Isabel II, institución y deber

Un largo camino recorrido. Ejerció sin zigzag ni desvío de la vida del deber que se autoimpuso y que la convirtió en una figura pública unificadora de su nación.

Por: Gabriel Pastor9 Sep, 2022
Lectura: 5 min.
Isabel II, institución y deber
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Artículo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

«Declaro ante todos ustedes que toda mi vida, ya sea larga o corta, estará dedicada a su servicio y al servicio de nuestra gran familia imperial a la que todos pertenecemos». A los 21 años, la entonces princesa Isabel de York ofreció un discurso radiofónico, premonitorio de lo que sería su conducta ejemplar durante sus 70 años y 214 días de monarca constitucional en el Reino Unido. Fue el 21 de abril de 1947. Cinco años después se convirtió en reina.

Isabel II, fallecida el jueves 8 de septiembre a los 96 años, se ganó en un lugar prominente en la historia mundial. Fue la reina que gobernó durante más tiempo en la historia británica.

El diario The Washington Post, a horas de anunciado el deceso, resumió muy bien el gran legado de la monarca británica: «Gran Bretaña está de luto por una vida de servicio y deber».

Monarca y defensora de las instituciones

El reconocimiento que líderes del mundo han dado a Isabel II no supone una defensa per se al régimen de la monarquía constitucional, sino a su papel de jefa de Estado y a su actitud de servidora pública resiliente. Su fallecimiento llega en momentos de una fuerte erosión de la confianza en los gobernantes y una opinión pública estupefacta ante un ambiente contaminado de incertidumbre y zozobra.

Su reinado ofreció a Gran Bretaña continuidad y estabilidad. Desde la era que se abría con el fin de la Segunda Guerra Mundial y la arquitectura institucional europea, atravesó la tensionada Guerra Fría, hasta el malogrado siglo XXI, signado por la irrupción del populismo y el brexit, la pandemia de covid-19, las inestabilidades geopolíticas de la mano de China y Rusia, y las disrupciones a la economía y el comercio.

Sello real de Isabel II en las puertas de la Torre de Londres. Fuente: Flickr
Sello real de Isabel II en las puertas de la Torre de Londres. Fuente: Flickr

Entre la tensión y el conflicto

La monarca asumió con temple una vida intensa, moldeada por la responsabilidad heredada. Contribuyó a restituir la unidad angloirlandesa y a atemperar a más no poder un conflicto que empezó antes de que naciera y que se extendió a fuego hasta la década de 1990. Del mismo modo, escudriñó las disputas rupturistas de otras regiones celosas de una identidad propia.

Su reinado comenzó en época de guerras convencionales por tierra, mar y aire, y antes de la tecnología del teléfono rojo y la diplomacia de la Guerra Fría. La larga vida de palacio le brindó la posibilidad de convertirse en un personaje privilegiado para seguir de primera mano todas las vicisitudes del mundo. Estas fueron las trasformaciones radicales que vivió en primera fila: el declive definitivo del Imperio británico, el avance de los Estados Unidos como primera potencia del mundo, la construcción y derrumbe del Muro de Berlín —y todo lo que ello significó para el ajedrez global —, la guerra contra el terrorismo yihadista, el avance de China y un mundo bipolar en ciernes, y la reciente invasión rusa a Ucrania.

Demasiados acontecimientos afectaron el sentido británico de las cosas, pero Isabel II supo sortearlos con relativo éxito. Se distinguió por su estilo propio, de bajo perfil o poca exposición pública sobre los asuntos políticos domésticos más importantes, y una viva presencia internacional.

Reina Isabel II
Reina Isabel II. Fuente: U. S. Government.

La roca de la institución

Como comentaba en estos días un editorial de Wall Street Journal, «sus puntos de vista personales sobre las cuestiones políticas importantes de su reinado, desde la crisis de Suez hasta el brexit, permanecieron desconocidos durante muchos años después de los acontecimientos y, en ocasiones, hasta el día de hoy». Esto refiere un enorme mérito, si se pone en perspectiva el desenvolvimiento del mundo líquido de hoy, donde es muy difícil evitar los reflectores mediáticos y quedar enredado en la lógica del espectáculo de la información o el envoltorio del escándalo, como les ocurrió a sus hijos y a algunos nietos.

Quizás por la maestría de la experiencia que le dio sobrevivir a 15 primeros ministros británicos, 14 presidentes estadounidenses y siete papas, o por un modo genuino de entender el ejercicio del poder, Isabel II supo «estar presente en el ojo público sin atraer los titulares de los tabloides».

El halo anticuado que envolvía a la reina, reforzado por protocolos dinásticos y andares palaciegos, no proyectaron, sin embargo, una figura demodé. Muy por el contrario, en cada momento supo ganar popularidad en su pueblo.

La sobriedad y hábitos clásicos se reflejaron en su vestimenta inmaculada que, con los años, se convirtió en complemento perfecto para su desenvolvimiento mesurado en el espacio público. Las palabras del presidente estadounidense Joe Biden fueron: «La reina Isabel II fue una estadista con una dignidad y constancia inigualables».

El mundo vive hoy la pérdida de una líder que supo surcar con entereza y sin aspavientos las aguas embravecidas del abismo insondable que es la historia.

Gabriel Pastor

Gabriel Pastor

Miembro del Consejo de Redacción de Diálogo Político. Investigador y analista en el think tank CERES. Profesor de periodismo en la Universidad de Montevideo.

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