La era de Francisco, el primer papa latinoamericano, representó un giro político y simbólico en la historia reciente del Vaticano. Su liderazgo no solo alteró el enfoque geográfico de la Iglesia, llevando la atención hacia países del Sur. También puso a América Latina en el centro de debates sobre justicia social, desigualdad y política internacional. Sin embargo, su influencia estuvo marcada por tensiones entre su discurso reformista y los límites estructurales de la Iglesia católica.
Desde su elección en 2013, Francisco dejó claro que en su papado América Latina tendría relevancia. No es descabellado pensar en esto, pues se trata de la región del mundo con la mayor concentración de fieles católicos.
En total, Jorge Mario Bergoglio viajó 47 veces fuera de Italia y visitó 67 países. En Latinoamérica estuvo en Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México, Panamá, Paraguay y Perú. Quizá el elemento más simbólico es que no pisó Argentina, su suelo natal.
Su primer viaje apostólico a Brasil fue una declaración de intenciones. Buscaba una Iglesia cercana a los pobres, con un papel activo y que saliera a las calles . Esta visión social del catolicismo marcó un contraste con sus predecesores y se tradujo en una serie de intervenciones políticas que le ganaron aliados y detractores.
Mediaciones y tensiones
Una de las gestiones más emblemáticas fue su papel como mediador en el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba en 2014, un hito diplomático que fortaleció temporalmente la influencia del Vaticano en América Latina. También respaldó el proceso de paz en Colombia con las FARC, que culminó en un acuerdo celebrado internacionalmente. Estas acciones proyectaron al Papa como un actor geopolítico, capaz de influir en procesos de reconciliación y distensión.

Su actuación ante crisis más complejas como la de Venezuela evidenció limitaciones. Aunque promovió el diálogo entre el gobierno de Nicolás Maduro y la oposición, fue criticado por sus pocas definiciones iniciales ante las violaciones de derechos humanos . Solo en sus últimos años adoptó un tono más contundente, al declarar que “las dictaduras no sirven y terminan mal antes o después”, en alusión a Venezuela. Este viraje tardío fue leído por muchos como un intento por preservar el legado papal en medio de la polarización política regional.
Sobre el régimen de Daniel Ortega en Nicaragua, que ha perseguido a la Iglesia, dijo en 2023 durante una entrevista a Infobae que “Es como las dictaduras comunistas o hitlerianas, grosera”.
Desafíos estructurales de la Iglesia
En el plano interno, el Papa lidió con desafíos estructurales de la Iglesia en América Latina: el auge del pentecostalismo, la pérdida sostenida de fieles y los escándalos por abusos sexuales. A pesar de medidas como el endurecimiento de penas para clérigos abusadores y la disolución de movimientos religiosos implicados en abusos, como el Sodalicio de Vida Cristiana en Perú, el daño institucional fue profundo. Su decisión de aceptar la renuncia masiva del episcopado chileno tras el escándalo del obispo Barros fue histórica, pero también tardía y reactiva.
El legado doctrinal de Francisco también fue ambiguo. Mantuvo posturas conservadoras en temas como el aborto y los anticonceptivos, a pesar de avances legales en países como Argentina, México y Colombia. Si bien mostró una apertura retórica —como permitir que sacerdotes absuelvan a mujeres que abortaron o afirmar que “ser homosexual no es un delito”—, no impulsó cambios estructurales. Esta ambigüedad generó desencanto en sectores progresistas, aunque también mantuvo un equilibrio que evitó una fractura más profunda dentro del clero.

El legado de Francisco en Latinoamérica
El Papa argentino deja una huella mixta en América Latina. Su esfuerzo por reposicionar a la Iglesia como actor político y moral en la región fue evidente, pero no logró detener el declive institucional ni consolidar un liderazgo transformador en temas de justicia de género o renovación doctrinal.
Su popularidad, aunque aún alta, sufrió desgaste, especialmente en su natal Argentina, donde su figura genera debates. En el balance, su pontificado representó más una transición que una transformación radical: un intento por actualizar la presencia de la Iglesia en una región convulsionada, sin romper del todo con su legado conservador.