Mantener la distancia social, evitar contacto en lugares cerrados y fundamentalmente usar el barbijo ocupan un lugar destacado entre las estrategias para evitar el contagio con COVID-19. El desafío de la pandemia interpela a los ciudadanos. La salud pública es asunto de todos, desde el Estado hasta cada individuo. De nuestros actos cotidianos dependerá el futuro.
La discusión sobre el uso del barbijo(*) es universal. Se repite en diferentes sociedades y trasciende cortes ideológico-partidarios. Por un lado, se esgrime la libertad de elección de cada individuo. Se oyen argumentos como “el barbijo es incómodo, me impide comunicarme con los demás, crea una distancia entre las personas, y fundamentalmente, es mi decisión si quiero utilizarlo o no”. Por otro lado, se alega la importancia de las conductas precautorias, sin las que es posible, incluso probable, que los contagios se disparen. Según el país, las autoridades dejaron más o menos librado a cada ciudadano su utilización. Pero la situación actual a nivel mundial lo convierte en un instrumento ineludible para el control de la expansión del COVID. El uso del barbijo es una muestra de responsabilidad, en un “deber cívico”, como resumía un científico uruguayo recientemente (1).
Antecedentes
El COVID-19 cambió el mundo. Lo que empezó como una enfermedad local, posiblemente a partir del contacto humano con animales en un mercado chino, se extendió en poco tiempo y constituye una pandemia que se propaga con rapidez hasta los últimos rincones del planeta (2). Algunos hablaron de la aparición de un cisne negro, es decir de un acontecimiento altamente improbable de graves consecuencias. Pero el propio Nicolas Taleb que acuñara este concepto, se ocupó de aclarar que este evento era previsible e incluso casi inevitable si no se cambiaba radicalmente la conducta de la gente (3).
Las causas de la pandemia del COVID-19 son diversas y complejas. Pero hay evidencia de que la destrucción de ecosistemas como consecuencia de la tala de bosques, la ampliación de áreas dedicadas a la agricultura y la cría masiva de animales para alimento humano propiciaron su propagación. Habitamos un mundo hiperconectado, con verdaderas “ciudades” de animales confinados para la producción de carne (4) y crecientes áreas dedicadas a monocultivos de especies de alto rendimiento. Esto, y la movilidad creciente de personas y mercancías por el mundo constituyen el contexto ideal para la transmisión explosiva del virus.
Consecuencias
Las consecuencias de la pandemia son conocidas y en algunos países los sistemas de salud se vieron superados por la cantidad de pacientes. En poco tiempo la disponibilidad de ventiladores pasó a ser tema de la agenda política, la información sobre el estado sanitario y los servicios asociados ocupó espacios relevantes en las noticias. La discusión sobre como aplanar la curva de contagio se convirtió en asunto de Estado. Las estrategias de mitigación y prevención variaron mucho, pero en la mayoría de los países las autoridades implementaron medidas más o menos voluntarias de limitación del contacto social mediante llamados a la precaución, la limitación de los movimientos y hasta la puesta en práctica de la cuarentena obligatoria.
No existe unanimidad respecto a la necesidad de la cuarentena. Hay quienes la consideran ineludible para evitar el colapso de los sistemas de salud. Para otros constituye una limitación inaceptable de su libertad ciudadana, o creen que provocará daños aún mayores que la epidemia misma a la economía e incluso a la salud mental de la población.
A lo largo de las últimas semanas comenzó un proceso de reinicio de las actividades productivas, comerciales, turística, educativas y culturales. Aunque este proceso parezca una vuelta a lo de ya conocido, algunos hablan de una “nueva normalidad”, mientras otros advierten que nada será como antes (5). Aprender a convivir con este virus implicará conductas precautorias y fundamentalmente nuevas formas de relacionamiento entre las personas. Más allá de las esperanzas en la pronta aparición de una vacuna salvadora, la pandemia del COVID-19 interpela a los individuos. El “desconfinamiento” progresivo, como lo llaman algunos expertos, comprende riesgos que no deberían ser omitidos en medio de la euforia por el relativo control de la evolución de los contagios. Existe incertidumbre respecto al desarrollo de esta crisis, ya que más allá de los esfuerzos sanitarios y de investigación a nivel global, persisten las causas primarias de la pandemia. Es probable que el añorado reinicio de las actividades provoque rebrotes (6). En la medida en que éstos se puedan localizar rápidamente será posible evitar un aumento exponencial de los contagios y la circulación comunitaria del virus. Para esto es necesario aumentar las capacidades de testeo y de seguir los hilos epidemiológicos. La contraparte indispensable de esta estrategia es la conducta de la ciudadanía ya que ningún sistema de salud podrá responder en forma eficaz si la ola de contagios se descontrola.
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La pademia hizo visibles y colocó en la agenda la discusión sobre los sistemas de salud pública. Las dramáticas imágenes de hospitales durante los picos de contagio en numerosos países mostraron la exigencia a la que está sometido el personal de la salud. También quedó clara la importancia de los aportes desde la ciencia a los procesos de toma de decisión política. Mientras que regímenes populistas recurrieron a la negación del problema o a consignas triunfalistas, las democracias apostaron a la comunicación seria y sistemática, y llamaron a la ciudadanía a sostener los esfuerzos colectivos. En algunos países los institutos dedicados a la investigación científica pasaron a ocupar un rol clave no solamente en la provisión de conocimiento, sino en la comunicación y explicación de una situación inédita y desafiante.
Ciencia y política
Un resultado positivo de la crisis del COVID-19 es que favoreció la cooperación de la ciencia con la política (7). En algunos países esto ocurre mediante la participación de instituciones de investigación (Alemania), en otros se constituyeron comités científicos de carácter honorario (Uruguay). Desde estas instaincias se difunden informaciones serias y se promueve la participación ciudadana en la lucha contra la pandemia. Las conductas responsables y empáticas permitirán evitar correr de atrás los problemas y anticipar las situaciones críticas para navegar exitosamente por este desafío. Como resumió un integrante del Grupo Asesor Científico Honorario en Uruguay: “el barbijo es un deber cívico”. La nueva normalidad exigirá nuevos diálogos y cooperaciones. Del compromiso de toda la sociedad, de cada uno de nosotros dependerá el futuro.
(*) Según el país se utiliza también tapaboca o mascarilla.
- Henry Cohen, miembro del comité asesor científico honorario en Uruguay en https://www.youtube.com/watch?v=3EEGfUG4PUE&t=1703s
- Al 27 de julio existen 16 millones de casos y se produjeron 650 mil fallecimientos a nivel mundial. En Latinoamérica se contagian diariamente 200.000 personas. Fuente https://www.rtve.es/noticias/20200727/mapa-mundial-del-coronavirus/1998143.shtml
- Nichlas Taleb en https://www.youtube.com/watch?v=kixi_Ob4hCM
- Esteban Jobbagy en UNSL Dialoga – Cambio climático: los desafíos postpandemia en https://www.youtube.com/watch?v=vXfEa0c2XV8&t=2596s
- Isaac Nahón Serfaty en https://dialogopolitico.org/agenda/lo-que-covid-19-nos-dejara-siete-cosas-que-van-a-cambiar/
- “Es y será el escenario más razonable en los próximos meses”, según declaraciones del profesor Rafael Radi, líder del comité asesor científico honorario en Uruguay en https://www.youtube.com/watch?v=3EEGfUG4PUE&t=1703s
- Sebastian Grundberger, representante de la Fundación Konrad Adenauer (KAS) en Montevideo, señaló en un reportaje a la Deutsche Welle que Lacalle Pou «se ha asesorado por científicos muy reconocidos, que no tienen vínculos partidarios, a quienes les ha dado protagonismo para tomar decisiones basadas en la ciencia». https://www.dw.com/es/presidente-de-uruguay-lacalle-pou-las-claves-del-%C3%A9xito-del-l%C3%ADder-latinoamericano-del-momento/a-54353297