Sobre la tutela de la crisis

Ungido por las urnas con el 55,13% de los votos válidos, Jair Bolsonaro (Partido Social Liberal) llegó al Palacio del […]
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26 Mar, 2019
Palacio del Planalto, en Brasilia, sede del Poder Ejecutivo de Brasil. Foto: Gastão Guedes, vía Wikicommons

Articulo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

Ungido por las urnas con el 55,13% de los votos válidos, Jair Bolsonaro (Partido Social Liberal) llegó al Palacio del Planalto con la promesa de renovar la política brasileña con prácticas y relaciones distintas de lo habitual, principalmente con el Congreso Nacional.

Palacio del Planalto, en Brasilia, sede del Poder Ejecutivo de Brasil. Foto: Gastão Guedes, vía Wikicommons

Palacio del Planalto, en Brasilia, sede del Poder Ejecutivo de Brasil. Foto: Gastão Guedes, vía Wikicommons

Desde la victoria de Bolsonaro, lo que se ha visto en la composición del gobierno, de hecho, ha sido la adopción de una nueva forma de diálogo con los parlamentarios y también entre sus propios colaboradores.

En el montaje de su gobierno, Bolsonaro ha nombrado cuatro grupos: 1) los militares, 2) los liberales, 3) los evangélicos y olavetes, 4) los políticos; y dividió el poder entre todos ellos. A continuación, una breve explicación sobre cada uno de los grupos.

Los militares son pieza fundamental en la composición ministerial; son responsables por casi un tercio de los ministros. Antes fueron una fuente de preocupación (principalmente para los sectores a la izquierda) por la duda sobre cómo sería su comportamiento político, pero es innegable que en estos primeros meses de gobierno son el eslabón de la sensatez y de la preservación de la democracia. Su personaje principal es el vicepresidente general Mourão, que durante la campaña se hizo famoso por sus polémicas declaraciones y ahora se aleja totalmente de la agenda de su compañero de chapa.

Los liberales son responsables por la economía y su principal personaje es el ministro de Economía Paulo Guedes, líder de los Chicago boys tupiniquins. Con una pauta totalmente orientada hacia la disminución del Estado, es la principal apuesta de Bolsonaro para el éxito de su gobierno. Prácticamente todo su equipo está compuesto por egresados de la Escuela de Chicago y defienden la privatización de servicios estatales, la desburocratización, la disminución de impuestos, entre otros tópicos de la cartilla liberal.

Los evangélicos, compuestos básicamente por representantes de las iglesias evangélicas, defensores de las pautas conservadoras, fueron uno de los principales bastiones de la campaña de Bolsonaro. Su principal personaje es la ministra de Derechos Humanos, Damares Alves. La pauta de costumbres es algo que, tras la posesión, quedó en segundo plano —al menos en el Congreso— en detrimento de la agenda económica, dada su prioridad en la recuperación de la crisis que ha llevado al país a tener 13 millones de desempleados. Los olavetes son aquellos que siguen al autoproclamado filósofo Olavo de Carvalho, famoso por sus polémicos videos publicados en redes sociales. Olavo posee una fuerte retórica anticomunista y tiene como sus principales adversarios al PT y al expresidente Lula. Uno de los principales personajes de este grupo es el ministro de Relaciones Exteriores Ernesto Araújo, que sugirió a sus subordinados leer menos el New York Times y más Machado de Assis. Ambos grupos se confunden en torno a la pauta conservadora y cristiana.

Por último, la clase política, que está muy poco representada en la Explanada de los Ministerios. Su principal personaje es el ministro de la Casa Civil, el diputado federal licenciado Onyx Lorenzony. El tratamiento dispensado por Bolsonaro a este último grupo será su principal problema ante el Congreso, que se siente irrespetado y poco escuchado junto al trabajo en el Palacio del Planalto.

Entre los cuatro grupos se expresa la heterogeneidad que compone el equipo ministerial. Con propósitos en general diferentes, el principal desafío de Bolsonaro no será hacer una nueva política, o colocar al país en los carriles, sino apagar incendios provocados por las chispas de los roces entre todos ellos y también los que son causados por su propia cuenta en Twitter. A continuación, detallo algunos de los conflictos previsibles entre los distintos grupos.

Los militares, con protagonismo impar desde el fin de la dictadura militar en 1985, están tutelando diversas áreas del gobierno para garantizar la defensa de los intereses nacionales, la soberanía y el pragmatismo necesario en ciertos momentos. En esta pauta entran, por ejemplo, la no privatización de ciertos sectores de la economía que son considerados estratégicos, y con ello entran en conflicto directo con los liberales.

Los evangélicos querrán pautar sus proyectos conservadores, en un momento en que hay un fuerte llamamiento a mantener ciertos derechos civiles, además de la cuestión del protagonismo en el Congreso, robado por la urgencia de la pauta económica.

Los olavetes ya entraron en conflicto con el grupo militar. El mejor ejemplo es la firma, por parte de Araújo, de un acuerdo del Grupo de Lima, donde se decía que cesarían las conversaciones entre militares brasileños y venezolanos. Dada la crisis política en el país vecino, el único canal de comunicación abierto entre ambos es precisamente el de las Fuerzas Armadas.

Más allá de la división de poder formal, está también la presencia de los hijos de Bolsonaro en las filas informales de Brasilia, que pueden producir un cambio en la calidad de la información, ya sea por las denuncias de corrupción que involucran a Flávio o por las polémicas declaraciones de Carlos, principalmente contra la prensa. Como dije, también están las declaraciones del propio presidente Jair; una de las más recientes de ellas, tras divulgar un video pornográfico, aludía a que el carnaval de la calle en Brasil se había convertido en ese tipo de escenas. Pocos días después, divulgó una noticia falsa, acusando a una periodista de querer destruir la carrera de su hijo Flávio.

En la actualidad, la cumbre del Congreso se esfuerza por evitar que todas estas crisis contaminen la agenda de votaciones y articula de manera acelerada los votos de la reforma de la seguridad social y de la enmienda constitucional que desvincula algunos ingresos del Presupuesto. Actualmente, cerca del 90% de lo que sale de las arcas públicas ya tiene destino obligatorio, lo cual reduce mucho la capacidad de inversión del gobierno federal.

Bolsonaro parece estar todavía todo el tiempo en campaña electoral, disparando sus tuits contra periodistas y la oposición. Esto acaba creando una constante esfera de preocupación y de falta de confianza en la capacidad de diálogo de algunos actores políticos de Planalto. Y es una pésima noticia, teniendo en cuenta la urgente reforma económica que necesita Brasil. En el Congreso, la base oficialista aún no está 100% ordenada; el propio líder del gobierno en la Cámara es saboteado por sus pares, mientras que la líder en el Congreso y el presidente de la Cámara de Diputados son los interlocutores preferidos por los diputados.

La historia brasileña muestra que un presidente sin apoyo parlamentario, a largo plazo, acaba sufriendo importantes derrotas, incluso la pérdida del mandato. En el pasado, João Goulart asumió el poder tras la renuncia de Jânio Quadros y luego fue derrocado por el golpe militar de 1964. Más recientemente, Fernando Collor y Dilma Rousseff sufrieron el proceso de impeachment, en 1992 y 2016, respectivamente.

Curiosamente, Collor prometió hacer una política parecida al discurso de Bolsonaro, con técnicos en su gobierno. Dilma no tuvo suficiente habilidad para lidiar con los líderes de los partidos. El primero fue expulsado por crimen de corrupción y la segunda por crimen de improbidad administrativa. Ambos intentaron, tarde, mantener contacto con sus bases. Sin éxito.

No quiero decir aquí que, necesariamente, Jair Bolsonaro va a sufrir un impeachment, ya que todavía es muy temprano para especular con algo de esta dimensión. Además, también es notorio que otro proceso similar sería un desastre para la política nacional, que está en crisis continua hace casi seis años. Los índices económicos recién se están recuperando, tras una serie de medidas macro y microeconómicas implementadas por el expresidente Michel Temer y la recuperación de la confianza del mercado.

Sin embargo, es importante resaltar que, aun con la responsabilidad del Congreso Nacional en querer votar las reformas y evitar dejarse llevar por las crisis provocadas por los diversos actores del Poder Ejecutivo, se necesita confianza entre ambos lados. Nadie quiere un gobierno tutelado por militares —o por ninguno de los otros grupos presentados, por mejores que sean sus intenciones—, sino un gobierno electo con la promesa de mejorar las condiciones de vida de la población brasileña, que es otro actor que viene perdiendo la confianza en el presidente.

La clase política viene siendo constantemente desacreditada y atacada por el presidente Bolsonaro, minando la credibilidad incluso de aquellos que se colocan como tabla de salvación. Históricamente, es sabido que quienes hacen política son los políticos; de lo contrario, el riesgo de autoritarismo y populismo, independientemente de los lados, es enorme. Sin duda, la clase política necesita cambios y entender la entrada de un nuevo mundo, pero no es por fuera de ella que se encontrarán las soluciones.

Por eso, por el Brasil, que él tanto dice defender, sería bueno que Bolsonaro aprendiera rápidamente a ejercer, de hecho, el cargo que le fue instituido. En caso contrario la crisis, que parecía estar llegando a su fin, continuará su proceso, y quien pagará esa cuenta será el descrédito de la población.

 

 

Antônio Mariano

Politólogo. Maestría en Administración Pública. Doctorando en Historia y Política por la Fundación Getulio Vargas (Río de Janeiro, Brasil). Presidente de la Juventud Democratas de Río de Janeiro

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