La campaña estadounidense y la ausente América Latina

Si uno de los asesores políticos más respetados del mundo como Jim Messina tiene razón —y es altamente probable que […]
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27 Feb, 2020
Convención Nacional Demócrata, Denver 2008 | Foto: WikiCommons

Articulo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

Si uno de los asesores políticos más respetados del mundo como Jim Messina tiene razón —y es altamente probable que esté en lo cierto— es más que comprensible la ausencia de América Latina en la agenda electoral estadounidense. La campaña tomó impulso este mes de febrero con el inicio de las primarias del Partido Demócrata, luego de la clausura en el Senado del juicio político a Donald Trump, quien lanzó su postulación el año pasado.

Dice Messina, un consultor político global, figura clave de la reelección del expresidente Barack Obama en 2012, que el éxito para obtener la postulación presidencial depende del grado de potencia que adquieran durante una campaña tres palabras que en inglés comienzan con la letra m: mensaje, dinero y movilización.

En las 3M, América Latina es intrascendente para catapultar a la gloria a un candidato presidencial, y mucho más en los estados donde se empiezan a medir los competidores. América Latina aparece en la campaña interna demócrata pero a fórceps; no fluye naturalmente y por ello solo se escuchan planteos políticamente correctos sobre lo que necesitan escuchar los votantes hispanos.

Nuestra región nunca ha sido influyente en la historia de las primarias y no hay razones para que ello ocurra ahora, pese, incluso, al aumento relativo de la comunidad latina en Estados Unidos. Este año, se espera que los latinos por primera vez sean la minoría étnica más grande de la nación en una elección presidencial de los Estados Unidos, con un récord de 32 millones de personas con derecho a voto.

Las preocupaciones de los electores son muy claras. Una encuesta nacional telefónica del Centro de Investigación Pew, realizada a 1.504 adultos, del 8 al 13 de enero pasado, muestra las preocupaciones del electorado que, obviamente, se refleja entre los simpatizantes partidarios, aunque con algunas variantes en las inquietudes mencionadas.

La lucha contra el terrorismo (74 % de los encuestados) sigue siendo la prioridad principal entre el público en general, como lo ha sido desde 2002. Luego sigue el fortalecimiento de la economía, la reducción de los costos de atención médica y la mejora de la educación (cada una de ellas es mencionada por el 67 % de los consultados); finalmente se ubican como prioridades de política para los votantes el medioambiente (64 %) —aunque con una gran disparidad según el voto— y el seguro social (63 %).

Pero la inquietud por la economía es por su fortalecimiento. A decir verdad, no hay demasiada preocupación —o en todo caso es menor— sobre el empleo y la actividad económica en general: aumentó la buena percepción de los estadounidenses acerca de la marcha de la economía.

Según otra encuesta, de la firma Gallup, difundida este mes, el 63 % de los estadounidenses apoyan la política económica de Trump.

Ahora bien, las 3M de Messina son una explicación apropiada desde el marketing político; ayudan a entender la ausencia de América Latina en una campaña electoral pero son insuficientes para entender el silencio atronador del establishment de Washington con su patio trasero que trasciende la redada comicial.

En primer lugar, aunque mal que nos pese, América Latina como un todo es una medusa difícil de sostener en una mano por las múltiples diferencias culturales, económicas, institucionales, políticas y sociales. Ello explica en parte que hace mucho tiempo que no haya una política de Washington en relación a Latinoamérica, sino políticas de asuntos exteriores definidas en función de intereses estadounidenses muy concretos. La iniciativa del ALCA ha sido la excepción a la regla y quizás por ello su fracaso.

Terminó la guerra fría, hizo eclosión el comunismo y se resquebrajó el vínculo de América Latina en términos de geopolítica, seguridad nacional e ideología que alimentó la hegemonía estadounidense, que es más tardía de lo que solemos creer. No obstante, no se puede desconocer la presencia de esta tríada en la tensa relación actual entre la administración de Trump y los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela, donde se está jugando otro partido en los que intervienen otros grandes jugadores, la comunista China y la autoritaria Rusia.

La hoja de ruta en América Latina del leitmotiv trumpista «América primero, América primero», reforzó el camino de los vínculos bilaterales (México) o subregionales —como el caso de Centroamérica—, cada vez más lejos de una estrategia subcontinental en función de preocupaciones centrales por los migrantes y el narcotráfico. Sumaríamos el comercio. Pero no más.

En ese sentido, sigue estando presente la agenda negativa de Trump en América Latina (inmigración ilegal, recortes de ayuda, amenaza de retiro de acuerdos de libre comercio), que ha afectado incluso el vínculo hasta con países históricamente muy cercanos a Estados Unidos, como escribió Andrés Oppenheimer en el Nuevo Herald, el 12 de julio de 2019.

Una agenda negativa que ha contaminado a toda la política: los candidatos demócratas hablan de América Latina, cuestionando a Trump, por supuesto, pero desde la misma lógica de vínculos diplomáticos fragmentados.

Aún falta mucho camino por recorrer en la disputa presidencial estadounidense. Los demócratas recién largaron la competencia de las primarias para elegir a 3.979 delegados hasta el próximo 6 de junio, aunque Bernie Sanders es el favorito y, según encuestas, tiene muchas posibilidades de convertirse en el postulante demócrata. Pero faltan destinos influyentes como el supermartes, cuando 14 estados definirán el próximo 3 de marzo sus integrantes para la convención demócrata.

Trump, en mi opinión, enfrentará a Sanders, que encabeza las primarias, al redondear una formidable victoria en Nevada, con alrededor del 47 % de los votos, o al exalcalde de Nueva York Michael Bloomberg, que avanza a caballo de una millonaria campaña publicitaria que ya bate todos los récords (USD 364,3 millones), luego de que el exvicepresidente Joe Biden empezara a perder pie.

Es probable que Bloomberg termine aglutinando a los demócratas moderados, que ven con preocupación una postulación del socialista democrático Sanders, cuyo programa de izquierda reivindica un Estado más intervencionista —y hasta defiende parte del legado de Fidel Castro, algo inédito en cualquier candidato estadounidense—. El veterano senador de Vermont puede que gane la interna, pero ello no quiere decir que sea la mejor alternativa demócrata para enfrentar a Trump.

Si el Partido Demócrata llegara a la Casa Blanca —algo difícil de pronosticar hoy—, cualquiera de sus postulantes sería más cortés con la región que Trump y seguramente tendría más gestos de buena voluntad. Pero no habría que tener demasiadas expectativas de que ocurra un cambio de fondo, porque hace tiempo que la región ya no está de un modo integral en el radar de Washington.

 

Gabriel Pastor

Miembro del Consejo de Redacción de Diálogo Político. Investigador y analista en el think tank CERES. Profesor de periodismo en la Universidad de Montevideo.

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