Cuando un monstruo quiere expresar emociones lo hace como un monstruo. No lo puede evitar. Esto ha sido evidente en el gesto de Elon Musk, con su mano derecha, en la asunción de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Primero se tocó el corazón y después alzó su brazo, como gesto de saludo a la muchedumbre.
¿Saludo nazi? Seguramente no. Es la emoción de una persona que no puede expresar emociones con espontaneidad. Todo en su saludo, con la mano derecha alzada hacia arriba, fue una secuencia de torpeza afectiva. Además, su expresión facial tenía algo de robot frío y ausente. ¿Inteligente? Sin duda, y es gélido como un bloque de hielo. No olvidemos tampoco que Musk envió un mensaje en vídeo a la convención del partido de extrema nacionalista alemán AfD (Alternativa para Alemania) en el que dijo que “los niños no deben ser culpables por los pecados de sus padres, y menos por los de sus abuelos”, en clara referencia al pasado nazi alemán. ¿Apología del nazismo? Tampoco, pero…
La escena de Trump
Algo similar pasa con las emociones que Trump comunicó bailando el YMCA de Village People. Fue ridículo en su forzada danza, los puñitos cerrados y unas caderas que se movían sin gracia. Bailaba casi sin bailar. Pero bueno, es Trump, el farandulero animador de TV reconvertido en político que ha arrasado con la élite republicana y demócrata. Todo ello con su estética fanfarrona de The Aprentice trasplantada al gobierno. Y puede que le resulte, porque no existen hoy gobernantes en el mundo que puedan ponerse de tú a tú con el histriónico presidente.
Están, claro, sus admiradores que se babean ante su presencia, como el argentino Javier Milei y los que andan en la misma onda de la mano dura como Nayib Bukele, Viktor Orbán y Giorgia Meloni. Pero no hay nadie que se le pueda medir cara a cara. Ni Benjamin Netanyahu, supuestamente uno de los duros de la política, que ha tenido que aceptar un alto al fuego en Gaza presionado por Trump sin haber podido destruir totalmente a Hamás.
El escenario en Medio Oriente
Vale la pena detenerse en el show que Hamás montó en la franja durante la entrega a la Cruz Roja de las cuatro jóvenes rehenes israelíes. Tarima, cámaras, la mesita y el par de sillas, las cuatro muchachas saludando a la multitud palestina contenta de tantos “triunfos”. Arriba y debajo de la escena se veían unos inmensos carteles de vinilo con leyendas en árabe, inglés y hebreo, para que no quede duda de quién todavía manda allí.
La pancarta impresa con imágenes y textos que no se improvisa en una supuesta Gaza en ruinas contenía varios mensajes destinados a humillar a los israelíes: “Los luchadores por la libertad palestinos siempre en las victorias (sic)”. “Palestina: la victoria del pueblo oprimido vs el Nazi sionismo”. “Gaza es la tumba del sionismo”. Este último lema se leía en hebreo al pie de la tarima. Propaganda y guerra psicológica para manipular las emociones de quienes en Israel esperaban anhelantes la liberación de las jóvenes rehenes, y de quienes todavía esperan la liberación de muchos otros, ojalá vivos, incluyendo a los dos hermanitos Bibas de solo cinco y dos años.
Redes y manipulación
Las redes sociales son el paraíso de la manipulación de las emociones. Lo saben muy bien los regímenes autoritarios y los terroristas. Pululan en las plataformas los apologistas de Vladimir Putin, provocando a la audiencia con sus justificaciones de la invasión a Ucrania, las mentiras sobre las supuestas victorias rusas, y la denostación del liderazgo europeo, que tampoco ha ayudado mucho con sus dudas y cobardía ante las ambiciones imperiales rusas. O los admiradores de Maduro y compañía, que se jactan de un supuesto presidente popular y amado por el pueblo, cuando la realidad es que la mayoría de los venezolanos lo quiere fuera del poder. Esto ya quedó claro el 28 de julio de 2024 en las elecciones que robó el régimen.
En las redes hay mercenarios asalariados y también tontos útiles. Los primeros al menos se ganan el pan con sus mentiras, exageraciones y provocaciones. Los tontos útiles quieren fama, unos cuantos “likes” y emitir una dosis de odio que les de notoriedad. En ese sentido imitan a los monstruos que los inspiran. Usan el mismo lenguaje de los provocadores famosos como Musk, Trump y el esbirro chavista Diosdado Cabello. Y se hacen pasar por “realistas”, es decir, que no viven de ilusiones, y les encanta restregárselo en la cara a la gente. Así provocan reacciones emocionales. Solo bastaría ignorarlos para que se esfumen como el humo que son. Cultivar el arte de la indiferencia nos salvará de tantos monstruos afectivos.