En Argentina coexisten dos grietas: la política y la social. Y es realmente importante diferenciarlas, ya que, de ambas, solamente una tiene incidencia en la calidad de vida de un gran número de ciudadanos: la social.

Villa miseria en Buenos Aires | Foto: Sbassi, vía Wikicommons

Villa miseria en Buenos Aires | Foto: Sbassi, vía Wikicommons

Si uno busca la definición de la palabra grieta en el diccionario de la Real Academia Española, encontrará que una de sus tres acepciones refiere a ‘dificultad o desacuerdo que amenaza la solidez o unidad de algo’. En Argentina hablar de la grieta ha devenido en costumbre para la opinión pública. Casi una moda. Se ha vuelto una constante observar a políticos, periodistas, intelectuales, docentes, estudiantes, etcétera, mencionar esta palabra en todas aquellas cuestiones que presentan alguna dificultad para arribar a un consenso. Siempre hay un mismo culpable: la grieta . ¿Esto es así? ¿Efectivamente existe un desacuerdo en la sociedad argentina que favorece su desunión?

En mi opinión, en Argentina coexisten dos grietas: la política y la social. Y es realmente importante diferenciarlas, ya que solo una de ellas tiene incidencia en la calidad de vida de un gran número de ciudadanos: la grieta social. Comenzaré por la primera. Vivimos la grieta política todos los días quienes, en términos de Jaime Durán Barba, conformamos el denominado círculo rojo. Este espectro representa no más del 20 % de nuestra sociedad y está integrado por todas las personas a quienes les interesa lo político. Vivimos esa grieta en los Parlamentos, ministerios, Poder Judicial, universidades, escuelas, sindicatos y organizaciones de la sociedad civil. Es la variación en el entendimiento ideológico sobre cómo debe hacerse el manejo de lo público.

Según la ONG Latinobarómetro, entre un 30 % y un 50 % de la sociedad argentina se encuentra impregnada por un sesgo izquierdista. En su cosmovisión predominan valores tales como el nacionalismo y el proteccionismo económico. Son antimercado, consideran que el Estado y no el individuo es el principal responsable del bienestar individual, y tienen preferencia por líderes de tipo mesiánico. Mientras tanta, el resto de la sociedad brega por mejores democracias (liberales) y cree en el esfuerzo individual como motor del éxito personal. Esta grieta es eso: la diferente cosmovisión política. Pero como afirmé, solo vive en el círculo rojo. Estas concepciones y discusiones ideológicas tienen carácter existencial solo en ese círculo. Al conjunto de la sociedad esto no le importa en lo más mínimo.

La verdadera y gran grieta es la social. Esta amplísima brecha que existe en el acceso a una calidad de vida digna, de algunos con respecto a otros, es la gran deuda (política) de nuestro país. Hoy, uno de cada tres ciudadanos argentinos es pobre. En este aspecto es en el que debe articularse una verdadera política de Estado; un gran «pacto de La Moncloa» al que se convoque a los diversos sectores políticos y cuyo fin último sea sacar a ese 30 % de argentinos de la pobreza; una política pública que goce de los caracteres de estabilidad y perdurabilidad; terminar con las peleas absurdas entre políticos para buscar la solución —al menos en el caso concreto— a una problemática estructural de nuestro país. Una problemática que impide nada más y nada menos que vivir dignamente a un tercio de nuestra población.

Entonces, es menester entender que existe una sola grieta con real incidencia en la calidad de vida de un gran conjunto de nuestra ciudadanía: la grieta social. Es la expresión material de la falta de oportunidades de progreso que sufre un tercio de la población argentina. El Gobierno debe, mediante políticas de Estado, con horizontes temporales largos, buscar garantizar esas oportunidades si quiere pensar en una proxima generación que pueda vivir dignamente, sin preocuparse de males como la inseguridad y el narcotráfico.

En resumen: ¿la sociedad está dividida? Sí. ¿Hay una grieta? Sí. ¿Cuál es? La social. Es la que realmente importa.

 

Julio Augusto Picabea | @julitoap
Argentino. Abogado. Maestrando en Políticas Públicas de la Universidad Austral, Buenos Aires. Presidente de la Fundación Tucumán Propone