La seguridad es uno de los temas principales en toda América Latina. En algunos países eso ya es una tradición de mucho tiempo, como México, El Salvador, Honduras, Brasil y Venezuela. En los últimos años, el tema escaló también en lugares impensados como Chile y Uruguay. No había ningún modelo que sobresaliera en cuanto a su efectividad de manera notable. Por lo que, el caso de la política de Bukele ha cobrado especial relevancia a nivel regional.
El presidente salvadoreño logró su reelección con el 85 % de lo votos luego de una fuerte polémica sobre si la Constitución se lo permitía, gracias al combate a las maras (pandillas locales). Las fotos de los reclusos apilados en la prisión de Tecoluca han dado la vuelta al mundo. Según la ONU, la tasa de homicidios bajó de 106 asesinatos cada 100.000 habitantes en 2015 a 2,4, por debajo del promedio mundial, que es de 8 asesinatos.
La preocupación argentina
La Argentina históricamente fue un país seguro para los estándares regionales. Sin embargo, la inseguridad se convirtió en uno de los dos problemas más importantes a partir la década del los 90. Si bien su situación es mejor que el promedio latinoamericano, el narcotráfico incrementó en algunas zonas como la ciudad de Rosario o Buenos Aires. Si no fuera por la fuerte crisis económica que experimenta el país, la preocupación por los delitos sería sin duda el tema central.
El presidente Javier Milei se planteó desde su asunción centrarse en el combate contra la inflación e inseguridad. Puso al mando del Ministerio de Seguridad a Patricia Bullrich, que compitió como candidata a presidenta el año pasado contra el actual mandatario. Ella ya había ocupado ese cargo en el gobierno de Mauricio Macri, de 2015 a 2019, con resultados positivos según la opinión pública. Ese recuerdo hizo que ella creara una imagen de dura, y utilizó ese rasgo durante su campaña electoral.
Como se sabe, el nuevo presidente se presenta como un gran cambio en todos los aspectos. También en el tema seguridad. Criticó fuertemente la filosofía de los gobiernos kirchneristas en la materia, a los que tilda de “garantistas” (permisivos) dado su enfoque en el respeto de los derechos humanos. En ese sentido, Milei respalda claramente el accionar que viene llevando la ministra Bullrich.
Esperanza en el modelo
De la mano de una fuerte preocupación ciudadana por la inseguridad, la mayoría de la opinión pública avala una represión más dura en la lucha contra el delito, con una especial preocupación por la cuestión del narcotráfico. De modo que, en ese sentido, todo lo que implique reforzar la autoridad policial es visto con beneplácito.
Bullrich visitó El Salvador en junio pasado. En parte por el contexto de preocupación y en parte por la tendencia del presidente y su ministra a sentirse más identificados con la prédica de líderes de una derecha más radical. Como Trump o Bolsonaro. El objetivo fue interiorizarse de los pormenores de la estrategia de represión de las pandillas y firmar un convenio de cooperación. Además, se tomaron una foto con una celda de la prisión, con todo el impacto que eso produce en la Argentina. El propio Bukele recibió a la ministra, con quien ya se había entrevistado en febrero. Todo esto ocurre luego de la asunción del presidente salvadoreño a la que concurrió Javier Milei.

Relevancia simbólica
Toda esa sumatoria de gestos políticos tiene una relevancia simbólica importante para la gestión del presidente argentino que solo lleva siete meses en el cargo. En primer término, porque se asocia a la dureza del salvadoreño como estilo de liderazgo. En segundo lugar, porque en varios estudios de opinión pública en la Argentina surgió la figura del mandatario centroamericano como un modelo a seguir en la temática específica. En tercer término, por todo lo que implica desde el punto de vista del encuadre ideológico. De hecho, en la Conferencia de Política de Acción Conservadora celebrada en Camboriú hace pocos días, se vitoreó la política de combate a la criminalidad llevada a cabo por Bukele.
La asociación le viene como anillo al dedo al gobierno de Milei y su ministra, en una región donde viene cayendo el nivel de satisfacción con la democracia. Mientras, crece el apoyo a que gobiernos no democráticos sí resuelvan los problemas. En situaciones de fuertes crisis en temas centrales, la tolerancia social hacia conductas autocráticas se incrementa sin duda. Quizá Ecuador esté entrando en esta vertiente con el nuevo presidente Daniel Noboa.
Procesos políticos
Más allá de que Milei desee embanderarse con un sector a nivel global, lo cierto es que su liderazgo es más ideológico que el público que lo aprueba, que espera resultados concretos. Por lo tanto, es importante separar el discurso del líder de las percepciones ciudadanas para no realizar asociaciones automáticas que confundirían el nivel de análisis.
Por último, cabe analizar si sería posible alguna extrapolación entre los procesos políticos de ambos países, El Salvador y Argentina. En primer lugar, el país de Milei tiene un tamaño y un nivel de complejidad muy superior a su par centroamericano. En segundo término, el argentino llegó al poder mediante una segunda vuelta, en un escenario de mucha fragmentación. Bukele ya había accedido a la presidencia con una mayoría notable, que reforzó con su reelección. El tercer aspecto son los diferentes niveles de estructuración institucional y sociocultural de cada caso. En la nación sudamericana el poder presidencial está muy equilibrado por la actual composición del Congreso, por un lado. Por el otro, la memoria en materia de violación a los derechos humanos durante la última dictadura actúa como un moderador al respecto.