Hundimiento de Occidente: sobre los objetivos de la deconstrucción poscolonial

Hundimiento de Occidente: sobre los objetivos de la deconstrucción poscolonial

El pensamiento poscolonial no pondrá fin a los conflictos de Oriente Próximo o Ucrania ni mejorará la agenda de derechos. Para ello se necesitan alianzas, coaliciones y diplomacia.

Por: Dr. Andreas Jacobs31 Mar, 2025
Lectura: 9 min.
Hundimiento de Occidente: sobre los objetivos de la deconstrucción poscolonial
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

El declive de Occidente parece omnipresente. En el comercio y la innovación, en cuestiones de seguridad y en la organización del orden mundial, la decadencia se diagnostica en todas partes.

No es de extrañar que Occidente tenga viento en la cara en lo que a ideas se refiere. Pero, a diferencia de lo que ocurría durante el conflicto Este-Oeste, hoy la inseguridad no proviene de ningún modelo alternativo de orden político. En la actualidad, Occidente está siendo fundamentalmente deconstruido, criticado y, a menudo, rechazado. Detrás de esto, generalmente se encuentran planteamientos que se resumen bajo el término poscolonialismo.

A más tardar desde la década del 90, en las universidades alemanas se establecieron teorías que impulsan un cambio de perspectiva en la percepción, ahora generalizada, del mundo y de la historia. Con los escritos de Frantz Fanon, Michel Foucault, Edward Said y Judith Butler, se desarrolla la deconstrucción de supuestos discursos de poder, especialmente en las ciencias sociales. No cabe duda de que este cambio de perspectiva tiene sus méritos. Por ejemplo, ya no son aceptables las glorificaciones románticas de la época colonial. También, es indiscutible que los crímenes coloniales siguen teniendo repercusiones a través de las fronteras nacionales, las relaciones de dependencia y, no menos importante, en la mente de las personas.

Sin embargo, el poscolonialismo despierta cada vez más críticas. El sociólogo estadounidense Vivek Chibber diagnostica que el poscolonialismo difunde una imagen cliché de otras regiones del mundo. Otros lo acusan de ser poco científico, de carecer de capacidad crítica y de pensar en blanco y negro. Desde el atentado terrorista perpetrado por Hamás el 7 de octubre de 2023, la acusación de antisemitismo, en particular, está en el aire. Al mismo tiempo, la resistencia poscolonial va en aumento. Sus defensores sospechan que subyace un revisionismo histórico o intuyen una campaña autoritario-iliberal. En el debate sobre el poscolonialismo, actualmente se dispara con munición real.

Restricción del discurso

Curiosamente, uno de los elementos centrales del poscolonialismo solo desempeña un papel secundario en este debate: la devaluación de Occidente. Las corrientes más recientes muestran poco interés por la historia y las secuelas de las condiciones coloniales. En su lugar, amplían cada vez más el diagnóstico y la descripción de su existencia. Lo que interesa no es el colonialismo como fenómeno global y atemporal, sino únicamente el colonialismo europeo de los últimos siglos. Se ignoran o relativizan las conquistas otomanas, la trata de esclavos árabes, el imperialismo soviético y mucho más.

El punto de partida central de esta transformación, de un enfoque del régimen de conocimiento productivo a un régimen restrictivo del discurso, es la hipótesis formulada por Edward Said en 1979 en su obra de referencia poscolonialista, Orientalismo. Sostenía que el Occidente necesitaba a Oriente como plantilla negativa para autodefinirse. Said proporcionó así un libro apropiado en un momento en que muchos en la izquierda se sentían avergonzados por el socialismo real y la revolución en Irán daba lugar a muchas falsas esperanzas. La “colonialidad” occidental y la idea de que las sociedades occidentales son intrínseca y, en última instancia, insuperablemente racistas, reemplaza cada vez más al capitalismo como base para la explicación males de este mundo.

Esta evolución se aceleró por el final del conflicto Este-Oeste y los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. La aprobación abierta por algunos intelectuales occidentales del ataque a EEUU fomentó la toma de conciencia de un fenómeno que los críticos del poscolonialismo, Ian Buruma y Avishai Margalit, denominaron “antioccidentalismo”. Este encontró nuevo alimento tras el cambio de milenio. El fracaso de los esfuerzos occidentales por exportar la democracia y el aumento de las crisis mundiales apoyaron la suposición poscolonial de que Occidente estaba haciendo al mundo más mal que bien.

Legitimación de políticas autoritarias

La devaluación de Occidente encontró su contrapartida en la valorización del Sur. El periodista Jens Balzer explica esta tendencia con la idea de lo “indígena” como leitmotiv del pensamiento poscolonial. De repente, el pueblo, la nación y la tradición volvieron a ser valores muy apreciados. Siempre y cuando estuvieran representados por personas categorizadas como no occidentales. Se declaró que el llamado Sur Global era el hogar de estos pueblos no occidentales. Este espacio ha sido objeto de debate durante mucho tiempo sin que esté claro quién pertenece exactamente a él y qué se entiende por ello. El Sur Global queda así reducido a un término combativo que puede utilizarse para todo tipo de cosas. Para el politólogo Wolfgang Kraushaar sirve sobre todo para desacreditar a Occidente. “No ayuda si se quieren entender las consecuencias del colonialismo”, expresa.

Hablar del Sur Global también está en auge porque la autocrítica antioccidental es un aliado importante para los opositores políticos al poder de las democracias occidentales. En febrero de 2017, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, abogó por un “orden mundial posoccidental” en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Desde entonces, busca aunar fuerzas con personas afines. El filósofo ultranacionalista ruso Aleksandr Dugin utiliza la imagen de la descolonización. Al igual que los nacionalistas de la India, los políticos chinos detentores de poder y los mulás iraníes. En todo el mundo se activan conceptos identitarios de supuesta subalternidad para legitimar políticas autoritarias, reaccionarias y etnonacionalistas.

Los islamistas fueron los primeros en sacar provecho de esto. Hace unos cien años, propagan al islam (y no al Occidente) como la solución a todos los problemas. La lucha contra la democracia, los derechos humanos y el laicismo, así como también contra las mujeres, las minorías étnicas, los homosexuales y las personas de otras religiones, se disfraza de perspectiva musulmana autóctona. En Irán, Afganistán y Gaza se observa la materialización política de dicha perspectiva. Los discursos poscoloniales y el vocabulario difamatorio que contienen (genocidio, apartheid, Estado colonial) son especialmente populares entre los islamistas de Hamás y otros enemigos de Israel. El día de la masacre, el 7 de octubre de 2023, el movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) celebró el ataque como una reacción de los “palestinos indígenas” a la limpieza étnica del “apartheid israelí” y del “Occidente colonialista”.

Contra el orden internacional

Debería ser objeto de debate si el poscolonialismo es en general antisemita o si el antisemitismo que se manifiesta en sus filas no es más que la expresión y la consecuencia de una visión antioccidental del mundo. Para el periodista Yascha Mounk, es difícil separar ambas cosas. En los discursos interseccionales de los poscolonialistas, Israel y, por tanto, los judíos israelíes, se categorizan como pertenecientes a Occidente que hay que rechazar. Los pensadores poscoloniales se convierten así a menudo en los idiotas útiles de quienes quieren abolir los derechos humanos, la democracia, la libertad o Israel. No está claro por qué gran parte de la investigación poscolonial sigue negándose a entablar un discurso autocrítico al respecto.

El hecho de que el pensamiento poscolonial ponga en tela de juicio los fundamentos de un orden internacional basado en normas también merece una reflexión autocrítica. Siguiendo a Foucault, las afirmaciones sobre el mundo solo se entienden como posicionamientos de la política del poder. Ya no existen verdades objetivas. Los sistemas globales de orden y regulación, las organizaciones y regímenes internacionales y, en última instancia, el derecho internacional se convierten así (al menos en sus formas actuales) en construcciones de un orden occidental de opresión colonial. Los principios de los derechos humanos y del derecho internacional en los que se basan estos sistemas ya no se consideran universalmente válidos, sino perspectivas eurocéntricas específicas temporales y contextuales. Las consecuencias realpolitik de este cambio de perspectiva ya son visibles en todas partes: las instituciones y regulaciones globales están siendo socavadas, desacreditadas y frustradas.

Conexiones Sur-Sur en lugar de Sur Global

¿Cómo preservar los valores occidentales y universales en tiempos de creciente complejidad global? El muy discutido historiador escocés Niall Ferguson aboga por una reinvención y reivindicación de Occidente. Quien piense que esto es demasiado ambicioso, debería empezar por las instituciones occidentales clave. En primer lugar, la Unión Europea y la OTAN. Pero también el G7 y la OCDE son hoy más necesarios que nunca. La respuesta más importante a las crecientes críticas a Occidente consiste en el fortalecimiento de su desarrollo institucional y fortalecimiento de las alianzas y estructuras de cooperación occidental. Y, como en los días de la distensión, cuando los lazos con Occidente se complementaban con interconexión con el Este, ahora hay mucho que decir a favor de complementar los lazos con Occidente intensificando los lazos con el Sur.

La solución a los conflictos y crisis mundiales no pasa por una reinterpretación poscolonial de la historia, sino por el fortalecimiento de los elementos cooperativos y las soluciones concretas a los problemas. El pensamiento poscolonial no pondrá fin a los conflictos de Oriente Próximo o Ucrania, ni garantizará la prosperidad mundial, ni conducirá a una mayor igualdad de derechos para las mujeres, ni contrarrestará el cambio climático. Para ello se necesitan alianzas, coaliciones y diplomacia. La comprensión de esto no está suficientemente presente en la política exterior y de desarrollo alemana.

Allí se siguen adoptando despreocupadamente reinterpretaciones poscoloniales de términos y supuestos. O se proclama que se quiere negociar en pie de igualdad con socios de África y Asia, sin darse cuenta de la arrogancia de tal formulación. Por eso, cuando la ministra de Desarrollo, Svenja Schulze, se compromete a “superar los desequilibrios estructurales de poder” en las relaciones mundiales, uno desearía al menos ver una reflexión crítica sobre cómo se perciben esas declaraciones en China y Rusia.

Texto publicado originalmente en alemán en Die Politische Meinung, número 588, año 2024.

Versión traducida al español por Manfred Steffen, programa regional Partidos Políticos y Democracia en América Latina, Montevideo.

Dr. Andreas Jacobs

Dr. Andreas Jacobs

Jefe del Departamento de Cohesión Social de la Fundación Konrad Adenauer

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