Según el historiador Tomás Straka, «quien no entiende de petróleo, no entiende de Venezuela, que es más parecida a las naciones petroleras que a las naciones suramericanas, o sea Libia, Irak e Irán. El petróleo no genera democracias, sino que arruina Estados».

Estatua de Simón Bolívar en Berlín

Estatua de Simón Bolívar en Berlín

—¿Qué pasa en Venezuela? —pregunta el historiador venezolano Tomás Straka.

Durante enero de 2018 el catedrático ofrece tres conferencias en Alemania, una en Colonia y dos en Berlín. Los títulos hablan por sí mismos: Labour and Nation Building: The Oil Companies and the Modern State in Venezuela; La modernidad fallida: raíces históricas de la crisis venezolana (1950-2002); Democracia y revolución en América Latina: una aproximación desde el caso venezolano (1945-2000).

Esta última se celebra a casa llena en la pequeña y acogedora sala Simón Bolívar del Instituto Iberoamericano, en la capital alemana.

—Una gente que no sabe dónde está parada —se responde Straka frente al público atónito, que en su mayoría está compuesto de migrantes venezolanos—. Vive en el no-sé o en el no-se-sabe.

Es curiosa la observación, porque justo en este lugar el considerado máximo prócer venezolano está representado por tres versiones contradictorias.

1) La estatua negra en las afueras del recinto, aunque fiel a la corta estatura de Bolívar, ostenta una capa, una espada y unas botas demasiado grandes. 2) El busto de mármol blanco en el lobby tiene un grave parecido a Julio César. Y 3) en el retrato del pintor Alirio Palacios dentro de la sala, es un hombre de ojos claros y labios de mujer.

Con elocuencia y gestualidad, el catedrático subraya que la democracia del país suramericano funcionó de 1958 a 1998 gracias a un sistema de pactos y consensos para repartir la renta petrolera:

—Quien no entiende de petróleo, no entiende de Venezuela, que es más parecida a las naciones petroleras que a las naciones suramericanas, o sea Libia, Irak e Irán. El petróleo no genera democracias, sino que arruina Estados.

Irán califica con 29 puntos como Estado «altamente corrupto» en el barómetro global de corrupción e inequidad de la ONG Transparency International. A menor puntuación, peor desempeño. Venezuela e Irak tienen 17 puntos, y Libia 14.

La corrupción se entiende como el abuso de poder o de las funciones públicas para beneficios privados (económicos o de cualquier otra índole), en detrimento del resto de los habitantes: la gran mayoría que no detenta posiciones de autoridad.

El profesor Straka llama al marxismo bolivariano una ideología del reemplazo. Pone como ejemplo el problema del racismo en la sociedad venezolana (una sociedad esclavista), que tras la fiebre revolucionaria pasa a ser llamado la «lucha de clases».

En 2005 el Comandante se declara socialista. En 2012 encarga un retrato 3D de Bolívar que repite sus facciones. Pero las ilusiones ópticas no ocultan la paradoja de que, al reemplazar las formas y no el fondo, la «Revolución bolivariana» profundiza el mismo modelo estatal del siglo XX en el siglo XXI: la repartición selectiva (militares, nueva élite y gente en condición de pobreza) de la renta petrolera.

La capacidad de consumo de estos últimos se duplica y la de la gente en pobreza crítica se quintuplica. Por medio de subsidios el régimen solventa en parte las aspiraciones pide-renta de la sociedad gracias a los altos precios del hidrocarburo.

Es un ensayo de algo próximo al socialismo real diez años después de la caída del Muro de Berlín.

Con el desplome de los precios del petróleo y la incapacidad de elevar la baja producción de barriles, se desploman también los subsidios a la población (cuya demografía, de 1930 a 2018, aumenta 500 %) y queda al desnudo la descarnada realidad actual: hambre y escasez.

La repartición de la renta petrolera sería, según la exposición, el fracaso del Estado y el triunfo de la élite que lo dirige: «el negocio de Venezuela no es exportar petróleo, sino importar divisas».

Durante la ronda de preguntas del público, sin embargo, una mujer anónima rompe el protocolo:

—Lo que ocurre en Venezuela, y no se ha dicho acá, es que hay una narcodictadura al poder —dice con relación a los familiares de la pareja presidencial sentenciados a 18 años de prisión en Estados Unidos por narcotráfico.

A pesar de lo bárbaro de las circunstancias, Straka mantiene la compostura académica: «Es una oportunidad de estudiar problemas más amplios». Y cierra con una frase, que parece el enigma con el que empezó: «Es preferible una democracia que funcione mal a una dictadura que funcione bien»