Política: ¿cuestión de expertos o de todos?

Aristóteles sostuvo que la política no puede ser una ciencia rigurosa sometida a leyes lógicas, por eso no puede ser […]
19 Ene, 2021
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Articulo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

Aristóteles sostuvo que la política no puede ser una ciencia rigurosa sometida a leyes lógicas, por eso no puede ser ciencia estricta, sino que tiene que contentarse con una aproximación racional que cae bajo el ámbito de la prudente comprensión de las situaciones cambiantes. Es un saber práctico-moral, un conocimiento reflexivo y un discernimiento prudencial y permanente de cada situación. Sin embargo, en la modernidad muchos de los saberes comienzan a imitar el camino de las ciencias fácticas, construyendo así una ciencia de lo político.

Habermas entiende que el giro que dan Maquiavelo y Hobbes de presentar a la política como ciencia rigurosa conduce a una funcionalización de esta, y que pierde así la dimensión moral, práctica, del quehacer político, caminando hacia una expertocracia en detrimento del ciudadano de a pie, carente de conocimientos políticos. Paul Ricoeur entiende que la verdadera política conjuga la racionalidad científico-técnica y de las leyes económicas y sociales con lo razonable que procede del mundo de la experiencia humana en comunidad, de los deseos, valores y afectos de las personas.

¿Ciencia y técnica política o saber práctico y moral? Ambos extremos tienen sus dificultades. Hacer de la política una mera cuestión científico-técnica corre el riesgo de disolver el saber práctico-moral en habilidades estratégicas y técnicas, bajo el manto legitimador de las ciencias sociales, con sus metodologías de análisis sobre prácticas y procesos políticos concretos. Pero también nos hicimos conscientes de la dimensión estructural de la sociedad y de los grandes fenómenos sociales gracias al desarrollo de estas ciencias. Quien quiere velar por el bien común debe comprender el carácter estructural de lo social y su complejidad, ayudado por las ciencias sociales y sus posibilidades de investigación y comprensión. Porque para cambiar estructuras se necesitan conocimientos técnicos.

En el otro extremo estarían quienes creen de modo un tanto ingenuo e idealista que con solo buenos deseos y valores éticos pueden hacer frente a los complejos mecanismos económicos y sociales.

Es necesaria una complementariedad entre el saber técnico y analítico con el saber práctico-moral. Ninguno puede suplantar al otro. La acción política debe contrastarse con las perspectivas de los expertos, con los intereses morales de la mayoría y con la propia reflexión racional (Habermas).

La actividad política es capital para la construcción de una sociedad y un hombre verdaderamente humanos. Responde a la dimensión social del ser humano y a su carácter abierto, en construcción de su mundo, porque la realización humana, la libertad y la responsabilidad están profundamente implicadas en la política.

Si se quiere humanizar la sociedad no se puede eludir la actividad política. Si bien es un quehacer complejo que exige conocimientos técnicos, que apela a la responsabilidad moral y que exige la información necesaria para un prudente discernimiento en la toma de decisiones, es una actividad profundamente humana y de una gran responsabilidad. En este sentido, el sano debate de ideas, donde tienen lugar los conocimientos técnicos y humanísticos, abre la posibilidad a que todos, cada uno desde su lugar, nos tomemos en serio el compromiso por el bien común.

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La importancia del debate de ideas

En tiempos de creciente polarización social, de simplificación de ideas y de discusiones emocionales, donde muchas veces lo político forma parte del mundo del espectáculo, los debates que aportan ideas son poco frecuentes. En general, los debates políticos transmitidos por televisión se parecen más a una contienda deportiva, donde solo se buscan ganadores y perdedores, cuando las que deben ganar son las ideas. Se necesita reaprender a dialogar y debatir buscando corregirse a uno mismo, pulir las ideas y tratar de entender las razones de los otros sin importar de quiénes vengan. La democracia vive de la fe en el entendimiento racional y el debate político tiene sentido porque los seres humanos podemos entendernos y distinguir que algunas ideas son más razonables que otras. Hay que reconocer que no somos dueños de la verdad, sino que hemos de buscarla siempre junto a otros. Debatir nos ayuda a progresar y a cultivar virtudes cívicas necesarias para una sana convivencia social. Cuando la vocación política fundamental es la búsqueda del bien común, en la búsqueda de la verdad de la cual no somos dueños, podemos discutir razonablemente y hasta cambiar de parecer en el camino, explorando todas las razones para elegir las mejores opciones para el bien de los ciudadanos. Y es que, en cuestiones políticas, donde no hay verdades eternas sino problemas cambiantes y complejos, se hace siempre necesario un profundo debate de las cuestiones donde no hay claridad ni consenso.

Por otra parte, se necesitan acuerdos de largo plazo en temas que no se pueden reinventar cada cuatro o cinco años, donde cada gobierno parece querer fundar el universo desde cero cada vez.

Hanna Arendt escribió que «el debate constituye la esencia misma de la vida política». Y es que donde no hay debate la vida política se degrada, porque quienes no son capaces de poner sus ideas en confrontación racional con las de los demás y solo quieren escucharse a sí mismos no podrán mirar más allá de sus propios intereses, yendo en sentido contrario a la vocación política.

Quienes buscan honestamente la verdad, suelen saber cultivar amistad con todos los que buscan, aunque piensen de modo muy distinto y tengan posiciones muy divergentes entre sí. Y es que pensar en serio requiere pensar con otros, que obviamente no piensan igual que uno mismo. El pensamiento auténtico nace de un diálogo auténtico. Pero para lograr una conversación verdadera, donde todos aprendemos y nos acercamos a la verdad, es preciso aprender a discutir. La discusión no es un combate entre posturas cerradas donde unos pierden y otros ganan, porque las polémicas son siempre una pérdida de tiempo y suelen herir a las personas que participan de ellas. Pero la verdadera discusión es algo que hemos olvidado y que es sumamente importante para crecer en la calidad de nuestros pensamientos y en nuestras relaciones con los demás.

El respeto por la pluralidad de opiniones es un signo de amor a la libertad y un signo de la claridad de las propias convicciones. Aprender a ver la realidad desde diferentes puntos de vista y perspectivas amplía la mirada e ilumina las propias ideas. Pero cuando solo importa tener la razón, no importa la verdad y vivimos presos de nuestros propios miedos a salir más allá de nuestras seguridades. Ortega y Gasset escribió en 1923 que «el primitivismo consiste siempre en confundir el propio horizonte con el mundo».

Esto no significa que todas las opiniones son igualmente verdaderas (relativismo). Aceptar el pluralismo de ideas y perspectivas no implica renunciar a la búsqueda de la verdad o caer en el relativismo. La pluralidad de enfoques suma, aporta, enriquece con más luz y disminuye la estrechez de miras. En un legítimo pluralismo pueden reconocerse la superioridad de un parecer sobre otro porque, aunque nadie tiene el monopolio de la verdad, ya que siempre estamos en camino, hay conocimientos más ciertos que otros, más verdaderos que otros.

Miguel Pastorino

Doctor en Filosofía. Magíster en Dirección de Comunicación. Profesor del Departamento de Humanidades y Comunicación de la Universidad Católica del Uruguay.

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