¿Salida de los extremos? El centro político en el caso alemán

La caída de las preferencias ciudadanas por las alternativas populistas en Alemania se debe a la construcción de un centro […]
28 Sep, 2020
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Articulo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

La caída de las preferencias ciudadanas por las alternativas populistas en Alemania se debe a la construcción de un centro político plural, de resultados y comprometido con los valores de la democracia: el camino más efectivo frente a los autoritarismos.

El número de abril de 2019 de la revista Diálogo Político fue dedicado a los extremos políticos: una suma de ensayos que analizaban la forma en que la polarización de la vida pública había llevado a que en buena parte de las democracias la tendencia al radicalismo se instalara como estrategia para triunfar por la vía electoral.

Entre esos textos sumé uno que señalaba la posibilidad de, con los valores del humanismo y la democracia, construir un centro político que se convirtiera en una alternativa capaz de alejarse de posturas extremas para convocar a la ciudadanía, ya fuera desde la oposición o desde los gobiernos, y hacer frente a un fenómeno populista que hace mella en buena parte de los regímenes democráticos del mundo.

Una idea similar acompañó, en septiembre pasado, y con motivo de la celebración de los ochenta años del Partido Acción Nacional, el foro internacional «Entradas y salidas del populismo», organizado por la Fundación Rafael Preciado Hernández en colaboración con las representaciones de México y del Programa Regional Partidos Políticos y Democracia, de la Fundación Konrad Adenauer, en el que se convocó a liderazgos de partidos afines en Latinoamérica y España.

Las intervenciones relativas a ese centro político fueron incluidas en el número de octubre de 2019 de la revista Bien Común, y coincidían cada una con la urgencia de presentar a las sociedades opciones que lograran dejar de lado las políticas y las narrativas radicales para dar paso a una renovación que permitiera constituirse como un espacio de diálogo, de acuerdo, de pluralidad, ajeno a los argumentos o las posturas demagógicas y extremas que, lindando en no pocas ocasiones con el autoritarismo de corte nacionalista o populista, se instalaron y fortalecieron en diversos países de Europa y América Latina a partir de la crisis económica de 2008.

Los populismos han aprovechado siempre un contexto adverso para emerger a la vida pública y azuzar a sus huestes contra la democracia; culpan invariablemente al sistema y a sus representantes tradicionales de tomar decisiones que, bajo el simplismo argumentativo expuesto de manera precisa por Daniel Innerarity en Teoría de la democracia compleja (Galaxia Gutenberg, 2019), son señaladas como causantes de los males que se padecen.

Como solución, el populismo ofrece liderazgos únicos que, bajo distintas formas de antipolítica, minan hasta anular los espacios de diálogo y acuerdo, los mecanismos complejos de la propia democracia que permiten la convivencia pacífica y civilizada, los cambios graduales y consensuados, así como la técnica que permite realizar transformaciones ordenadas y efectivas.

En Alemania, el populismo encontró cauce electoral y representación parlamentaria a partir de 2017, cuando Alternativa por Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) llegó al Parlamento esgrimiendo el argumento antiinmigrante, luego de que el gobierno de Angela Merkel permitiera la llegada al país de un millón de refugiados que huían de los conflictos armados en Siria.

Sin embargo, el reducido número de solicitantes de asilo, así como el desempeño en los rubros económico y político de la canciller en distintos momentos complejos para el país, han logrado que la preferencia por la opción populista se reduzca en los últimos años: de haber sido considerada por 1 de cada 3 votantes, hoy lo es solamente por 1 de cada 5.

Los datos provienen del Barómetro populista realizado por la Fundación Bertelsmann y el Centro de Ciencias Sociales de Berlín, presentado el 3 de septiembre pasado, que destaca el papel del centro político como clave del declive populista. En palabras del coautor del estudio, Robert Vehrkamp, «El centro político está demostrando ser capaz de aprender y mostrar fortaleza a la hora de lidiar con la tentación populista y está demostrando ser la piedra angular de este cambio en la opinión pública. […] está demostrando ser un estabilizador e impulsor de esta tendencia».

El caso alemán demuestra así la forma en que, lejos de los extremos políticos –y sin pretender contraponer al radicalismo otro liderazgo que lo contrapese desde una opuesta radicalidad–, la construcción de un centro incluyente, abierto, dialogante, plural y basado en consensos y acuerdos es una ruta mucho más efectiva que aquella que pretende solucionar el incendio populista arrojando el combustible de otro populismo de signo contrario.

El populismo, decía el uruguayo Pablo da Silveira (hoy ministro de Educación de su país) en el foro referido párrafos arriba, es un problema político, y debe resolverse desde la política: en este caso, la política democrática, la que se funda en valores compartidos, la que construye y logra solucionar diferencias a partir de hallar objetivos comunes y más grandes que los intereses inmediatos o parciales.

En resumen, cuidar y proteger a la democracia del embate populista, así como corregirla y mejorarla a partir de la reducción de las grandes desigualdades que cuestionan sus resultados, son causas que pueden y deben unir a las y los demócratas en los países, en las regiones, y también en la escala global.

Carlos Castillo

Director editorial y de Cooperación Institucional, Fundación Rafael Preciado Hernández. Director de la revista «Bien Común».

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