En las tres dificultades descritas se cristaliza nuestra doble frecuencia. En lo doméstico, en lo político y en lo existencial están presentes el hogar y la mujer de Estado.

Milada Horakowa fue asesinada por el régimen soviético el 27 de junio de 1950. Un «tribunal popular» la sentenció a muerte por traición a la patria. Fue torturada. Protegió su conciencia hasta el final. La noche antes de ser ejecutada escribió tres cartas: una para su hermana, una para su hija y otra para su marido. Quien dio su vida por la libertad de Checoslovaquia dedicó sus últimas horas a sus afectos más cercanos. Su testimonio me conmueve. Siendo yo mujer, esposa, madre y política venezolana encuentro en su historia ocasión para la reflexión y para profundizar en temas que me inquietan.

La conciliación trabajo-vida familiar es un tema complejo. En democracia los grandes debates giran en torno a la creación de condiciones que nos permitan desarrollar plenamente todas nuestras dimensiones. En dictadura el tema es aún más difícil. Cuando la lucha política es existencial, la conciliación trabajo-vida familiar se convierte en un desafío extremo. En los párrafos que siguen ofreceré algunas ideas que nacen de mi experiencia y no pretenden tener alcance universal. Trabajar día a día con mujeres que se dedican a recuperar la democracia en Venezuela me ha acercado a realidades valiosas y me ha dado la posibilidad de admirar el sacrificio de quienes se crecen frente a los embates de la dictadura.

El principal obstáculo para la conciliación trabajo-vida familiar de las mujeres políticas en Venezuela es la revolución chavista. El régimen es enemigo de nuestro desarrollo integral. A continuación, referiré tres dificultades que nos impone la dictadura y nos afectan a todas. Por tratarse este artículo de las mujeres en política y ser esa mi experiencia vital, orientaré mis reflexiones hacia ese ámbito.

La primera dificultad es de tipo doméstico. Quizás quien lea este artículo en otras latitudes puede pensar que se trata de un obstáculo menor y que nos es propio por herencia cultural. Pero no lo es. El colapso humanitario del país afecta con más rudeza a las mujeres. He estado en actividades políticas con compañeras de lucha en donde, después de las conversaciones de rigor, terminamos hablando con naturalidad —y con agobio— de los horarios de racionamiento de agua, de las dificultades para conseguir medicamentos o del alto costo de los alimentos. Y es que nosotras siempre estamos en dos frecuencias que son interdependientes: la del hogar y la de la política. Cuando la primera está alterada, la segunda se hace más difícil.

Para sortear las dificultades logísticas que padecemos en Venezuela y mantenernos sin agobios en nuestra carrera política necesitamos de estructuras de solidaridad que tienden a ser personalísimas. Me refiero a maridos corresponsables, abuelas y abuelos solidarios, tías y tíos que «arriman pal mingo», compañeros de lucha que comprenden y no castigan el tiempo que le dedicamos al hogar. Debemos tomar en cuenta que las estructuras de solidaridad no emergen naturalmente. Debemos dedicarles tiempo, construirlas, cultivarlas y atenderlas. Construirlas es un trabajo humano que demanda humildad y sencillez. Debemos erradicar de nuestro ideario la etiqueta de supermujeres y admitir sin complejos que somos mejores cuando aceptamos que nos acompañen en nuestros desafíos y aspiraciones. Es complejo, lo sé. Pero es necesario y, sobre todo, es posible.

La segunda dificultad es de tipo político. Hacer política en Venezuela es estar expuestas a diversos tipos de violencia. La lucha política es dura y acude a modos descarnados. Vocabulario vulgar y referencias deshumanizantes. Veo con preocupación que a veces nos gana la barbarie y las mujeres no escapamos de esa realidad. Por eso, frente al avance del salvajismo debemos reafirmarnos en lo propio de nuestra feminidad: dar testimonio de generosidad cuando parece vencer la mezquindad, acudir al poder de la ternura en momentos de tensión, dedicarnos a los detalles concretos que marcan la diferencia y desplegar con inteligencia nuestra capacidad intuitiva.

Ciertamente hay barreras culturales. Las he vivido e intento sortearlas. La política en Venezuela aún parece ser terreno de hombres. Pero si algo hemos aprendido las venezolanas es que nuestro crecimiento en el ámbito de lo público no se agota en las estimaciones de espacios de poder. La revolución chavista ha colocado en altos cargos a mujeres que encarnan la barbarie: violan derechos humanos, dirigen torturas y controlan aparatos represivos. También han utilizado las cuotas electorales femeninas para entorpecer la generación de consensos de las fuerzas opositoras. Las políticas venezolanas no somos ni seremos instrumentalizadas para crear caminos de dominación aparentemente perfectos. Nosotras avanzamos sin complejos con el impulso de nuestros logros académicos, políticos y sociales. Nos apalancamos en estructuras de solidaridad y cada paso que damos es producto del esfuerzo conjunto, no de la dádiva de un sistema injusto.

La tercera dificultad es de tipo existencial. La lucha por la democracia consume y agota. A veces podemos preguntarnos por el sentido de nuestros sacrificios. Esa tentación puede ocurrir especialmente en dos momentos concretos: cuando somos testigos de injusticias sociales graves y cuando vemos que nuestros hijos crecen en un país sin futuro aparente. El hambre y la miseria parten el alma. La injusticia social desata ira interior. Vemos en el rostro de cada niño que sufre la mirada de nuestros hijos. De manera recurrente vienen a nuestro corazón los versos de Andrés Eloy Blanco y sus hijos infinitos. Y, luego, cuando llegamos a casa después de largas jornadas de trabajo y nos encontramos con nuestros hijos, se profundiza el dolor. Porque ellos crecen en un país profundamente desigual y sin libertad. Nuestros hijos nos han visto sufrir, aprendieron a rezar desde pequeños por nuestros amigos que están presos y han experimentado el mal antes de tiempo. Mi esposo y yo no dudamos de que esta situación nos ha hecho mejores padres, y a ellos, mejores hijos. Con profunda fe le pedimos al Señor que nos ayude a criarlos y que nos haga desprendidos. Eventualmente crecerán y, si la lucha se extiende, deberán decidir si quedarse o partir. Llegado el momento, los apoyaremos en cualquiera de los escenarios.

En las tres dificultades descritas se cristaliza nuestra doble frecuencia. En lo doméstico, en lo político y en lo existencial están presentes el hogar y la mujer de Estado. Milada Horakowa dedicó sus últimas horas a cultivarlas. Con naturalidad dejó un testimonio que visibiliza nuestra dualidad. Desplegó con señorío nuestras dos dimensiones. Su testamento político es evidente. Dio su vida. No existe sacrificio más extremo. Por tal motivo, quizás no requirió soporte escrito. En lo humano, dejó tres cartas que la muestran como hermana, esposa y madre. En su testimonio se funden nuestras frecuencias y crean un perfil complejo que debe ser fuente de inspiración para todas cuando conmemoramos el Día de la Mujer: una mujer política que resistió a dos totalitarismos y ofreció su vida por la libertad de su país.

 

Paola Bautista de Alemán. Presidente de la Fundación Juan Germán Roscio y miembro de la Junta de Dirección Nacional del partido Primero Justicia, Venezuela. Doctora cum laude en Ciencia Política por la Universidad de Rostock, Alemania. Está casada y es madre de tres hijos. Vive en Caracas, Venezuela.