Decía María Zambrano que «la historia es la realidad unida a la poesía». Él, como tantos políticos cristianos, como Helmut Kohl, como Pietro Scoppola, como Bronislaw Geremek, era también historiador. Y, al final del día, llegaba la poesía. Jackie, su viuda, cuenta que las canciones inundaban la Casa Blanca de los acordes de Camelot, el musical de Alan Jay Lerner y Fritz Loewe, la historia del rey Arturo, la reina Ginebra, y sus nobles caballeros, en defensa del hombre. Y el presidente, con su acento irlandés de Boston, cantaba.

John F. Kennedy
John Fitzgerald Kennedy cumple hoy cien años. Y con John Kennedy la certeza de que un político de inspiración cristiana debe acudir al encuentro de su hermano, sea como sea, piense como piense y haga lo que haga. Y con John Kennedy la convicción de que un hombre hace lo que debe, a despecho de todos los obstáculos y de todas las incomprensiones, y ahí radica la base de toda forma de moralidad humana. John Kennedy, un hombre de mar que en su mesa de trabajo tenía siempre a la vista una sencilla leyenda: «Oh, Señor. Tu mar es tan grande, y mi barca tan pequeña…».
Ganó la presidencia de los Estados Unidos el mismo año 1960 en el que murió Boris Pasternak. El autor de El doctor Zhivago había obtenido en 1958 el Premio Nobel de Literatura al mismo tiempo que las autoridades soviéticas le anunciaban la colocación de la dentadura postiza que había solicitado muchos años antes. Pasternak dijo entonces que «todo lo importante llega en esta vida demasiado tarde: la belleza y la gloria». Pero John Kennedy demostró que la belleza y la gloria consisten en vivir a tiempo, es decir, en vivir para el otro. Y, por el otro, morir. Como su amigo Martín Luther King. Como su hermano Robert. Ellos ganaron su vida porque la perdieron.

John F. Kennedy frente al muro de Berlín, junto a Konrad Adenauer y Willy Brandt en 1963
Adoraba el Ulises de Tennyson. Y con Ulises, el primer hombre, sabía que «ya no somos aquella energía que en los viejos días movía el cielo y la tierra; somos, hoy, lo que somos: un mismo temperamento forjado en un mismo corazón, gastado por el tiempo, pero más decidido que nunca a luchar, a buscar y a no rendirse». Ulises y Kennedy surcan hoy la historia en una misma barca. El mismo gran mar. El mismo afán de servir a la grandeza de la vida, la dignidad, la libertad y la justicia humanas. Porque la historia nació el día en que la poesía se hizo a la mar para servir al hombre.
Enrique San Miguel Pérez
Doctor en Historia y en Derecho. Catedrático de Historia del Derecho y de las Instituciones, Universidad Rey Juan Carlos, Madrid