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Marcha multitudinaria del 20 de mayo de 2017 | Foto: Voice of America

Marcha multitudinaria del 20 de mayo de 2017 | Foto: Voice of America

Venezuela y Occidente

Pedro Méndez Dager por Pedro Méndez Dager
mayo 29, 2020
en DEBATES
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Venezuela es fundamentalmente un país occidental con una tradición democrática. Recuperar la libertad en Venezuela es importante para la defensa de la democracia liberal en el mundo y para lograr el desarrollo de toda América Latina.

En general, América Latina, es un continente joven. No por su composición poblacional, que también lo es, sino por su historia y procesos. Pero la complejidad de lo que nos pasa, de nuestra historia y de nuestra esencia, está íntimamente relacionada con que, siendo un subcontinente con características comunes, desde el Río Grande hasta la Patagonia, somos también una parte de Occidente.

Cuando decimos Occidente, hablamos de esa civilización o de ese conjunto de naciones y culturas que tienen sus orígenes en Grecia, Roma y en el judeocristianismo. Esa civilización que tiene en sus alforjas descubrimientos como la democracia, los derechos humanos, el método científico, la culpa y la consciencia de que podemos y debemos actuar en libertad, preferiblemente guiados por los valores, y que esos actos tendrán consecuencias de cuyos resultados somos personalmente responsables. Cuando hablamos de Occidente hablamos de la filosofía y la antropología que define a la persona humana como un ser con dimensiones, una temporal y otra trascendente, una individual y otra colectiva. El descubrimiento de la persona, de su eminente dignidad y de valores y prácticas derivadas como la libertad, la justicia, la equidad, la fraternidad universal, el imperio de la ley y, en definitiva, la democracia, son logros de Occidente desde sus raíces hebreas, fenicias, griegas y cristianas.

Venezuela es, entonces, parte de América Latina y de Occidente. Somos hijos, algunas veces a regañadientes, del mestizaje, principalmente de tres razas; y digo a regañadientes, porque en oportunidades renegamos de algunas o todas nuestras ascendencias. Renegamos del hecho de que somos lo que somos por la influencia cultural de los africanos, los amerindios y los europeos. Pero, fundamentalmente, nuestras instituciones (incipientes después de 200 años de república), nuestra cultura, nuestra religión, costumbres, nombres y apellidos son fundamentalmente, para bien o para mal, e independientemente del proceso que nos trajo hasta aquí, las que heredamos de los europeos de la península ibérica que ocuparon estos territorios. Íberos que venían saliendo de varios siglos de dominación morisca y cuya influencia también es parte de nuestra herencia. Y es ese legado, con sus cosas buenas y sus cosas malas, lo que nos hace hoy occidentales; sí, a nuestra manera, pero occidentales.

Esa parte de Occidente que es hoy Venezuela. o lo que va quedando de nosotros, fue un pedazo de una colonia española. Luego, una de las primeras repúblicas independientes, y después pasó cien años de revuelta en revuelta, madurando, tratando de asentar las instituciones democráticas a las que naturalmente nos sentíamos compelidos pero que la tendencia, también natural, a seguir al hombre fuerte, nos hacía tan difícil conseguir. Pero la ambición de alcanzar una verdadera democracia, el imperio de la ley, la separación de poderes, la educación universal, el respeto a los derechos, seguía allí; todos estos sueños fueron esquivos e irrealizables bajo los cascos de los caballos y de las cenizas de todas las guerras de nuestro siglo XIX, hasta que estalló la paz, como alguna vez escribió Caballero.

Allí, en nosotros, siguió el ímpetu de ordenar al país, de lograr unas fuerzas armadas institucionalizadas, de poner los frutos del petróleo al servicio del desarrollo de aquel país agrícola y palúdico que se iba transformando a trancas y barrancas, con avances y retrocesos y gracias a nuestros mejores hombres. Algunos de ellos en el gabinete de Gómez, otros en la transición que fue construyéndose antes del 45 y allí seguimos, empeñados. Vino el trienio y de nuevo la dictadura, con sus luces y sus sombras, fuimos madurando y logrando el avance en el que se empeñaba una generación de visionarios que pudieron ponerse de acuerdo e inaugurar nuestro mejor período en 1958. Y es que esos visionarios, al igual que aquellos que luchan hoy por liberar a Venezuela, anhelaban conseguir una democracia de partidos, el respeto a la persona y sus derechos para lograr un país próspero y desarrollado.

Hemos estado retrocediendo por veinte años. Quienes asumieron las riendas del país, bajo la guía de los cubanos, fueron acabando sistemáticamente con todo lo que se había construido. En el empeño totalitario fueron desmontando el Estado, el sistema de justicia, la educación, los sindicatos, las fuerzas productivas y la poca libertad económica que existía antes de 1998. El proyecto, además, se fue complejizando en la medida en que el desmontaje del Estado y de la república fue incorporando por acción u omisión a un conglomerado de organizaciones criminales locales y extranjeras que subyugan hoy a nuestro pueblo, ocupan nuestro territorio y mediatizan lo que queda del Estado.

Ese proyecto destructivo, conducido por un grupo de comunistas con pretensiones totalitarias y sus socios criminales, incorporó poco a poco, como aliados, a dos de las potencias del mundo no occidental. Así, China y Rusia pasaron a ser, junto con Cuba y un puñado de tiranías, los socios de quienes hoy usurpan el poder en nuestro país.

Este es el punto sobre el cual es importante llamar la atención de nuestros aliados naturales en Occidente: Venezuela es uno de los tableros más importantes en los que podría estar definiéndose esta parte de la historia universal. Rusia, ese enigma que abarca desde las fronteras orientales de Europa hasta el Pacífico, ha seguido jugando el rol que quisieron jugar, sobre todo, en la posguerra. Pero ya desde 1941, cuando todavía los convoyes de insumos que enviaba Occidente a sus aliados soviéticos cruzaban el Atlántico norte a costa de muchas vidas angloamericanas, Stalin mostraba los impulsos de hacer crecer el imperio soviético, incluso a costa de la alianza. Y esta tendencia se hizo evidente a las horas de haberse levantado la reunión de Yalta, pues ya hacía presagiar la imposibilidad de un acuerdo de posguerra entre Occidente y Rusia. Esa misma tendencia es la que hoy pone a Rusia del lado de la tiranía de Maduro y no del lado de quienes luchan día a día por la libertad. Pero, además, es muy importante entender no solo la posición geográfica de Venezuela sino, por evidente que parezca, la importancia de los recursos que yacen en nuestro subsuelo.

Alguien podría responder, entonces, que esto es un debate agotado y que estas líneas se quedan estancadas en un conflicto superado después de la caída del Muro de Berlín. Y es justamente allí donde debemos poner el acento, en la idea de que hoy somos un escenario proxy de un conflicto mucho más grande, pero, además, resaltar con orgullo, a los ojos de propios y extraños, el hecho de que Venezuela es un país esencialmente occidental y es por esos valores por los que luchamos y por los que creemos que el apoyo de nuestros aliados es fundamental, no solamente para nosotros, sino para esa comunidad cultural cuyo legado, en parte, ha sido democracia, libertad económica y respeto a los derechos humanos.

Enfrente están los rusos, enfrente está la autocracia china, enfrente está el fundamentalismo islámico que también se ha convertido en socio de la tiranía venezolana. Y no es que estas líneas pretendan igualar las culturas y características de esas sociedades que hoy apoyan a Maduro; por supuesto que son diversas y tiene, cada una, sus intereses por los cuales, hoy, se aprovechan de la calamitosa situación de los venezolanos; pero siendo diferentes no calzan, no comparten, no viven aquello que los occidentales consideramos como logros y que tanto progreso, democracia y paz ha traído al mundo.

Desde Venezuela y con el apoyo estratégico de Cuba se pretende sembrar América Latina de regímenes totalitarios, se intenta propagar el caos e impulsar a los movimientos de izquierda revolucionaria y a sus socios que controlan el narcotráfico regional. Y China y Rusia buscan, uno, usarnos como moneda de cambio para sus intereses en el Medio Oriente y en Europa Oriental, y el otro, como un elemento más de su esquema de crecimiento global. Es cierto que a Rusia pueden faltarle recursos para proyectar su poderío globalmente y es cierto que los chinos podrían tener socios más confiables y ordenados en la región que el Estado fallido que es hoy Venezuela, pero lo cierto es que ambos países harán lo posible por mantener a Venezuela en la situación desastrosa en la que estamos.

Los venezolanos debemos comprometernos aún más con la causa de la libertad; nadie más que nosotros puede o debe ocuparse de resolver la situación de secuestro a la que se nos ha sometido y quienes usurpan el poder hoy. ¿Por qué arriesgar lo que haga falta? Pues porque allí afuera está un mundo globalizado, justamente cimentado sobre los hallazgos de Occidente, en el que una Venezuela libre podría rápidamente atraer inversión y generar empleo y riqueza para todos los venezolanos. Nuestro país cuenta con una posición geográfica privilegiada y tenemos los recursos humanos y naturales necesarios para comenzar a recorrer el largo camino al desarrollo.

Confiamos en que Occidente entiende la importancia del caso venezolano, para que esa comunidad de valores que hemos construido con el paso de los siglos pueda seguir fortaleciéndose. Lo que pasa hoy en nuestro país definirá, en buena medida, el destino de la región y de 700 millones de personas. Contener el avance de los regímenes de izquierda totalitaria y apoyar a la región en la erradicación del narcotráfico y de la corrupción masiva que se apoya en las estructuras financieras mundiales, serán acciones clave que arrojarán beneficios para todo el mundo. No estamos diciendo que Occidente está obligado a esto, pero lo solidario y lo estratégico para el desarrollo, para el crecimiento de la región y de la economía mundial es lograr una Venezuela libre y próspera cuanto antes.

Así como se logró en los Campos Cataláunicos frente a los hunos, en Poitiers contra el califato Omeya, defendiendo Viena de los otomanos, venciendo la amenaza totalitaria nazi y conteniendo el avance del imperio soviético durante toda la guerra fría, de esa misma forma será fundamental que Occidente pueda ayudar en el esfuerzo liberador que requiere hoy Venezuela, que América Latina pueda actuar en conjunto para defender a las democracias que aún existen y sobre todo trabajar en la integración que nos permita crecer en un mundo globalizado.

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Pedro Méndez Dager

Licenciado en Estudios Liberales. Secretario general de Primero Justicia en el Municipio Sucre, estado Miranda, Venezuela

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