Luego de las elecciones del pasado 24 en las que Angela Merkel reafirmó su liderazgo y logró ser elegida por cuarta vez consecutiva canciller de Alemania tras la victoria de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), surge la preocupación por el ascenso de la extrema derecha, que regresa al Bundestag después de 68 años de ausencia. Esta situación encuentra su explicación en la crisis de los refugiados sirios.

En 2015, Angela Merkel enfrentó la peor crisis migratoria de los últimos tiempos. Ante la llegada inminente de 890.000 personas del Medio Oriente, la líder demócrata cristiana decidió mantener abiertas las fronteras y acoger a familias enteras que huían de conflictos armados en sus lugares de origen. Esta medida generó fuertes críticas en todo el país, especialmente en sectores de la ultraderecha. La AfD (Alternativa por Alemania) argumentó que la decisión ponía en riesgo la seguridad del país y suponía un gasto social inesperado y exacerbado.

Las críticas no hicieron retroceder a la canciller, quien en una entrevista ofrecida en el mes de agosto al diario El País de Madrid reafirmó que «Alemania actuó como debía, con humanidad, en una situación muy difícil. Estoy convencida de ello, al tiempo que afirmo que el año 2015 probablemente no se repetirá, porque fue una situación de emergencia que nadie, tampoco los que buscaban refugio, nunca más deberían volver a vivir». [1] Sin duda, el tema de los refugiados marcó la campaña electoral y la extrema derecha hizo esfuerzos por configurar una agenda pública en donde predominara este issue de naturaleza polémica y polarizante.

Sobre los resultados del domingo 24 considero necesario profundizar en la crisis migratoria en 2015 y cómo la decisión de mantener las fronteras abiertas marcó los resultados electorales en 2017. En este sentido, compartiré con ustedes una reflexión a partir de mi experiencia como estudiante en Alemania. Llegué hace un mes para cursar estudios de doctorado en la Universidad de Rostock. La mayoría de mis compañeros en el curso de alemán son refugiados. Hombres y mujeres de mediana edad procedentes de Siria, Egipto, Afganistán e Irán. El Estado alemán los recibió y ejerce responsablemente su labor subsidiaria: cubre los costos de sus estudios y apuesta a su inserción en el mercado laboral. He compartido con ellos estas últimas semanas. Me ha impresionado la generosidad del Estado alemán y esta experiencia me ha invitado a reflexionar.

La justicia social internacional propone ampliar el alcance de la búsqueda del bien común fuera de las fronteras de cada país, según sus posibilidades. Rafael Caldera, expresidente venezolano y dirigente demócrata cristiano, ofreció grandes aportes en este sentido e insistió en que la justicia social debía tener alcance comunitario, nacional e internacional. Esta expansión se fundamenta en el reconocimiento de la condición de persona única e irrepetible de cada ser humano, y su ejercicio supone la comprensión práctica de la dimensión social de los pueblos. El sufrimiento de nuestros vecinos y comunidades cercanas no puede ser indiferente a nuestra realidad porque nos afecta y, en tal sentido, sus problemas son también asuntos que nos interesan.

Recibir a 890.000 refugiados es una decisión que nos recuerda la necesidad del ejercicio de la justicia social internacional y los costos políticos que una medida de esta naturaleza puede acarrear. Cuando el Estado alemán decidió mantener abiertas las fronteras entraron miles de familias que representan un gran desafío para todo el país. Dos años después de la medida, el principal reto es la integración: que estas familias superen el dolor del desarraigo y se inserten en una sociedad occidental que los ha recibido con generosidad. Es una realidad compleja que exige lo mejor de cada alemán y de cada refugiado. Se trata de asumir con fortaleza que la solidaridad, la entrega al otro, siempre implica sacrificios. En este caso hay que recordar que cada refugiado es una vida humana que vale la pena.

Cuando la solidaridad internacional se concreta en la acción y se convierte en política pública, tiene un impacto específico. La expansión del ejercicio de la justicia social liderada por Angela Merkel animó el discurso de la AfD. La ultraderecha apeló a los temores más profundos del pueblo alemán —terrorismo islámico, crisis económica, pérdida de los valores occidentales— y obtuvo 12,6 % de los votos; ahora cuenta con 94 representantes en el Parlamento. Es la primera vez que la ultraderecha obtiene un desempeño electoral que le permite ocupar curules desde 1949 y hoy es la tercera fuerza política del país. Frente a este escenario, la gran pregunta que me hago es si ese 12,6 % es el techo o el punto de partida de la AfD.

Angela Merkel comienza así su cuarto periodo como canciller de Alemania. Dio testimonio de solidaridad al mundo y nos recordó aquello que decía Marco Tulio Cicerón: «Más poder es más responsabilidad frente al bien común». Pagó el precio electoral de ejercer la política como «la forma más excelsa de practicar la caridad» [1] Gobernará un país que se mostró descontento en las urnas y enfrenta el desafío de vencer a fuerzas políticas que se presentan como actores desleales a la democracia. [2] Los meses por venir no serán sencillos. La polarización es creciente y corresponde a la canciller federal superar el discurso irracional de la ultraderecha con acciones racionales que mitiguen los temores de una sociedad que se encuentra a la expectativa y en proceso de cambio.

 

[1] El papa Francisco, siguiendo la tradición de Pio XII y Benedicto XVI, destacó en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium que la política es la forma más excelsa de caridad.

[2] Al conocerse los resultados electorales, Alexander Gauland, líder de la AfD, afirmó que la ultraderecha llegaba al poder para «cazar» a Angela Merkel y recuperar Alemania.

 

Paola Bautista de Alemán | @paoladealeman
Licenciada en Comunicación Social. Doctoranda en Ciencia Política, Universidad Simón Bolívar, Caracas. Vicepresidente de la Asociación Civil Forma y secretaria ejecutiva de la Fundación Juan Germán Roscio.