En incertidumbre y alerta debido a la ola represiva de las últimas semanas, los venezolanos esperan las salidas que proyecten un mejor futuro. Mientras el Consejo Nacional Electoral declaró vencedor a Nicolás Maduro, la mayoritaria alianza opositora anunció como ganador a su candidato Edmundo González Urrutia, basándose en las actas de votación del pasado 28 de julio. El tiempo es enemigo cuando la esperanza se pone a prueba y los esfuerzos por una solución aún no dan frutos.
Desde Caracas, el Obispo de Petare, uno de los barrios más grandes de América Latina, monseñor Juan Carlos Bravo Salazar, explica la realidad que envuelve la pobreza, la resistencia y la esperanza de un pueblo más allá de la política.

¿Cuál es la dimensión de la pérdida de confianza en el sistema y las instituciones en Venezuela?
—Respondo como pastor, cristiano y ciudadano de este pueblo. Creo que la percepción de la gente es que hay una pérdida total de la credibilidad de las instituciones y ha ido avanzando cada día más. Donde no somos y no manifestamos la verdad, difícilmente vamos a hacer creíbles. En esta coyuntura, la búsqueda de la verdad y el testimonio con sinceridad, honestidad y transparencia es lo único que va a hacer que la instituciones sean realmente creíbles. Jesús de Nazaret, a quien seguimos, amamos y quien es nuestro modelo, lo manifestó claramente: la verdad se busca y se encuentra cuando realmente tenemos esa relación de respeto al otro y de respeto a nosotros mismos
Creatividad para sobrevivir
Entre 1989 y 1992, Venezuela vivió varias convulsiones sociales y dos intentos de golpe de Estado, ¿considera que el descontento hoy es terreno fértil para un estallido?
—Sí, yo creo que es muy difícil mantener la insatisfacción y los desalientos del pueblo. Se había creado la ilusión de un mundo donde podía verse la justicia, la verdad la honestidad y donde se pudiera vivir mejor. Pero la gente se ha ido decepcionado con una sociedad donde el salario mínimo son tres dólares, donde el derecho a la educación es muy vulnerado porque solo hay clases dos días a la semana, donde hay 60% de déficit de personal educativo, donde el sistema de salud no responde a las necesidades, la gente para ser atendida en los hospitales tiene que comprar todos los insumos, y también a nivel de los servicios básicos agua, luz e internet son muy precarios. A todo eso se suma la inseguridad no solo en el ámbito de la delincuencia, sino también la inseguridad de no saber qué puede pasar o cómo voy a sobrevivir mañana.
¿Cómo se hace frente a un contexto tan adverso?
—Creo que todo esto ha hecho que las personas sean un poco más creativas para sobrevivir y han tenido que emprender vendiendo tortas, vendiendo helados y haciendo muchas cosas. Se han dado cuenta de que realmente tienen que luchar para poder construir su vida y tener su seguridad en sí mismos porque no hay ningún tipo de seguridad del Estado.
Esperanza
Petare es uno de los barrios más grandes de Latinoamérica y una zona que apoyó muchos años a Chávez. ¿Cómo se vive la crisis social y política ahora?
—A Petare lo describen como el barrio más grande, peligroso y pobre de América Latina, pero también está lleno de ilusión y esperanza. En los barrios nuestros hay una mayoría de jóvenes y niños. Allí los pobres no tienen las suficientes opciones para trabajar y construir una vida más digna. Creo que Petare es un mundo que vive de una ilusión constante para poder construir la familia y la sociedad. Chávez representó para los pobres en nuestra patria una gran esperanza en ese momento para que vivieran con mayor dignidad. Eso se ha ido perdiendo. La gente hoy es más pobre que hace 25 años. Tiene menos recursos, menos servicios y menor calidad de vida.
¿Cómo impactó en la población la crisis desatada por los resultados de las elecciones del 28 de julio?
—La gente tenía realmente una gran esperanza de cambio. Tal vez no tenían claro qué tipo de cambio. Pero sí uno que aportara una mayor calidad de vida para las personas y la dignidad de los pueblos. El domingo, el día de las elecciones, fue un gran acontecimiento en los barrios. Se vivió como una gran fiesta. El lunes, pues, había como una gran desilusión por los resultados. Después, el martes, un poco más de frustración. Yo creo que poco a poco van cambiando los sentimientos y los pensamientos. Percibo que aquí la gente aún tiene la esperanza de que realmente pueda llegar a reconocerse y aparecer la verdad. Y que esa verdad sea asumida.
Han sido momentos difíciles por todos los arrestos. Son más de dos mil según la cifra del mismo gobierno, hay más de veinte muertos, la mayoría de ellos jóvenes. También los organismos de seguridad que están en las calles y van amedrentando a las comunidades crearon una situación de desconfianza entre unos y otros. No se sabe quién es realmente y en quién puedes confiar.
Lugar de encuentro
La iglesia ha jugado un rol trascendental en los procesos de diálogo entre el chavismo y la oposición. ¿Cuál es su posición actual?
—Los obispos de Venezuela hemos estado en contacto y hecho ese proceso de discernimiento que está claro en los comunicados: la no violencia, el respeto a la verdad, la voluntad popular y el respeto a los derechos de las personas. El mismo Papa Francisco se ha pronunciado pidiendo que realmente podamos encontrarnos en la verdad y que esa búsqueda es la verdad sea lo que nos garantiza la paz. La Iglesia siempre ha jugado un rol protagónico. Siempre ha estado al lado del pueblo y no solo eso, sino que la Iglesia es el pueblo de Dios.
Los sacerdotes, los religiosos, las religiosas, los obispos vivimos como un ciudadano más. Hemos hecho un proceso de reflexión y seguimos tratando de partir del Evangelio y viendo cómo actuaría Jesús en medio de esta situación. La conclusión fundamental la que hemos llegado es que la Iglesia debe ser, ha sido y seguirá siendo siempre lugar de encuentro. Un lugar para recuperar la confianza, para escucharnos y escuchar también. Para poder discernir a la luz del Espíritu lo que estamos llamados y eso nos hace una comunidad de fe.

Confianza en el mundo
En América Latina y buena parte del mundo el tema Venezuela se ha convertido en un asunto local. ¿Los venezolanos perciben esto dentro del país?
—Sí, el mundo sabe lo que ha pasado. Casi todos los pronunciamientos de los episcopados de América Latina y el Caribe, de Norteamérica y Europa en este proceso nos lleva a acompañarnos y a sentirnos hermanos. No somos discípulos de Jesús aislados, que vivimos en solitario nuestra aventura, nuestra tristeza y nuestro desengaño. También hay una comunidad que apoya. De las grandes frustraciones que sí se siente y percibe a nivel de todos estos organismos internacionales es que la gente quisiera que estos cambios fueran más rápidos, más reales y expeditos. Pero estos pronunciamientos, aunque muchos estén o no de acuerdo, para la gente significan que no se ha pasado la página de las elecciones. Creo que hay una confianza en que el mundo está tratando de hacer lo máximo que puede para que esto cambie. Porque este momento no se trata de mentir sobre más mentiras. Sino de buscar la verdad que nos ayude a reconciliarnos recuperando la ciudadanía, nuestra propia identidad de venezolanos.
Pensando en el futuro, desde su mirada como Obispo de un barrio pobre de Caracas, ¿qué efectos traería la imposibilidad de una transición democrática?
—La gente vive entre la tensión y la calma. Hay mucho temor de que, si realmente no se da un cambio político en este momento, los cambios sociales y estructurales van a ser más difíciles. Como consecuencia, la inseguridad, la indefensión, la inestabilidad y la pobreza van a ser más crecientes. Y también se teme que mucha más gente salga del país para buscar mayor calidad de vida. Eso va a ser muy desastroso para nuestra nación, para nuestras comunidades…
Es impresionante la cantidad de venezolanos que están fuera del país, pero también es difícil para quienes se quedan. Padres que permanecen solos, abuelos que están criando niños de los que se fueron a trabajar fuera. El núcleo familiar ha sufrido un golpe demasiado duro y se teme que pueda ser aún más fuerte. Si no se ven las cosas con transparencia el pueblo se va a sentir cada día más indefenso, solo, agobiado e inseguro porque no se puede andar en la senda de instituciones que realmente garanticen en la práctica la verdad y la justicia.