Es probable que en el momento en que estén iniciando la lectura de este texto haya concluido ya la jornada electoral en Estados Unidos, las conocidas como elecciones legislativas intermedias que este año están llamadas a ser una de las más concurridas en la historia reciente del país norteamericano.

Midterm elections 2018: protegiendo el voto (Campaña del registro nacional de votantes en Estados Unidos | Foto: Phil Roeder – CC BY 2.0)
A la espera de que se emitan los resultados y comiencen los análisis sobre los ganadores y perdedores en esta contienda electoral (si los republicanos han conservado el poder en el Senado, si la ola azul —demócrata— ha conseguido arrebatar la Cámara de Representantes al partido del presidente Trump, me permito unas cuantas reflexiones sobre lo que, de forma general, se califica aún hoy día como voto latino o electorado hispano y sus tendencias políticas o comportamiento electoral, si es que cabe asignarles alguno. Y es que, a pesar de que, según cálculos del Pew Research Center, existen unos 29 millones de ciudadanos americanos de ascendencia latina con edad para ejercer el voto, solo el 30 % de ellos han participado activamente en este ejercicio democrático.
¿Cómo es que la minoría que está llamada a ocupar el primer lugar en peso demográfico en los Estados Unidos —según previsiones del Hufftington Post— en las próximas dos décadas, siga teniendo tan poco peso electoral? ¿Cambiarán las actuales elecciones intermedias este fenómeno? ¿En qué contexto coyuntural se ejerce el voto latino justo estas midterms? Revisaré dos estados en los que el voto hispano al parecer jugará un papel importante a la hora de decidir el futuro político: Nevada y Florida.
El aftermath boricua
Si tenemos en cuenta que la narrativa más elocuente ha definido a las actuales elecciones intermedias como un referéndum sobre la administración actual, esto es, como un voto de confianza o de desaprobación al presidente Trump, acaso en ningún otro estado como el de Florida se pueda dar por válida esta caracterización. Y ello (en el marco del voto latino) porque es aquí donde una parte del electorado hispanoamericano ha vivido directamente el extravagante trato de este particular presidente.
Tras el huracán María que devastó la isla de Puerto Rico, la actuación de Trump hacia sus conciudadanos boricuas dejó mucho que desear. No solo porque tardó dos semanas en visitar a los afectados —en claro contraste con otros lugares que también recientemente habían sufrido catástrofes naturales similares—, sino porque cuando lo hizo se comportó displicentemente, arrojando papel de baño a algunos de los ciudadanos, y alabando la gestión del gobierno puertorriqueño que, ya entonces, era cuestionado. Cuando un año más tarde se publicó el estudio independiente (encargado a la Universidad George Washington) que situaba la cifra oficial de muertos en 2975, Trump se atrevió a formular la idea de que se trataba un complot demócrata con el objetivo de hacerlo ver mal.
Si Puerto Rico contaba con 3.327.000 habitantes en septiembre de 2017, para febrero de 2018 la población había disminuido a 3,048,000 boricuas aún viviendo en la isla. Los casi trescientos mil restantes (un 8 % de la población) habían emigrado a los Estados Unidos en busca de una mejor situación tras la catástrofe. Se calcula que unos 150.000 convirtieron al estado de Florida en su nuevo hogar. La ley establece que, aun siendo ciudadanos norteamericanos de pleno derecho, los puertorriqueños solo pueden participar en elecciones legislativas y/o presidenciales, como estas intermedias, si se encuentran en la mainland (en la isla principal, esto es, en suelo continental). Una encuesta realizada entre la población boricua en Florida, llevada a cabo por la iniciativa «Nuestro Futuro is in your hands», señaló que tres cuartas partes de los encuestados tenían una opinión negativa de Trump, y al menos el 50% dijeron que votarían por el Partido Demócrata. Habrá que esperar para ver si el presidente actual, como otros republicanos que gestionaron mal catástrofes naturales, sufre un aftermath de parte de una población a la que ha maltratado visiblemente.
Nevada y la fuerza laboral hispana
Como sucede en distintos estados de Norteamérica, las actuales elecciones legislativas pondrán en juego puestos en el Senado, en la Cámara de Representantes y también numerosas plazas de administración pública locales. Jacky Rosen (demócrata) lucha por obtener el curul en el Senado del republicano Dean Heller en una cerrada contienda electoral (las encuestas más recientes dan solo 4 puntos de ventaja a la candidata azul sobre su contendiente). Si hacemos caso a los números, la población de origen hispano solo representa un 28 % del total demográfico en el estado de Nevada, por lo que no parece que el voto latino tenga un peso significativo. Las Vegas sería una anomalía (ni siquiera es la capital del estado de plata, dirían algunos) con un 32 % de su población con raíces latinas. Pero, y aquí está la cuestión, es que el condado de Clark —del que Las Vegas sí es capital— cuenta con dos tercios del total de la población del estado.
Así las cifras, muchos ven con respeto y asombro la reciente actividad política que ha emprendido el poderoso sindicato Culinary Workers Union 226, que aglutina a unos 57.000 afiliados —en su mayoría latinos—, en defensa y representación de sus derechos laborales en la industria de la gastronomía, el entretenimiento y la hospedería. Este sindicato ha permitido y auspiciado un explícito activismo electoral de cara a las intermedias, ofreciendo incluso un día libre a todos sus afiliados para que vayan a ejercer el voto previo —una posibilidad llevada a efecto ya por el 40 % de ciudadanos en el estado—. Si bien a nivel estatal Nevada ha elegido en las presidenciales a candidatos demócratas en las últimas tres elecciones, en periodos electorales intermedios —o en puestos como el asiento en el Senado— los ciudadanos han elegido a candidatos republicanos.
En todo caso, si hacemos caso a la encuesta de la organización Latinos Decision, que señala que un 57 % de los hispanos en el estado no habían recibido la visita de ningún candidato para explicar sus propuestas (y ganar su voto), ni republicano ni demócrata, no sería osado decir que si los azules dejan ir esta oportunidad, en el pecado han llevado la penitencia.