Bedoya fue algo así como una conciencia de la democracia peruana y, hasta su último día, una de sus más escuchadas voces. En un país polarizado, fue una de las pocas personas capaces de unir a todos. Fue además un gran amigo de la Fundación Konrad Adenauer, que se instaló en Lima durante su alcaldía. Para Diálogo Político, le rinde homenaje un amigo PPCista.

Nuestro apreciado joven centenario —título que le puso a su libro autobiográfico, donde nos narra con lujo de detalles su larga vida enraizada en los acontecimientos nacionales vividos entre tumultos, dictaduras y aperturas democráticas— a temprana edad abrigó el socialcristianismo y se codeó con líderes juveniles de América y Europa. Sus guías principales fueron: el párroco de Miraflores, Amelio Plasencia, con quien logró afianzarse en la doctrina de la Iglesia; Víctor Andrés Belaunde —su maestro—, de quien recogió pensamiento cual continuador en la afirmación de peruanidad; y José Luis Bustamante y Rivero, a quien acompañó en su gobierno para luego comprender la urgente necesidad de la acción política y fundar el Partido Demócrata Cristiano en 1956 y, diez años más adelante, el Partido Popular Cristiano.

Participó en la reunión demócrata cristiana en Montevideo, Uruguay (julio de 1947), cuando nació la ODCA (Organización Demócrata Cristiana de América) y luego, en 1956, asistió a la Conferencia de París donde se acordó la creación de la IDC (Internacional Demócrata Cristiana).

Fue ministro de Justicia, dos veces elegido alcalde de Lima (1963 y en 1966) donde tuvo una descollante labor en la transformación de la capital, y luego fue constituyente en 1978-1979.

¿Se acaba de convertir en leyenda nuestro apreciado «Tucán»? Este sobrenombre se lo puso un adversario político cuando comenzaba a alzar vuelo como alcalde de la ciudad de Lima, y él —cual pícaro criollo, de origen popular, nacido en El Callao— supo revertirlo: «Tucán, tucán… ¡tu candidato!». Sus célebres debates dieron inicio al cotejo de ideas en la televisión peruana tan celebrados en la década de los sesenta y setenta, con sintonías espectaculares de audición.

Hablar de Luis Bedoya Reyes es hablar del demócrata a carta cabal, del hombre de fe sin ánimo desfalleciente, del espartano sereno, del que enseña y contagia, del humanista, del realizador de obras que dejó huellas como venas que recorren la ciudad; del hombre del ensueño y la esperanza; del hombre que, mirando hacia atrás, culminaba dándonos mensajes de futuro recalcando que el porvenir nos seguía esperando.

Cuando candidato a la presidencia de la República (en 1980 y 1985), a Bedoya nunca se le ocurrió despertar esperanzas con falsos ofrecimientos; tampoco llegaba a los pueblos para hacer prosa poética; Bedoya Reyes los convocaba hacia el esfuerzo, a su lucha frente al desafío con coraje, con verdades duras pero llenas de posibilidades. Luchó con bravura en defensa de la vida y la familia, así como por la clase media trabajadora como impulsora para levantar al país; un visionario que labró y sembró para el futuro.

Fue admirador de Adenauer y De Gasperi, y nunca se olvidaba en resaltar la figura de aquel alemán al que llamaba el hombre bueno, Bruno Heck.

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Los hechos más saltantes de Bedoya Reyes que registra la historia están imbuidos de lecciones democráticas. ¿Cómo olvidar su discurso en la Plaza Castilla frente al dictador militar Velasco Alvarado, exigiéndole el retorno de la democracia? ¿O cuando, vuelta esa democracia en 1980, le brinda su colaboración a Belaunde para que la historia política peruana, cercenada de constantes golpes de Estado, no se repita? ¿O cuando convoca a una ferviente multitud en la Plaza Bolognesi en defensa de la libertad frente a la estatización de la banca y seguros, o cuando le cede la posta a Vargas Llosa para que aquel escritor pueda ser el candidato del Fredemo en 1990?

Luis Bedoya Reyes fue incapaz de anteponer sus legítimos intereses personales a los del Perú; ese coraje que se necesita para brindar gestos democráticos de relieve como cuando lo hizo presidente de la Asamblea Constituyente de 1978 a Víctor Raúl Haya de la Torre; sin componenda, sin que lo supiera el propio Haya. Dejando atónito a viejos líderes de la época.

Excelente deportista, bailarín pretencioso, mimador de sus nietos; construyó una familia sólida con su adorada Laura. Vivió la política con intensidad; dejando claro su mensaje a los jóvenes que para saber llegar no solo deben gastarse en el activismo partidario, sino deben construir su propio destino.

Hoy despedimos al último de los políticos químicamente puro: Luis Bedoya Reyes, quien no solo acaba de encontrarse con su esposa Laura en su última morada, pues desde el día en que falleció don Víctor Andrés Belaunde (1966), doña Laura había separado dos nichos provisionalmente sellados. Es decir, los restos de Bedoya ya están al lado de Laura y del maestro, como alguna vez nos refería Bedoya: «el día que yo muera estaré a un metro de don Víctor Andrés; qué diálogos tan sabrosos y continuados tendré con él, como también disfrutaré para siempre de sus sabrosos monólogos llenos de lección, mensaje y sabiduría».

¡Honor a Luis Bedoya Reyes, el más brillante político peruano del siglo XX!

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Ex regidor metropolitano de Lima (2014). Acompañó al Dr. Luis Bedoya Reyes en sus giras por el territorio nacional como periodista – camarógrafo entre 1980 y 1990. Autor de diversos libros relacionados a líderes y al Partido Popular Cristiano (PPC).