11S: ¿debate o espectáculo?

A dos décadas del atentado del 11S de 2001, persiste la exacerbación de teorías conspirativas, de la polarización y de la desconfianza. ¿Ese legado será más fuerte que la reflexión y los valores compartidos?
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16 Sep, 2021
11S. News York City. Diálogo Político.

Articulo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

A dos décadas del atentado del 11S de 2001, persiste la exacerbación de teorías conspirativas, de la polarización y de la desconfianza. ¿Ese legado será más fuerte que la reflexión y los valores compartidos?

11S

El compositor Karlhein Stockhausen dijo que los atentados del 11 de septiembre de 2001 eran «la más grande obra de arte imaginable en todo el cosmos». Aunque Stockhausen después pediría excusas por su declaración, había en su extravagante valoración de los hechos del 11S una pizca de verdad. Quienes planificaron y ejecutaron los ataques tenían plena conciencia del impacto mediático de sus crímenes, y especialmente de la espectacularidad de estos.

Había algo de irreal pesadilla, casi de ficción, en las imágenes de las torres gemelas del World Trade Center que se incendiaban, y después caían como si fueran edificios de arena. La imaginación diabólica de los terroristas que pusieron en marcha el secuestro y el uso de los aviones como bombas voladoras marcó no solo un momento histórico, sino que tuvo una gran influencia en la forma que se ejecutarían otros ataques terroristas en Occidente. El 11S creó un estilo de horror que se centraba en el poder de la imagen en nuestra sociedad hiperconectada.

Sin embargo, debemos buscar el origen de este «estilo» de terrorismo un poco antes, más precisamente en el atentado con un camión repleto de explosivos conducido por «mártires» que ocurrió en 1983 en Beirut en el que murieron cientos de personas, incluyendo marines de los Estados Unidos, militares franceses y civiles. Ese ataque fue el bautismo de fuego de Hezbolá, la milicia chií libanesa aupada y apoyada por los ayatolás iraníes. Si bien doctrinariamente los islamistas iraníes y sus acólitos libaneses del «ejército de Dios» difieren de los suníes de Al Qaeda y del Estado Islámico (ISIS), la revolución islámica iraní tuvo una gran influencia en la forma de concebir el terrorismo como propaganda en todos los grupos terroristas islamistas.

Islamismo chií

El islamismo chií nace a partir de la glorificación del martirio del imam Hussein, nieto del profeta Mahoma, que ocurrió en el año 680 en la ciudad de Karbala (hoy en Irak). Los mártires juegan un papel muy importante en la ideología que motiva sus acciones militares y terroristas (miles de soldados iraníes mártires lo probaron con sus vidas en la guerra Irán-Irak). Además, el chiismo es mucho más abierto que el sunismo (la tendencia mayoritaria en el islam) al uso de imágenes, especialmente las de los mártires, como factor de adoctrinamiento y movilización.

La combinación de la glorificación del martirio y la conciencia de la importancia de la imagen marcaron la pauta de lo que sería el terrorismo islamista de todas las tendencias, y que tuvo su máxima expresión el 11S. De allí en adelante veríamos repetirse un patrón que buscaba la espectacularidad máxima en los ataques: Bali 2002, Madrid 2004, Londres 2005, París 2015, Niza 2016, por no mencionar los cientos de atentados terroristas en países árabes y musulmanes en la que las principales víctimas son las poblaciones musulmanas.

ISIS: terrorismo para las redes

Con ISIS el terrorismo entró en la era de las redes digitales. El Estado Islámico desarrolló la puesta en escena del «sacrificio» de los enemigos, con sus horrorosos videos de la decapitación de sus rehenes cuidadosamente grabados. Dentro de ese estilo de lo que he llamado en mi libro transparencia grotesca, ISIS llevó el terror de sus representaciones a niveles «superiores», como cuando registraron en imágenes la quema viva del piloto jordano Muath Safi Yousef Al-Kasasbeh, quien estaba encerrado en una jaula.

El Estado Islámico también integró las estrategias en línea en sus esfuerzos de reclutamiento y propaganda. Los llamados mijtahidun (‘laboriosos’) se dedican a difundir los mensajes e imágenes de ISIS en las redes. La organización se ha valido de Telegram como herramienta para captar militantes, especialmente en países occidentales, en los que jóvenes han sido atraídos para integrar las filas de esta organización en Siria y en Irak, o incluso para ejecutar acciones terroristas en sus propios países.

Marca con franquicias

Si bien ha sido prácticamente derrotada en la faz militar, ISIS es ya una marca con franquicias en varias zonas del mundo (es el caso también de Al Qaeda), que aparece públicamente de vez en cuando, como ocurrió recientemente en el aeropuerto de Afganistán en el ataque que cobró la vida de civiles afganos y militares de los Estados Unidos reivindicado por ISIS-K, su supuesta rama en ese país.

Como han afirmado algunos investigadores, las organizaciones islamistas como ISIS, Al Qaeda, Hamás o Hezbolá, tienen un claro sentido de construcción de su capital social. No son simplemente organizaciones que comunican odio hacia Occidente y a quienes considera sus enemigos en los mismos países musulmanes. Son máquinas de propaganda con una visión estratégica, que se valen del poder comunicativo de sus respectivas marcas, y que han sabido usar las tecnologías para difundir sus imágenes de martirio y horror en la era de la cultura de los selfies y del exhibicionismo generalizado.

Exacerbar la polarización

Uno de los legados del 11S es la explotación de la mentalidad conspirativa que, aunque ha existido desde siempre, encontró en los eventos de 2001 un caldo de cultivo para que pulularan toda clase de mitos y especulaciones. Algunas personas desconfiaron de la versión oficial, y se han dedicado a difundir teorías conspirativas que culpan al mismo gobierno de George Bush (h) de la orquestación de los atentados o, como nunca puede faltar en la mentalidad antisemita, a los judíos en su supuesta eterna maquinación para controlar al mundo.

Los atentados del 11S también abrieron la puerta para la polarización política, social y cultural en varios países. El discurso antiislam adquirió mayor fuerza en sociedades europeas y en el propio Estados Unidos. El miedo a la inmigración creció, incrementado por las olas de refugiados sirios en Europa.

Las consecuencias geopolíticas de estos eventos, como las invasiones a Afganistán y a Irak, también generaron desconfianza hacia los mandatarios occidentales que, como en el caso de los gobiernos de Bush en Estados Unidos, Blair en el Reino Unido y Aznar en España, mintieron invocando la presencia de armas de destrucción masiva que no existían para justificar la invasión de Irak y derrocar al dictador Sadam Hussein. Esa desconfianza se ha incrementado después de la caótica retirada de las tropas de los Estados Unidos de Afganistán y el retorno al poder de los talibanes.

Hoy, en medio de la pandemia de covid-19, vemos con mayor claridad las implicaciones de la exacerbación de la mentalidad conspirativa, de la polarización social y política, y de la desconfianza hacia los gobiernos. Veinte años después, aunque Bin Laden esté muerto y su organización se haya debilitado, su legado sigue teniendo influencia directa e indirecta en la forma en la que muchos piensan y actúan en un mundo de incertidumbre y ansiedad..

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Isaac Nahón Serfaty

Doctor en Comunicación. Profesor en la Universidad de Ottawa, Canadá

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