Donald Trump cumplió cien días como presidente de Estados Unidos. Pero la experiencia vivida parece haber durado 1.460 días, el equivalente a un período completo. Esta percepción tiene sentido si se considera que, entre el 20 de enero y el 24 de abril de su segunda administración firmó 139 órdenes ejecutivas, 37 memorandos y fue protagonista de 39 proclamaciones. Un ritmo frenético que proyecta la imagen de un poder de mando imponente desde la Casa Blanca.
Todo esto, además, como un influencer en redes sociales. The Economist contabilizó el equivalente a unas 4.150 palabras semanales en su red social Truth Social y en X, según un artículo del 24 de abril. Si mantiene este ritmo, al final del mandato, habrá superado el volumen de palabras de la obra En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Se trata de un estilo de comunicación presidencial sin mediaciones institucionales, cara a cara con el pueblo virtual.
La saturación y el salto constante de un tema a otro hacen casi imposible realizar un seguimiento meditado de un conjunto de reformas que tensionan el papel del Estado y las políticas sociales (cuyas raíces se remontan al New Deal y al proyecto de la Gran Sociedad), mientras impulsan un giro copernicano en política exterior.
Los ciudadanos estadounidenses ya tienen una impresión clara sobre el talante de su 47.º presidente en el manejo de la cosa pública. En ese sentido, una encuesta de Washington Post-ABC News-Ipsos, publicada el domingo 27, muestra que el 39 % de los adultos estadounidenses aprueba la gestión de Trump. El 55 % que la desaprueba; un 44% de ellos la desaprueba firmemente. En febrero, esas cifras fueron del 45 % positivas y del 53 % negativas.
Probablemente, lo más impactante para el líder republicano sea que representa el índice de aprobación más bajo que el de cualquier presidente anterior al cumplirse cien días de su primer o segundo mandato.
El gato y el láser
Debe reconocerse el esfuerzo periodístico por hacer comprensibles estos procesos. Pero los medios no pueden evitar que una opinión pública desbordada caiga en la trampa de la superficialidad. Cada nueva acción reemplaza rápidamente a la anterior en la atención, dejando escaso margen para reflexionar sobre el verdadero significado de cada reforma trumpista.
El decano de la Escuela de Periodismo de Columbia, Jelani Cobb, en un conversatorio reciente organizado por el Instituto Reuters, comparó ese fenómeno con el juego del gato y el puntero láser. El gato se siente atraído por el movimiento rápido y errático del punto de luz, que nunca logra alcanzar. De manera similar, al enfocar su atención en una acción de Trump, los medios se ven impulsados a centrarse en otra y luego en otra. Un ciclo incesante.
El periodo de cien días es breve para medir resultados. Pero suficiente para lanzar todas las antiguas certezas en una licuadora, como escribió Mark Leonard del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. ¿Qué certezas? Las que cimentaron a Occidente y establecieron a EEUU como su faro.
Las reformas abarcan temas complejos y diversos. Como el Estado federal, la educación, la energía y el medio ambiente, la salud, la inmigración, la policía y la justicia penal, la tecnología, el comercio y los aranceles. No todos son igual de controversiales ni fáciles de evaluar en menos de cuatro meses de gobierno. Pero, además, se presentan con una forma controvertida de ejercer el arte del buen gobierno. Se acerca más a la de un rey que emite edictos que a la de un jefe de Estado republicano que propone leyes al Congreso.
Resuelto “el primer día”
Durante la campaña electoral, Trump afirmó más de medio centenar de veces que pondría fin a la guerra rusa contra Ucrania el “primer día” de su Presidencia.
Sin embargo, no ocurrió. Su enfoque incluía dejar de apoyar a Ucrania como lo había hecho el gobierno demócrata de Joe Biden. En los hechos, termindebilitando la defensa militar de Kiev. La escandalosa y fallida reunión en la Casa Blanca con el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, sentado prácticamente en el banco de los acusados, fue un espectáculo deplorable. La aparente condescendencia de Trump hacia el tirano ruso, Vladimir Putin (a quien le cede la derecha en quedarse con territorios del Este y Sureste de Ucrania en un eventual acuerdo de paz) hizo el resto para frustrar cualquier alto el fuego. Mientras, Rusia redobla sus ataques contra el país invadido.
No solo no logró resolver el conflicto en sus primeras 24 horas en la Casa Blanca, como había prometido. Sino que, con cien días de gobierno, lejos de avizorarse una salida digna, el escenario parece cada vez más favorable para Rusia. Si fuera por Putin, se quedaría con todo el país invadido.
¿Habrá un cambio a partir de la sorpresiva reunión de Trump y Zelenski en la Basílica Vaticana en el funeral del Papa Francisco? Las fotos históricas que captaron el momento podrían sugerir un atisbo de esperanza. Pero, con un Trump impredecible, nunca se sabrá hasta que finalmente ocurra.
President Trump sat down to meet privately with Ukrainian President Volodymyr Zelenskyy in St. Peter’s Basilica in Vatican City this morning. pic.twitter.com/QChPiZRKzM
— The White House (@WhiteHouse) April 26, 2025
“Nos besan el trasero”
Un cuestionario con una pregunta concreta sobre la imposición de aranceles a medio mundo, probablemente haría dudar a más de uno. Los vaivenes del presidente en esta cuestión, por ahora, se cristalizaron en impuestos aduaneros del 10 % a todos los países que le venden bienes y en tasas adicionales de hasta el 145 % a productos chinos. Se trata de un instrumento de protección económica. La Casa Blanca cree posible el renacer del cinturón del óxido y la creación de empleo en la otrora poderosa industria manufacturera. Aunque, en realidad, el área perdió peso frente al sector servicios, especialmente los tecnológicos de Silicon Valley, donde EEUU tiene claras ventajas comparativas.
Trump construyó un relato romántico, animado por el voluntarismo que, a la larga, podría volver como un bumerán contra la propia población que busca proteger. Hay coincidencia en que este proteccionismo mercantilista provocará una caída del nivel de actividad, presiones inflacionarias y serias dificultades para atraer inversiones ya afianzadas en el exterior por el funcionamiento de las cadenas de valor del comercio mundial. Son capitales que, además, en caso de llegar, demorarán mucho tiempo en madurar, probablemente cuando Trump ya esté lejos de la Casa Blanca.
Muchas veces queda relegado el potencial efecto pernicioso de los aranceles, tanto en su fondo como en su forma, desde el punto de vista político. El comercio, como ya advertía Kant, es una poderosa herramienta para la paz y el entendimiento entre las naciones. Las relaciones comerciales no solo fomentan el crecimiento económico, sino que también abren canales de diálogo político y diplomático, además de afianzar alianzas naturales. Pues bien, Trump fracturó todo eso: no solo recurrió a una medida extemporánea, sino que lo hizo de manera unilateral, debilitando la arquitectura multilateral. Estropeó parte de una construcción que, si bien necesita reformas, sigue siendo uno de los mejores caminos para promover el desarrollo económico y la estabilidad política internacional, entre los países donde existen posibilidades reales de entendimiento mutuo.
En este contexto, la actitud desafiante de Trump, al imponer la barrera proteccionista, avivó aún más un incendio de proporciones considerables. “Estos países que nos están llamando, nos besan el trasero”, declaró este mes durante una conferencia partidaria, refiriéndose a la Unión Europea, México y Canadá, que adoptaron una postura negociadora con la administración republicana.
La motosierra federal
El elevado gasto federal fue una de las prioridades de Trump desde su campaña electoral, visto como un lastre para la economía. En términos generales, esta postura es coherente con cierta tradición republicana. Su exponente más reciente fue Ronald Reagan, que implementó un plan para reducir el peso del Estado.
Pero probablemente a Reagan le llamaría la atención la forma en que su colega Trump impulsa un severo ajuste, orientado a recortar alrededor de dos billones de dólares en dos grandes frentes. Por un lado, busca reducir la burocracia para bajar el gasto público y reconfigurar el Estado federal. Según su visión, contraria a la llamada cultura woke y a otros enfoques, deben eliminarse las políticas climáticas o las migraciones. Por otro lado, busca hacerlo a través de una suerte de organización tercerizada: el recién creado Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés). Es liderado por Elon Musk, que desembarcó con más de 60 expertos informáticos. Además, parece inspirado en las tácticas que aplicó en la reestructuración de Twitter (rebautizada X).
Desde su despacho en la Casa Blanca, el hombre más rico del mundo y principal donante individual de la campaña de Trump (con casi 290 millones de dólares), accedió de forma directa y privilegiada a agencias y oficinas gubernamentales. Logró desentrañar su funcionamiento para iniciar su desmantelamiento.
La velocidad y fuerza con que Musk encaró la tarea, en una línea muy similar a la de su jefe Trump, obnubiló el resultado concreto de la ofensiva con motosierra. El recorte llegó a U$D 150 mil millones, muy por debajo de su objetivo original. El propietario de X sufre un desgaste por enfrentamientos con figuras como Marco Rubio (secretario de Estado), Scott Bessent (Tesoro), Sean P. Duffy (Transporte) y el asesor económico Peter Navarro.
Una investigación de Washington Post encontró un amplio apoyo oficial al combate a la burocracia federal, pero no la forma agresiva y sobre todo antojadiza con que Musk lideró el plan de ajuste. Parece que su estadía en la Casa Blanca será breve. En apariencia, se atribuye al mal desempeño de Tesla, cuyas ganancias en el primer trimestre de 2025 disminuyeron 71%, en comparación al mismo período del año anterior. “Probablemente en el próximo mes, mi asignación de tiempo a la DOGE disminuirá significativamente”, anunció el martes 22 de abril al conocerse el desastroso resultado de una de sus compañía estrella. En parte, pudo haber ocurrido por su estrecho vínculo con Trump y su apoyo a grupos de extrema derecha en Europa.
¿Caza de brujas?
La beligerancia de la administración republicana contra los migrantes es comparable al macartismo en términos de estigmatización y del uso del aparato estatal para perseguir a grupos definidos como “amenazas internas”.
Desde el mismo 20 de enero, a golpe de órdenes ejecutivas, el mandatario estadounidense declaró la emergencia nacional en la frontera Sur. Otorgó amplias facultades a las autoridades federales de inmigración para detectar a extranjeros indocumentados. Incluso en lugares hasta ahora considerados sensibles, como iglesias, escuelas y sus alrededores. Crece además el temor de que estas medidas puedan extenderse a pacientes en hospitales, un espacio históricamente protegido.
En total, la administración Trump tomó 175 medidas para implementar la política antiinmigración hasta el 22 de abril, según un conteo del Instituto de Política Migratoria (MPI, por su sigla en inglés). Para implementar la política de mano dura, se creó un nuevo cargo en la Casa Blanca: director ejecutivo asociado de Operaciones de Cumplimiento y Remoción de la Casa Blanca, ocupado por Tom Homan, conocido como el “zar de la frontera”.
A la revocación de programas humanitarios reconocidos como CBP One, el Estatus de Protección Temporal y otros similares, la Casa Blanca sumó un decreto que busca poner fin a la ciudadanía por nacimiento, un derecho consagrado en la Constitución. Aunque su implementación está detenida por fallos judiciales que la Corte Suprema revisará el próximo mes. La acción represiva más impactante es la ejecución de vuelos de deportación de inmigrantes indocumentados a sus países de origen. Las imágenes de estos deportados, circularon por todo el mundo y provocaron protestas en América Latina debido a las condiciones de los traslados y a la dudosa legalidad de los procedimientos. Para cumplir con su prédica antiinmigrante, la administración acudió a las Fuerzas Armadas, agencias y bases de datos federales, y a las fuerzas del orden, estatales y locales. Incluso se amparó en leyes pensadas para tiempos de guerra.
Un reciente análisis del MPI, una organización sin fines de lucro con sede en Washington D.C., indicó que los arrestos por inmigración aumentaron “significativamente”. Pero, el ritmo de las deportaciones sigue siendo insuficiente para cumplir con la ambiciosa meta del gobierno de expulsar a un millón de inmigrantes indocumentados. Con base a información oficial, estima que este año se podría alcanzar aproximadamente a medio millón de personas. La cifra es menor a las 685.000 deportaciones registradas en el año fiscal 2024 bajo la presidencia de Joe Biden. Representa la mitad de la meta de los inmigrantes sin papeles que pretende expulsar la Casa Blanca para este año, de un universo aproximado de 11 millones.
En la reducción del ingreso de inmigrantes puede decirse que la campaña de Trump fue exitosa, al menos en términos de sus propios objetivos. En marzo, por ejemplo, la Patrulla Fronteriza detectó unos 7.000 intentos de ingreso por la frontera con México, donde están apostados unos 10.000 soldados. Se trata de la cifra más baja, por lo menos, desde el año 2000.
Pasando raya
En las elecciones presidenciales de noviembre pasado, Trump convenció a una amplia mayoría de estadounidenses de que su predicamento, Make America Great Again, merecía una segunda oportunidad. Una bandera que ondea con un nacionalismo incompatible con el liberalismo, con el “America First!” que significa que EEUU tiene todo el derecho del mundo a priorizar sus intereses por encima del de los demás.
Aunque el éxito o fracaso de una gestión se aprecia al final del mandato, la receta con la firma de Trump no está dando los resultados prometidos a los cien días de iniciar su revancha.