una verdadera trama conspirativa que tendría unas consecuencias gravísimas, pues pone en duda la fortaleza de los verdaderos cimientos de la democracia más duradera del mundo. Según lo que esos abogados tratan de demostrar en las cortes, la empresa norteamericana que gestiona el software de conteo de votos es en realidad una tapadera para manipular el resultado de las elecciones, en una estrategia que dejó atada y bien atada Hugo Chávez antes de morir.
La letrada Sidney Powell, que trabajó brevemente con el equipo que representa a Donald Trump, describe así a la empresa electoral Dominion y al software que supuestamente emplea, Smartmatic: «Smartmatic y Dominion fueron fundados por dictadores y oligarcas extranjeros para alterar el resultado del escrutinio de votos y para asegurarse de que el dictador venezolano Hugo Chávez nunca perdiera una elección». Según esa versión, ese software llegó a Estados Unidos por medio de fraudes y sobornos, muchos de ellos a políticos republicanos, para de algún modo cambiar el sentido de las elecciones presidenciales y darle la victoria in extremis al demócrata Joe Biden.
Los abogados del presidente, además de varios de sus más fieles portavoces, llevan semanas repitiendo argumentos similares en un último intento de invalidar los resultados y mantener a Trump en la Casa Blanca cuatro años más. Cierto es que Powell es la única que ha tratado de involucrar a Chávez, fallecido en 2013, en todo este entramado, y al ir tan lejos en sus elucubraciones ha sido apartada temporalmente del equipo de abogados más cercano, de forma discreta. Pero la esencia de esa teoría la comparte hasta el propio presidente: ha habido fraude en los estados en los que él ha perdido, por medio de un secuestro subrepticio de las máquinas de recuento electoral.
Sin embargo, como han demostrado hasta ahora todos los jueces que se han encontrado con estas demandas, se trata de invenciones, meras teorías carentes de prueba alguna que las sostenga. No hay pruebas de fraude masivo a gran escala, como se ha visto obligado a admitir el propio fiscal general (ministro de Justicia) del presidente Trump. Dominion, la empresa de conteo electoral, fue fundada en Canadá y hoy está radicada en Colorado. No utiliza el software Smartmatic. No tiene lazo alguno con Venezuela ni con ningún país extranjero, y nunca ha trabajado con Chávez ni con su sucesor, Nicolás Maduro, según han reiterado sus directivos tras las elecciones.
Pero al presidente y sus letrados eso les da igual. Sin pruebas, repiten sus sospechas y actúan de acuerdo con el manual clásico de creación y difusión de desinformación: repitiendo hasta la saciedad sus ideas, ignorando los hechos y las pruebas, apelando a las emociones. En este caso, el presidente sabe perfectamente lo que se hace. Se dirige en redes sociales a esos más de 70 millones de personas que han optado por él y les cuenta que sus votos no han valido para nada, que han sido echados a la basura, que si no se han impuesto a Biden sólo puede ser porque hay fraude.
Una de las definiciones de la desinformación es que esta es en gran parte una verdad emocional, una reacción sentimental, más que un hecho. Si el presidente dice que hay fraude, sus partidarios, enardecidos, sienten que lo hay, porque no han ganado. Si el contrincante ha triunfando, es porque ha habido fraude, aunque no haya pruebas de este. Esta táctica está importada del manual de injerencias y manipulaciones de la ciudadanía que con tanto éxito ha adoptado Rusia, interna y externamente. Por ejemplo, cuando el Kremlin anexó Crimea en 2014, a los rusos les decía que era un acto legal, porque se sentía como legítimo. Que Crimea era rusa era una verdad emocional, además de patriótica.
La diferencia en el caso de Estados Unidos es que, en una democracia, las instituciones sirven de cortafuegos. Es decir, puede que el presidente esté inmerso en un delirio de falsedades, peleando por su permanencia en la Casa Blanca. Pero el proceso electoral es inexorable: los resultados quedan certificados el 14 de diciembre; el Capitolio inaugura legislatura el 3 de enero, y 17 días después toma el cargo quien quiera que haya obtenido más votos, con o sin denuncias de fraude. Solo eso explica que, a pesar de las denuncias de Trump y sus abogados, al final Biden ya esté ejerciendo de presidente electo y haya comenzado a tomar las riendas del país. Son los beneficios de operar en una democracia: la desinformación es una enfermedad, pero de momento no mortal.