Venezuela: la encrucijada de los demócratas

Para los observadores externos, las discrepancias coyunturales de las fuerzas opositoras pueden resultar sorprendentes, ante un régimen manifiestamente impopular e […]
7 Sep, 2020
Ilustración: Guillermo Tell Aveledo

Articulo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

Para los observadores externos, las discrepancias coyunturales de las fuerzas opositoras pueden resultar sorprendentes, ante un régimen manifiestamente impopular e ineficiente como el de Nicolás Maduro. ¿Qué ha pasado con las fuerzas democráticas en la nación suramericana?

A inicios de agosto, alrededor de treinta organizaciones políticas de la oposición venezolana declararon que no participarían en las venideras elecciones parlamentarias, establecidas para diciembre de 2020. Desde el gobierno interino, el presidente Juan Guaidó inició a los pocos días una consulta abierta, emplazando públicamente a líderes significativos de la oposición venezolana, para adherirse a este acuerdo, en los términos por esta instancia planteados. Este llamado ha resultado en disidencias importantes en diversas direcciones.

Durante los últimos cinco años, la cuestión del liderazgo opositor estaba anclada a la legitimidad derivada de tres factores: el apoyo popular explícito en la mayoría parlamentaria obtenida el año 2015, el apoyo implícito por la opinión pública ante el descontento nacional y el apoyo plebiscitario directo a una ruta de cambio de régimen organizado por la Asamblea Nacional en el año 2017 y el estatuto de transición aprobado en 2018. El primero está condicionado al imperativo constitucional del fin del mandato legislativo, que debe cesar en enero próximo. El segundo, aun cuando nucleado en la figura del presidente Guaidó, ha menguado significativamente. El tercero, que se ha manifestado en diversas acciones políticas internas (la declaración de ausencia presidencial, la proclamación del gobierno interino, los intentos de rebelión armada de 2019 y 2020, etc.), no solo no han tenido el éxito esperado, sino que posiblemente han ayudado a la fragmentación de la oposición y a la cohesión de la élite dominante en torno al presidente Maduro. Paralelamente, las acciones dirigidas a una apertura democrática negociada, con variable nivel de compromiso de parte de los aliados democráticos de Occidente, han encontrado en esta doble dinámica de fragmentación opositora y cohesión gubernamental, escollos hasta ahora insuperables.

La fragmentación opositora no es nueva. Momentos de tensión y puja por la dirección han ocurrido en toda esta década, con una política unitaria más o menos dominante, si bien no siempre consistente. La búsqueda de crecimiento electoral, con marchas y contramarchas, se veía afectada tanto por orientaciones rupturistas dentro de la oposición como por las crecientes presiones autoritarias del gobierno. En última instancia, la tendencia rupturista se fue haciendo dominante especialmente desde la agresiva ofensiva del Partido Socialista del año 2017, que desdibujó las elecciones presidenciales del año 2018 y propinó a la oposición democrática su primera división significativa. Pero el núcleo tradicional seguía unido, ya no apuntando el crecimiento en el sistema, sino su quiebre.

Ante eso, el sistema autoritario se ha defendido eficazmente. No solo ha sometido con severa crueldad los intentos de rebelión militar, sino que ha causado mayores daños a la unidad opositora: la infiltración, invasión y secuestro judicial en los más importantes partidos opositores, luego de haberlos inhabilitado administrativamente durante varios años. Este mismo sistema convoca a elecciones parlamentarias, en aparente cumplimiento del calendario constitucional tantas veces violentado, pero esta vez agravando los vicios y ventajismos del pasado con un Consejo Electoral que no es representativo de la voluntad de los electores, con unas reglas electorales abundantemente más sesgadas a favor del Partido Socialista Unido, y en medio de una pandemia cuyo contagio se acelera exponencialmente en una sociedad casi aislada del mundo.

Sin embargo, alcanzar un consenso de actuación ante estos hechos no ha sido posible, acaso porque su debate abierto entre los líderes fue postergado demasiado tiempo. La insatisfacción acumulada con la dirección política en torno al presidente Guaidó, que va desde problemas de comunicación y coordinación con el núcleo de los cuatro principales partidos de oposición (Voluntad Popular, Primero Justicia, un Nuevo Tiempo y Acción Democrática), hasta la insatisfacción con los diagnósticos y aplicación de la estrategia planteada, han desatado unas reacciones contrarias al llamado público. El emplazamiento público del presidente demostró que no se había alcanzado consensos en privado, y las conversaciones posteriores se han desarrollado más como posicionamiento dentro de la opinión general para lo que viene, evidenciando los límites de su autoridad.

¿Cuál es la propuesta del presidente Guaidó y su equipo más cercano? Es difícil afirmarlo categóricamente. Uniendo fragmentos desordenados, parece inclinarse hacia proseguir con la presión externa —gracias a sanciones más severas sobre Maduro y la élite gobernante por parte de las democracias aliadas—, junto con la continuidad del ejercicio de la presidencia interina en los términos que indique la mayoría parlamentaria durante los meses que quedan de la actual legislatura, apoyado por una consulta popular sobre dichos términos. Más allá del debate jurídico-constitucional sobre esta continuidad, la idea de un gobierno en el exilio, enfocado en su acción externa y severamente limitado en su capacidad de acción e incidencia local, es un camino seguro hacia a la irrelevancia. Otra alternativa externa, planteada como una intervención armada de pacificación y estabilización desde el extranjero que cambie el régimen venezolano, parecería la consecuencia lógica de tal gobierno, aunque no parece estar tampoco previsto por ninguno de los aliados regionales o globales de los demócratas venezolanos.

Un creciente grupo de voces disidentes en el país ha planteado que hay que redefinir la negativa ante la participación electoral: desde importantes organizaciones civiles, gremiales y empresariales, así como la siempre relevante voz de la Conferencia Episcopal, han planteado que no basta políticamente con anunciar la abstención, sin que exista una ruta definida sobre la acción política interna, que no deje a la sociedad a merced de un resignado reacomodo ante el avance autoritario en esta nueva fase del poder. Sin embargo, participar en unas elecciones casi vaciadas de contenido político, para formar parte de un cuerpo disminuido en sus competencias constitucionales y en su capacidad representativa, con reglas que anularían toda posibilidad realista de obtener un resultado favorable, no parece una ruta hacia la recuperación inmediata. Es imposible ignorar, además, el costo político que implicaría a corto plazo todo gesto de apertura usado como arma propagandística por el sistema que lidera Maduro, con consecuencias severas para la unidad de los demócratas.

Ninguno de los liderazgos relevantes de la política venezolana asume una rendición, pero han usado fácilmente el término para acusarse entre sí, asomando una lucha fratricida de horizonte temporal incierto. La verdad es que todos estos liderazgos, más allá de incentivos tácticos, parecen tener la honesta convicción de que su ruta es la correcta; pero esa convicción no es garantía de éxito para la causa democrática en el mediano plazo. Entretanto, su enfrentamiento cubrirá con la espesa niebla de la mutua sospecha todos los espacios de la ya atribulada sociedad civil venezolana.

A los demócratas venezolanos debe ocuparles la tarea de reconocer con modestia la limitación de sus enfoques, deponer los ataques internos y reiniciar el camino de la recuperación de una base de poder interna. Esto puede pasar sólo en una ruta de largo aliento, por la renovación de la mística de organización política y social a nivel local, allí donde los demócratas han sido una fuerza: los municipios que concentran la mayor parte de la población venezolana, proyectándolos hacia los años por venir. Construir esa base sobre la ruina política del adversario coyuntural será cada vez más difícil.

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Guillermo Tell Aveledo Coll

Doctor en ciencias políticas. Decano de Estudios Jurídicos y Políticos, y profesor en Estudios Políticos de la Universidad Metropolitana de Caracas.

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