Un retador en riesgo en una pelea sucia

El presidente estadounidense Donald Trump siempre mostró estar en buena forma física para actuar en la arena política como un […]
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2 Oct, 2020
Foto: Shutterstock

Articulo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

El presidente estadounidense Donald Trump siempre mostró estar en buena forma física para actuar en la arena política como un púgil romano, que solo deja de golpear cuando el adversario cae derrotado. Pero el sorpresivo diagnóstico confirmado en la madrugada del viernes 2 de octubre, de que está contagiado de la COVID-19, al igual que la primera dama Melania, a 32 días de las elecciones, lo obliga a abandonar circunstancialmente la competencia electoral en el periodo decisivo de los debates televisivos. Y de consecuencias imprevisibles en el tramo final de la campaña.

El martes pasado, en el primer debate de tres por televisión, el presidente fue un duro combatiente ante su adversario demócrata Joe Biden, tal como le adelantó cuatro días antes a un grupo de empresarios de la región. «Es como un combate en el ring. La misma cosa, un poquito menos físico, apenas», dijo en una mesa redonda en la ciudad de Doral, estado de Florida, equiparándolo a una pelea de artes marciales mixtas, un deporte muy violento de lucha cuerpo a cuerpo en el que vale casi todo.

Y así realmente transcurrió el debate por televisión, en Cleveland, Ohio, de cara a las elecciones presidenciales del próximo 3 de noviembre, que estuvo dominado por un ambiente de inquina entre los dos contrincantes.

Un duelo político significante se convirtió en un espectáculo ominoso en cada uno de los siete ejes temáticos tratados durante algo más de 90 minutos sin descanso.

Las continuas interrupciones de Trump, para distraer o molestar a su contrincante, expresiones de vilipendio («no hay nada inteligente en ti, Joe») y de mofa permanente fueron tácticas para desacreditar al exvicepresidente de Barack Obama como eventual inquilino de la Casa Blanca. La capacidad de Trump para imponer sus propias reglas provocó una dinámica caótica que fastidió a Biden y descolocó al moderador, el veterano periodista Chris Wallace, de la cadena Fox News, quien tuvo un protagonismo inusual para intentar que se respetara el fair play y frustrando su intención de pasar lo más invisible posible.

Hubo una constante pendencia en una discusión en la que no hubo coincidencia alguna acerca de la integración de la Suprema Corte, la COVID-19, la economía, el racismo y la ley y el orden, la trayectoria de los candidatos, el cambio climático y la confianza o no en el sistema electoral.

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Como sucede en un escenario de combate arduo que impide mantener la guardia baja, el centrista Biden se vio obligado a propinar duros golpes a Trump, a quien le lanzó los calificativos más ofensivos de la noche. Dijo que el presidente republicano es mentiroso, tonto y racista. Lo tildó de payaso y, en un determinado momento, ya aburrido de las provocaciones de su adversario, le soltó una frase que ya prendió en la campaña: «¿Te vas a callar, hombre?», que hizo recordar el «¿por qué no te callas?» con que el entonces rey de España Juan Carlos instó al venezolano Hugo Chávez a que dejara hablar al presidente José Luis Rodríguez Zapatero, en plena Cumbre Iberoamericana, el 10 de noviembre de 2007.

En las semanas anteriores, ambos oponentes ya se habían arrojado dardos envenenados. Trump se burló de la salud mental y física de «Joe el dormilón», y planteó hacer una prueba antidopaje, previo al debate, a quien considera un anciano desorientado, manipulado por la «izquierda radical», incapaz de resistir una exigente discusión sin ingerir drogas; Biden, por su parte, comparó a Trump con Goebbels por la costumbre de repetir mentiras hasta el cansancio y convertirlas en un «conocimiento generalizado».

La lucha verbal sucia, como nunca se había visto en los debates televisivos, sin ninguna coincidencia en temas relevantes para la ciudadanía y el futuro próximo del país, fue un espejo de la fuerte polarización y del ambiente político inflamado, útil solamente para dejar más en evidencia las personalidades antagónicas de los competidores en el arte de gobernar.

Y en ese contexto tempestuoso, el provocador Trump se vio obligado a salir del cuadrilátero, enfermo de COVID-19, una noticia que estalló como una poderosa bomba, confirmada en un tuit del propio presidente este viernes 2, casi a la una de la madrugada de Washington.

Incluso si Trump permanece asintomático, la prueba positiva podría minar su suerte política por su actitud de desdén sobre la pandemia, desafiante incluso de la comunidad científica.

Por eso, al significado de un presidente de Estados Unidos infectado de COVID-19 se suma el impacto electoral de un candidato identificado con el menosprecio a la enfermedad y con una actitud de soberbia.

Trump se ha negado a usar una máscara en público casi siempre y ha cuestionado repetidamente su efectividad, un punto de vista que mantuvo durante el debate con Biden.

«Yo no uso máscaras como él», dijo Trump sobre su adversario. «Cada vez que lo ves, tiene una máscara. Podría estar hablando a 200 pies de distancia (unos 60 metros) y aparece con la máscara más grande que he visto», recordaron el viernes 2 innumerables portales web de Estados Unidos y de la región.

«Las máscaras hacen una gran diferencia», soltó Biden, y recordó que el director de los Centros para la Prevención y el Control de Enfermedades (CDC), Robert Redfield, dijo que si todos usaran máscaras y respetaran la distancia física entre ahora y el próximo enero «probablemente» se salvarían hasta 100.000 vidas.

«Y también han dicho lo contrario», replicó el presidente.

«No, ninguna persona seria dijo lo contrario. Ninguna persona seria», contestó Biden, que ha sido muy juicioso en el cuidado de su salud, consciente del peligro que corre a los 77 años de edad.

Las palabras de Biden sobre la COVID-19 adquieren hoy más fiabilidad, lo que refuerza el mejor reconocimiento que tuvo durante el debate con Trump, según sondeos.

Trump, que en estas horas aumentó el peso de carga en sus espaldas por el mal manejo de la pandemia, fue muy criticado, particularmente por no condenar a los supremacistas blancos, lo que le valió la inusual desaprobación de senadores republicanos.

Hubo una decepción generalizada con la manera en que se desarrolló el debate que, como muestran los sesenta años de historia desde el que protagonizaron Kennedy y Nixon, puede influir en disputas cerradas pero es insuficiente para ganar una elección.

La comisión que regula los debates presidenciales (CPD) anunció que tomará medidas para asegurar una discusión más «ordenada de los temas» en los próximos dos encuentros previstos para el 15 y el 22 de octubre, en Miami (Florida) y Nashville(Tennessee), respectivamente.

Parece ingenuo creer que nuevas reglas de juego sean una solución, cuando el problema de fondo parecería ser «el imperio que sobre la vida pública ejerce hoy la vulgaridad intelectual», como diría Ortega y Gasset.

Empero, en estas horas, poco importan las características de los debates en la pantalla chica, pues lo único cierto es la incertidumbre de una campaña electoral perturbada por la enfermedad del presidente que, por edad (74 años) y sobrepeso, integra el grupo de pacientes de alto riesgo.

 

Gabriel Pastor

Miembro del Consejo de Redacción de Diálogo Político. Investigador y analista en el think tank CERES. Profesor de periodismo en la Universidad de Montevideo.

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