Existe una realidad sobre la inmigración que sobrepasa el discurso que se emite desde los medios. ¿Por qué no nos la querrían contar? Analicemos las historias de quienes dejan su pasado atrás para aspirar a un futuro que su tierra ya no les puede dar.

Resulta muy curioso que, dentro de un mundo globalizado, las exaltaciones mediático-políticas sean constantes cuando, por negligencias de un gobierno de turno, grupos relegados o bien adinerados deciden abandonar su territorio para emprender la búsqueda de una oportunidad que su país les quitó. ¿Por qué sorprenderse? Las generaciones ilustradas de antaño estarían decepcionadas si acaso alguien no aprovechara nuestra grandiosa conectividad para huir cuando un político decide robarte y venderte un pollo a cambio de tres maletines repletos de billetes. Si actualmente el sistema posee esta magnitud de desarrollo, es precisamente por las movilizaciones de poblaciones antiguas que fueron sentando bases económicas y culturales para generar su propio crecimiento. La migración para nada es un nuevo fenómeno que debe analizarse con temor y desprecio, aunque algunos pseudoprofesionales y ejecutivos así lo profesen en discursos y medios masivos.

Delincuencia, superpoblación y falta de oportunidades, esa es la cara que nos han mostrado de la moneda inmigrante. ¿Qué sorpresa guarda la otra cara de esta moneda?

En 2018, la periodista ecuatoriana Gisella Rojas convivió con una caravana migrante en México para un concurso de la Thompson Foundation. En ella encontró historias de personas que, en tan solo 15 días, tomarían una dirección completamente diferente. Entre esas está la de Manuel Avilés, quien comentaba que dejó todo en Honduras por buscar nuevas plazas laborales. Él es un diseñador de muebles lleno de sueños, de quien Rojas alega que «para Donald Trump no vale nada». No obstante, «cuando Estados Unidos vea lo que él es capaz de hacer», cree que «ya no lo dejarán ir». Como él, existen muchos civiles llenos de talento con las habilidades y ganas de aportar a una comunidad, que lastimosamente terminan convirtiéndose en caso omiso frente a los ojos de ciertos gobiernos excluyentes y poco preparados. También conoció a Isabel Santos, una mujer que viajó hasta México para comenzar otro rumbo a Estados Unidos. Ella viajaba con cuatro niños; tres de ellos eran sus nietos y, la restante, su hija. Su deseo más grande era poder llegar a San Francisco donde está asilada su otra hija, quien huyó de Honduras para buscar protección. El bus hacia su nuevo destino arrancaba a las 7 a. m., por lo que a las 6 a. m. debía levantar a sus pequeños acompañantes para vestirlos y alimentarlos por su cuenta, sin mucha ropa ni dinero que la solventara. Después de que subieron, cómo habrá terminado esa historia es una incógnita que tienen todos los que intentan olvidar su pasado para alcanzar un nuevo propósito.

Entre incertidumbre, insalubridad y miedo, personas como Josué y Elena de El Salvador encuentran momentos de esperanza. Durante las paradas de los buses, ellos lograron contraer matrimonio con una corta ceremonia en una capilla. Sin embargo, estos pequeños momentos de felicidad se cortan cuando, como le pasó a Milagros, el dinero para avanzar se acaba, llegando a otro país con bolsillos vacíos y sueños desbordando.

Lo que no es incógnita durante este caso, pues es un hecho que ha estado en la opinión pública de manera constante (aunque sin tanto alarde), es que los centros de detención en México están colapsando su capacidad. En solo tres meses la cantidad de detenidos ascendió a 73.400, el doble que el año anterior. Con esta consideración, los centros son incapaces de ofrecerles condiciones de vida sanas, y entonces sufren calores extremos, infecciones por chinches o inodoros desbordados, largos días sin poder ducharse, comer o recibir una atención médica decente, según la BBC.

Para Édgar Corzo Sosa, visitador de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, la capacidad de los centros de detención en México sería suficiente si existiese un flujo migratorio normal. No obstante, las cantidades enormes de migrantes o refugiados que cada día pasan por México para tomar una ruta posterior, estanca y dificulta un servicio digno para quienes buscan ayuda. Y todo esto tiene un motivo, porque nadie huye de un país en donde todo marcha a su favor.

Quienes llenan estos espacios en los centros son mayoritariamente de El Salvador y Honduras. Según organizaciones del Sistema Regional de Monitoreo y Análisis del Desplazamiento Forzado, el 53% de quienes llegan son mujeres y el 47% son niños y adolescentes, uno de los grupos más vulnerables. La razón por la que los desplazamientos emergen de forma tan inesperada recae en la ausencia de salud, educación y oportunidades económicas que promuevan la autorrealización de su ciudadanía, además de la violencia generalizada dentro de los países.

Según el diario El Comercio de Ecuador, El Salvador es considerado como uno de los países más violentos del mundo, con tasas de homicidio de «103, 81,7 y 60 cada 100.000 habitantes en 2015, 2016 y 2017». Estos crímenes se enlazan principalmente a las pandillas organizadas.

Hay Estados que, a pesar de poseer problemáticas internas sin resolver, deciden cooperar para enfrentar un fenómeno que beneficia a toda la población cuando está bien gestionado. Entre estos se encuentra la capital de Argentina, Buenos Aires, con programas y proyectos emergentes de la Dirección General de Colectividades de la Subsecretaría de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural. Por medio de este trabajo ha logrado integrar diversas nacionalidades, generando espacios de encuentros para que los habitantes puedan promover y compartir su cultura.

Su esfuerzo por exaltar el orgullo en las raíces de los ciudadanos se ha plasmado en su programa Conociendo tus Raíces, en donde los participantes estudian sus orígenes para conocer su tierra, cultura y costumbres. El fin último es que puedan compartir sus experiencias con demás ciudadanos para sentirse uno más de ellos. Y cómo no mencionar el Día del Inmigrante, evento que reúne cada septiembre a más de 50 colectividades que habitan en la ciudad para elogiar la multiculturalidad. Este programa planifica una jornada con cuerpos de baile que representan a cada país, además de eventos musicales, juegos, interacciones educativas y recorrido gastronómico de los participantes. Sin duda, un accionar que los Estados con flujos migratorios masivos deberían adoptar.

La cara de la moneda inmigrante ya nos ha mostrado suficiente drama, políticos altruistas y difamaciones respecto a pobreza y criminalidad. Echemos un vistazo a lo que guarda la otra cara de esta moneda, ya que, como se ha detallado, produce historias desgarradoras y emotivas de quienes se han visto obligados a abandonar un hogar lleno de desesperanza, caos y violencia. Pero también analicemos detalladamente lo que pocos nos muestran. Veamos esos esfuerzos de comunidades políticas que, aunque no sean referentes de la cúpula económica mundial, refutan la idea detrás de la cara en la moneda inmigrante y trabajan por desmantelarla con una correcta planificación integradora. Esa es la vía.