Los riesgos autoritarios que se ciernen sobre el planeta, en especial, sobre Latinoamérica, conducen a una reflexión que sugiere senderos prácticos para salvar la democracia constitucional.
La crisis global de la democracia que afecta a Latinoamérica obedece a causas políticas, sociales, culturales y antropológicas. El talante democrático de la ciudadanía se ha debilitado engendrando una circunstancia cultural en la cual los regímenes autoritarios son tolerados socialmente y se aprovechan de las elecciones como medios para alcanzar el poder y posteriormente destruir la democracia. Urge comprender las características que configuran el autoritarismo electoral de nuestros días para revertirlo desde sus raíces culturales y antropológicas y para lograr que la lucha por rescatar y mantener la democracia sea una batalla de toda la ciudadanía y no un mero asunto de elites sociales.
El fantasma del autoritarismo y el homo democraticus
Es por todos conocida la regresión universal de la democracia. Utilizando análogamente la expresión de Marx y Engels en El manifiesto comunista, un fantasma recorre el mundo: el fantasma del autoritarismo. La ciencia política ha advertido reiterada y consistentemente este fenómeno desde hace, por lo menos, una década. En todas las latitudes existen causas políticas, sociales, económicas, culturales e incluso antropológicas que configuran entornos en los que es difícil preservar consolidada la democracia. Quedan lejanos los años inmediatos a la caída del Muro de Berlín en los que se presumía que la democracia constitucional se había establecido perennemente como sistema político en el marco del fin de la historia y de la muerte de las ideologías (Fukuyama, 1992).
Aunque abunda literatura científica que describe la situación enunciada en el párrafo anterior, en este artículo conviene referir algunas ideas que sirvan de contexto al contenido que desarrollaré posteriormente.
La idea central, de la cual derivarán las sucesivas, tiene carácter antropológico (Bautista de Alemán, 2021b). Aunque sea difícil establecerlo cuantitativamente, es advertible un vaciamiento universal del concepto de ciudadanía, que se traduce en un desapego generalizado por los sistemas democráticos. En el ciudadano —el homo democraticus, como tiene por nombre la controversial estatua de Donatas Motskus en Riga (Latvia)— se ha diluido la cualidad esencial de demócrata. La ciudadanía democrática se ha venido convirtiendo gradualmente en un estatus pasivo e inercial. Preocupa que prevalezcan una suerte de individualismo e indolencia respecto de la democracia que desarticulan a los ciudadanos —desconectándolos unos de otros— e impiden tejer sólidas redes de resistencia ante los aluviones autoritarios que están a la orden del día.
La segunda idea es de índole cultural. Un homo democraticus languideciente se proyecta tal cual como es sobre la cultura de la nación a la que pertenece.
De hecho, conforma esa cultura. La constituye. Es imposible que la falta de compromiso de los ciudadanos por la democracia no se traduzca en condiciones culturales adversas para la supervivencia de la propia democracia. El debilitamiento de la democracia a nivel antropológico se convierte fácilmente en una falencia sistémica y, por lo tanto, en el caldo del cultivo de regímenes autoritarios marcados por la anomia y la tolerancia a la injusticia (Pérez Perdomo, 2019). Y en esto cobra especial importancia la despolitización que inunda las artes, los medios de comunicación, las redes sociales e, inclusive, los sistemas educativos, entendida esta como la pérdida de conciencia personal y colectiva de la radical importancia de lo político y de la política para la vida humana buena (Mounk, 2018).El debilitamiento de la democracia a nivel antropológico se convierte fácilmente en una falencia sistémica y, por lo tanto, en el caldo del cultivo de regímenes autoritarios.
La tercera idea guarda relación con la erosión del Estado de derecho y la autocratización de las judicaturas. Una vez proyectado sobre la cultura el desapego a la democracia que caracteriza al homo democraticus se debilitan las instituciones, incluyendo los sistemas de justicia. La falta de valoración positiva sobre la democracia permea rápidamente a las instituciones (Gessen, 2021). En este sentido, las instituciones también comienzan a perder cualidad democrática y a funcionar más por las opiniones generalizadas de la ciudadanía que por las prescripciones constitucionales y legales. Son penetradas por la seducción del autoritarismo, que responde en su raíz tanto al homo democraticus menguado como al quebranto de la cultura de la democracia. En consecuencia, las instituciones del Estado constitucional también pierden habilidad para sostener la democracia y para resistir los delirios autoritarios.
La cuarta idea alude a la regresión universal de la democracia que fue señalada anteriormente. El declive de la democracia es global. La crisis del homo democraticus y de la cultura de la democracia es un virus que parece expandirse sin encontrar vacunas de neutralización. Actualmente están en entredicho las ideas mismas de la democracia liberal y del gobierno representativo. Vladimir Putin y su intento de invasión a Ucrania han demostrado que la sumatoria informe —mal digerida— de las desconsolidaciones democráticas singulares de las naciones libres con la existencia de enclaves autoritarios previamente prestablecidos puede derivar con velocidad insospechada en resquebrajamientos del orden mundial;
un orden que —después de la segunda guerra mundial y de la caída de la URSS— debería ser indubitablemente de democracia constitucional y de respeto pleno de los derechos humanos. Y todo esto sin hacer mención del problema más severo que acecha hoy en día a la democracia liberal: el crimen organizado como elemento de corrupción moral que traba eficaces redes de solidaridad autoritaria entre las potencias dictatoriales del mundo mientras las buenas intenciones de las democracias del orbe caminan macilentamente y los mecanismos del derecho internacional público son insuficientes para proteger oportunamente la libertad.Este es, pienso, parte del panorama antropológico y cultural que acoge el recorrido del fantasma del autoritarismo por el mundo.
El fantasma del autoritarismo electoral
En este apartado del artículo me corresponde examinar la naturaleza seudoelectoral del fantasma del autoritarismo o, lo que es lo mismo, en qué consiste el fantasma del autoritarismo electoral.
Una de las características de la democracia constitucional de nuestros días es que ha perdido capacidad de defenderse a sí misma de actores desleales. Me refiero a actores desleales en los términos clásicos con los que Juan Linz conceptualiza la expresión. Son actores políticos que de manera abierta expresan sus convicciones antisistema, antidemocráticas e inconstitucionales. Pero nunca superan el umbral de la legalidad formal y se cobijan cínica y malamente en la libertad de expresión, la tolerancia y el pluralismo político. Actores, en síntesis, que emplean el instrumental jurídico y de derechos humanos de la democracia para conspirar en contra de la democracia. Como ejemplo de estos actores podemos traer a colación a Hugo Chávez, Andrés Manuel López Obrador y Nayib Bukele cuando eran candidatos presidenciales. Nunca ocultaron sus intenciones autoritarias, pero tampoco salieron formalmente de la legalidad establecida para competir democráticamente por el poder.
Esta pérdida de capacidad de defensa ante los actores desleales a la democracia amerita algunas reflexiones que nos ayudarán a definir mejor la naturaleza del autoritarismo electoral.
La primera es que estos actores desleales encarnan el sentir antisistema y antipolítico del homo democraticus fatigado de la democracia. Los reflejan como un espejo fiel de la realidad profunda de las conformaciones sociales. Por eso, los actores desleales a la democracia son populares y carismáticos, y cuentan con altísimos niveles de aceptación (especialmente en periodos de campañas electorales).
La segunda es que estos actores desleales emplean el voto y la ruta electoral como sus principales elementos de lucha. El desprestigio (e inviabilidad) de la ruta armada para asaltar el poder y los altos niveles de popularidad de estos personajes hacen que para ellos el mejor negocio para satisfacer sus pretensiones autoritarias sean las elecciones. Los autócratas del siglo XXI son radicalmente electoralistas y, por lo general, se sienten muy cómodos ante episodios electorales controlados por ellos mismos.
Los autócratas del siglo XXI son radicalmente electoralistas y, por lo general, se sienten muy cómodos ante episodios electorales controlados por ellos mismos.
Pero en este particular debe hacerse una precisión. Para entender mejor a los líderes autoritarios de hoy hay que desdoblarlos en dos tiempos: el autócrata candidato y el autócrata jefe de Estado o jefe de Gobierno. El primero utiliza el marco de la democracia libre y verdaderamente competitiva para ganar elecciones. Pero es característico del autoritarismo electoral que, una vez que el autócrata conquista el poder y se convierte en jefe de Estado o jefe de Gobierno, intenta inmediatamente socavar las reglas de la democracia. Corrompe el sistema electoral y le resta o priva de competitividad.
La potencial corrupción del sistema electoral viene aparejada del intento de destruir la institucionalidad democrática y el Estado de derecho. Y esta es la tercera reflexión sobre el «éxito» de los actores desleales al sistema de libertades y la vulnerabilidad de la democracia. El fantasma del autoritarismo electoral requiere la simultánea perversión de las Administraciones electorales y de las judicaturas (Matheus, 2022). Porque un sistema electoral amañado requiere de jueces que lo alcahueteen según la voluntad del régimen autocrático imperante. Por eso, no es accidental que en Latinoamérica los ejemplos referidos anteriormente de Hugo Chávez, Andrés Manuel López Obrador y Nayib Bukele hayan logrado o estén intentando cooptar a los órganos electorales y a los máximos tribunales de justicia. En este sentido, el fantasma del autoritarismo supone el desmantelamiento gradual del Estado de derecho (Matheus, 2019b) y la corrupción de los jueces.
La cuarta reflexión es, quizás, la que más reta los intelectos o más cuesta asimilar de manera racional. El fantasma del autoritarismo electoral es prueba fehaciente de que la autocracia encuentra sus raíces profundas en las entrañas de las sociedades. Los líderes autoritarios de hoy pueden ganar elecciones y pueden desmantelar gradualmente las instituciones del Estado de derecho porque el homo democraticus que prevalece así lo tolera o así lo consiente. O, en el mejor de los casos, porque a ese homo democraticus prevaleciente no le supone ninguna preocupación la muerte de la democracia constitucional. Quiere vivir (o sobrevivir) en lo privado, al margen de las controversias políticas y partidistas que le resultan banales. Se verifica una huida de lo público que convierte la arena política y la lucha electoral en un campo descubierto por el cual campean impunemente los actores desleales a la democracia.
Los líderes autoritarios de hoy pueden ganar elecciones y pueden desmantelar gradualmente las instituciones del Estado de derecho porque el homo democraticus que prevalece así lo tolera o así lo consiente.
La quinta y última reflexión es sobre un fenómeno que podemos llamar la presunción democrática. Cuando aparece el fantasma del autoritarismo electoral (y de la autocracia en general) suele ocurrir que las élites políticas, intelectuales, empresariales, sindicales, comunicacionales, etcétera, subestiman la potencia destructiva de los modos autocráticos incipientes y sobrestiman la capacidad de resistencia de las instituciones democráticas preestablecidas. Se generalizan expresiones —poniendo de ejemplo el caso venezolano, que es el que me resulta más familiar— como las siguientes: «Hugo Chávez no es el autócrata que pinta ser o no podrá cumplir el proyecto autoritario que pretenden implementar». O expresiones como esta: «El liderazgo de Chávez es grande, pero Venezuela no es Cuba y en este país será imposible desbaratar la democracia». Se trata de una cierta incredulidad o de un estado de negación ante la eventual pérdida de la libertad y de la justicia. Ello trae como consecuencia que, en ocasiones, se creen clichés sobre la radicalidad o moderación con los que se juzga el autoritarismo electoral en su trajinar histórico: su lucha por el poder, su logro del poder y su mantenimiento a toda costa en el poder; y también ocasiona que, por miedo, se profundicen estructuras de censura y autocensura entre los medios de comunicación que impiden denunciar con realismo y con apego a la verdad la erosión de la democracia, la violación de los derechos humanos, la carencia de autonomía de las instituciones y el deterioro de los sistemas electorales.
Conclusiones
Habiendo analizado el rebrote global del autoritarismo y la crisis antropológica que lo hace posible, y habiendo reflexionado sobre algunas características del autoritarismo electoral, paso ahora a unas breves conclusiones, asociando cada una a sugerencias prácticas para la actuación en el rescate de la democracia:
1. La regresión universal de la democracia es un fenómeno cultural con raíces antropológicas. Por eso, la lucha actual por la democracia es necesariamente una lucha por la cultura y de pedagogía ciudadana, que debe mover a los ciudadanos a revalorizar los órdenes democráticos como las opciones realistas para vivir en libertad y con justicia social.
2. Conviene prestar atención a la arista antropológica de la crisis de la democracia (Bautista de Alemán, 2021a). El fantasma del autoritarismo que recorre el mundo ha pretendido crear en la práctica un hombre nuevo: el homo democraticus con alma autoritaria o sometido interiormente a la injusticia. Los luchadores democráticos, por el contrario, tenemos la obligación de liberar la conciencia de ese homo democraticus para que su identidad sea de genuino demócrata. Es decir, para que anhele vivir en democracia verdadera y sea capaz de comprometerse, en cuanto ciudadano activo, con ejercicio de los deberes asociados a la ciudadanía. Se trata de propiciar la vuelta a la política, la repolitización auténtica de las sociedades y que los ciudadanos asuman su condición de homo politicus que desea ser homo democraticus. La resistencia más cierta y prolongada en el tiempo en contra del fantasma del autoritarismo son hombres y mujeres que asuman la ciudadanía —según la clásica teoría de Jellinek— como un estatus activo.
3. Es importante desmontar la presunción democrática y hacer pedagogía de humildad colectiva en los pueblos. El declive global de la democracia demuestra que ninguna nación está predestinada por fuerzas históricas ni por el azar a vivir permanentemente en democracia. Todo lo contrario. La enseñanza práctica de Jefferson sigue más vigente que nunca: «El precio de la libertad es la eterna vigilancia». Una vigilancia que comienza en el alma del homo democraticus y continúa en las élites, las instituciones y las relaciones internacionales.
4. Sobre el uso de las elecciones para debilitar o derrotar los autoritarismos electorales quiero señalar lo siguiente. Como ha enseñado Andreas Schedler (2013, pp. 141 ss.), el poder de las elecciones en contextos autoritarios está en la doble circunstancia de movilizar a la ciudadanía hacia verdaderas aspiraciones democráticas y en colocar a los regímenes autocráticos en coyunturas (Matheus, 2019c) de errores de cálculo que les haga perder el poder (Haggard y Kaufman, 2016). Es algo como lo logrado por el PAN en México, en la procura de la transición democrática en ese país. En todo caso, la clave en el uso de las elecciones está en tener plena conciencia de la naturaleza del fantasma autoritario al que se enfrenta (Matheus, 2019a), hacer que la ciudadanía participe de esa conciencia, decir la verdad de las situaciones al margen de lo que se exprese en los aparatos oficiales de propaganda y, lo más importante, lograr que la lucha electoral no sea solo de los partidos y élites sino de toda la sociedad.
5. Finalmente, el realismo sobre los tiempos del cambio político y sobre los itinerarios de democratización. El camino a la democracia puede ser largo y gravoso. La perseverancia en la lucha democrática es un aspecto esencial del ejercicio cívico, colectivo, de la virtud de la fortaleza. Los pueblos deben luchar mientras persistan el fantasma del autoritarismo y las condiciones que lo hacen posible. Pero la verdadera madurez del homo democraticus se encuentra en entender que la democracia no solo hay que conquistarla e inaugurarla, sino consolidarla bajo el signo —ya mencionado— de la perenne vigilancia. Vivir en democracia es un privilegio ganado por el esfuerzo y heroísmo compartido de los ciudadanos. Y de esta manera, una vez más, cobran vida las palabras que presiden el edificio del Ayuntamiento de Hamburgo: Libertatem quam peperere maiores digne studeat servare posteritas.
Referencias bibliográficas
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Gessen, M. (2012). El hombre sin rostro. El sorprendente ascenso de Vladimir Putin al poder. Madrid: Debate.
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Ginsburg, T., y Huq, A. (2018). How to Save a Constitutional Democracy. Chicago: Chicago University Press.
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Matheus, J. M. (2022, junio). Corruptio optimi pessima. Democratización, 4(19). Instituto FORMA, Caracas.
Mounk, Y. (2018). The people Vs democracy: Why our freedom is in danger and how to save it. Cambridge: Harvard University Press.
Pérez Perdomo, R. (2019, octubre). Anomia, Estado y derecho en Venezuela. Democratización, 1(2). Instituto FORMA, Caracas.
Schedler, A. (2013). The politics of Uncertainty: Sustaining and Subverting Electoral Authoritarianism. Oxford Studies in Democratization. Londres: Oxford University Press.
Vöegelin, E. (2006). La nueva ciencia de la política. Buenos Aires: Katz.
Notas
Al respecto cabe traer a colación la idea de Platón que Eric Vöegelin denomina principio antropológico, que refiere que la impronta cultural de un orden político es la misma impronta del alma del tipo humano que prevalece en ese orden político. Para Platón, la «ciudad es el hombre escrito en letras mayúsculas» (Vöegelin, 2006). Sobre Putin y su incidencia en la regresión universal de la democracia puede consultarse Gessen (2012). En castellano: «Que la posteridad trate de conservar con dignidad la libertad que engendraron los antepasados».