El poder desperdiciado de Petro

El poder desperdiciado de Petro

El primer presidente de izquierda en Colombia llega a su último año de mandato sin avanzar en su agenda reformista y como un actor clave de la polarización del país.

Por: Gabriel Pastor4 Ago, 2025
Lectura: 7 min.
El poder desperdiciado de Petro
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

Cuando Gustavo Petro asumió la Presidencia el 7 de agosto de 2022, la ceremonia en la Plaza de Bolívar, el corazón histórico de Bogotá, rodeada por el Capitolio Nacional, la Catedral Primada y el Palacio de Justicia, estuvo acompañada incluso por un clima benigno: temperaturas suaves, entre 18 y 20 °C, y un sol que se dejaba ver de a ratos. Fue un acto al aire libre, inclusivo y emotivo, que reflejaba la diversidad cultural y étnica de Colombia.

Entonces tuve la sensación de estar presenciando el inicio de un nuevo tiempo. El contraste con la posesión de Iván Duque era evidente, celebrada en el mismo lugar cuatro años antes, bajo una intensa lluvia y ráfagas de viento que volteaban paraguas, dañaron la escenografía y dificultaron la lectura de los discursos, arruinando la solemnidad del acto.

Investidura de Gustavo Petro. 2022. Foto: Wikimedia Commons

Un legado pobre

Pero a casi tres años de aquel acontecimiento significativo —cuando la izquierda accedió por primera vez al poder en el único país de América Latina que hasta entonces le había sido esquivo, en un clima de expectativas y esperanza— Petro corre el riesgo de dejar un legado pobre frente a lo que prometía.

El líder de Colombia Humana llegó a la Presidencia con una agenda ambiciosa de reformas: una profunda transformación agraria, la reestructuración del sistema de salud, un giro en la matriz energética hacia fuentes limpias como la solar y la eólica, mejoras en educación, una redistribución más equitativa de los subsidios y políticas orientadas a reducir la desigualdad. También prometió avanzar hacia la anhelada “paz total”.

Sin embargo, de esa larga lista, la reforma laboral es hasta ahora el único cambio estructural aprobado y sancionado. Las demás iniciativas siguen estancadas.

El nuevo marco jurídico del trabajo redefine las reglas entre empleadores y trabajadores. Modifica horarios, tipos de contrato, beneficios y otros aspectos clave. Entrará en vigor el próximo año. Sin embargo, es previsible que sus efectos comiencen a sentirse ya en la segunda mitad de este año, a medida que el sector privado se vea obligado a replantear sus modelos de negocio ante el aumento esperado en los costos laborales.

Aún es pronto para saber si esta reforma impactará de forma decisiva en el rumbo de la economía. En estos tres años de gobierno de izquierda no ha sufrido mayores sobresaltos. Aunque la situación fiscal sigue siendo motivo de preocupación. Sin embargo, junto con la reforma pensional, aún en revisión jurídica, comienza a generar más incertidumbre que certezas. Con Petro en el poder, el corto tramo que resta de su mandato se percibe más cargado de pesimismo que de confianza.

Incluso, aunque ni él ni su gobierno tengan responsabilidad directa, el intento de asesinato del precandidato de derecha Miguel Uribe -quien recibió dos disparos en la cabeza durante un mitin en Bogotá el 7 de junio y continúa internado en estado grave– termina por desdibujar su ambición de lograr la “paz total”. El contexto está marcado por el recrudecimiento de la violencia armada y el aumento de los cultivos de coca.

Una actitud controvertida

El respaldo popular con el que llegó a la Casa de Nariño, junto con su promesa de construir mayorías en torno a una agenda reformista, despertó cierto optimismo. Pero el apoyo de los partidos fue efímero. La ola de cambio pronto perdió impulso, atrapada en el trámite legislativo o sepultada en el debate parlamentario.

No es exagerado decir que resulta muy difícil que este año logre avances sustantivos en sus promesas de campaña. Y es casi imposible que lo haga el próximo, cuando la agenda estará dominada por la carrera electoral y todo gire en torno a la sucesión presidencial.

Si el programa petrista ya ha generado controversias, más aún lo ha hecho la forma en la que el presidente ejerce el poder. Con o sin matices, su manera de gobernar es una de las razones que explican su fracaso, visible también en el terreno de la diplomacia. Petro llegó al poder con legitimidad, capital político y una promesa clara: abrir el sistema a sectores históricamente excluidos y gobernar desde una izquierda democrática. Tenía margen, expectativas y poder. Pero lo desperdició al actuar más como un parlamentario que como un jefe de Estado.

No sabe o no quiere delegar; no sabe coordinar ni corregir. Prioriza la lealtad sobre la idoneidad; el discurso sobre la gestión; el enfrentamiento sobre la negociación. No lideró ni cohesionó. Y cuando el desgaste se hizo evidente, eligió la confrontación en lugar de replantear su agenda de reformas. Su principal error fue no entender que gobernar no es solo tener la razón o repetir consignas. Gobernar exige método, equipo y capacidad de ejecución. En lugar de ampliar su base, se encerró. En lugar de fortalecer la institucionalidad, la despreció.  

Una visión maniquea

Todo esto se sustenta en un discurso populista, acelerado al ritmo de Twitter. Plantea una visión maniquea de la realidad: pueblo contra oligarquía, mayorías explotadas frente a élites corruptas. Un pensamiento binario que divide a la sociedad y a la política entre quienes lo apoyan y quienes, democráticamente, no. La constante amenaza de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente es algo que revela más debilidad que fortaleza.

El mandatario volvió a encender la polémica y a polarizar la política al cuestionar la transparencia de las elecciones de 2026 y poner en la mira a Thomas Greg & Sons, la empresa que una vez más se quedó con la licitación para la logística electoral. Según él, el proceso fue manipulado y la firma concentrará ahora más funciones, lo que abriría la puerta al fraude. Desde X, lanzó medidas “antifraude” tan insólitas como reveladoras: que no se usen los bolígrafos provistos por la empresa y que se auditen los kits en cada mesa.

Luchas palaciegas

No solo maneja así la política interna, sino también las relaciones exteriores. En la práctica, es él quien ejerce como canciller al controlar directamente esa agenda. Esto ha provocado la salida de más de un funcionario en ese cargo durante su mandato, en medio de momentos de alta tensión y controversia.

 En todo este tiempo, Petro reorganizó su gabinete en cuatro ocasiones y nombró a más de 50 ministros. Las tensiones no solo se dieron con la oposición, sino también dentro de sus propias filas, entre figuras cercanas y antiguos aliados. En abril, su exministro de Relaciones Exteriores Álvaro Leyva lo acusó de consumir drogas, señalando que esto explicaría ausencias en actos oficiales y largos retrasos para presentarse incluso a ceremonias del propio gobierno. Petro negó la denuncia y la calificó de calumniosa.

El último escándalo también salpica a Leyva. Según el País de Madrid, habría buscado respaldo en Estados Unidos para sacar a Petro del poder y colocar en su lugar a la vicepresidenta Francia Márquez, muy distanciada del mandatario colombiano.

La denuncia, tan explosiva como inusual, apunta a un intento de golpe impulsado desde sectores cercanos al propio gobierno que escaló hasta la misma Casa Blanca. Esto derivó en una nueva tensión diplomática, nada menos que con su principal socio comercial y que supo ser un aliado clave de Washington en la región desde los gobiernos de Álvaro Uribe (2002-2010) hasta hoy.

Álvaro Leyva, Luis Gilberto Murillo y Laura Sarabia: los tres ministros de Relaciones Exteriores durante el gobierno de Petro.

Una oportunidad perdida

Del agradable clima del 7 de agosto de 2022, que acompañó la fiesta popular con la que Colombia recibió a su primer presidente de izquierda, hoy solo queda el recuerdo. La atmósfera actual es muy distinta. En estos tres años, Petro privilegió el discurso por encima de la ejecución. Su verborragia política, cargada de consignas, antagonismos y frases efectistas, terminó aislándolo aún más del gobierno real y de los resultados.

La película muestra descarnadamente cómo Petro malgastó el poder por la forma en que lo ejerció. Contribuyó a una administración sin rumbo y una popularidad en declive. La oportunidad fue real. El fracaso, también.

Gabriel Pastor

Gabriel Pastor

Miembro del Consejo de Redacción de Diálogo Político. Investigador y analista en el think tank CERES. Profesor de periodismo en la Universidad de Montevideo.

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