La cuarta democracia del mundo se encamina a una elección histórica. En un ambiente polarizado, los votantes no parecen orientarse por la calidad de las propuestas, sino para impedir la victoria de uno de los candidatos.
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Hace algunos años, se decía en Brasil que, sobre política, fútbol o religión, no se discutía. Sobre los dos últimos temas, aún parece haber cierto acuerdo con la frase, pero nunca como en el último tiempo se discutió tanto sobre el rumbo político del país.
El debate político comienza a aumentar su temperatura a medida que se aproximan las elecciones generales en la cuarta mayor democracia del mundo, previstas para octubre de este año, y que determinarán el destino de los próximos cuatro años para la Presidencia y el Congreso Nacional, además de los Ejecutivos y Legislativos estaduales.
Brasil, con sus 148 millones de electores no solo es el cuarto país del mundo en términos de población electoral, sino que también alcanzó el deshonroso cuarto lugar entre los países que más se alejaron de la democracia, de acuerdo con el informe 2020 del instituto V-Dem de Suecia.
Polarización tóxica
Con niveles de polarización tóxica, además de violencia política y protestas favorables a posiciones autoritarias, el 2022 presenta lo que promete ser una de las campañas electorales más agitadas desde el regreso de la democracia en la década del ochenta.
La competencia electoral de este año se desarrollará en un Brasil aún de luto por las más de 620.000 vidas perdidas por la covid-19, muchas de ellas resultado de una negligente gestión del actual presidente y sus ministros negacionistas.
Como si la crisis sanitaria que aún está en curso no fuese suficiente, 12 millones de brasileños están desempleados y el endeudamiento de las familias alcanzó su mayor nivel en once años.
En relación con la cuestión climática, Brasil, que estuvo a la vanguardia en la discusión sobre el clima, aportando propuestas innovadoras en foros multilaterales, hoy se encuentra aislado, en medio de una crisis ambiental que desgasta la imagen del país en el exterior, con un aumento de la destrucción del área de bosques del 67% durante el actual período de gobierno.
Los temas en las elecciones de Brasil
Si en vísperas de las elecciones de 2018 los temas prioritarios para los brasileños fueron la corrupción y la seguridad pública, hoy los asuntos apremiantes son economía y salud pública. Auxilio Brasil, programa social propuesto por el Gobierno federal, que prevé el pago de R$ 400 a la población más pobre, es una de las embestidas de Jair Bolsonaro (Partido Liberal – PL) para galvanizar su apoyo popular, en un momento de desgaste.
Liderando la competencia electoral, el expresidente Lula (Partido de los Trabajadores – PT) cuenta con una amplia ventaja entre los electores de baja renta, y su discurso se centra en el recuerdo de los programas sociales de transferencia de renta desarrollados durante la gestión del PT, que contribuyeron a sacar al país del mapa del hambre en 2014, y al que regresó en 2021.

El fuerte rechazo a Bolsonaro, hoy con un índice de reprobación del 56%, de acuerdo con la encuesta de PoderData, lleva a la oposición a organizarse para hacerle frente. El expresidente Lula, su mayor rival, es quien lidera la intención de voto con 42% y podría ser elegido en primera vuelta, de alcanzar la mayoría de los votos válidos; esto significa obtener más votos que la suma de sus oponentes.
Mientras, y a pesar de liderar holgadamente, también presenta una imagen política desgastada debido a los escándalos de corrupción del PT, y un elevado nivel de rechazo, no solamente de su imagen sino de su partido. Atrás de Lula, Bolsonaro (PL) aparece con 28% de intención de voto, seguido de Sergio Moro (Podemos), en tercer lugar, con 8%; Ciro Gomes (PDT) con 3%; y Joao Doria (PSDB) con un porcentaje poco relevante de 2%.
¿Bolsonarismo o lulismo?
Con Lula y Bolsonaro sumando el 70% de la intención de voto, el actual escenario de polarización impacta no solamente en la disputa presidencial, sino en todos los otros cargos en disputa. En el ámbito estadual, serán electos 27 gobernadores y más de mil diputados estaduales.
La proximidad (o distancia) con relación al bolsonarismo o al lulismo puede determinar las posibilidades de un candidato, e incluso las buenas relaciones al interior de su propio partido.
El Partido Social Liberal (PSL), la anterior sigla de Bolsonaro, fue irrelevante hasta la victoria del actual presidente, pero vio crecer su bancada y asumir el liderazgo en alcaldías y gobiernos importantes de Brasil, electos durante la ola del bolsonarismo.
Hasta que se cierre el plazo de cambio de partidos en abril, es posible que muchas piezas se muevan en el ajedrez político, especialmente tomando en cuenta los treinta y tres partidos políticos oficiales en la disputa. Ahora que Bolsonaro se afianzó en el PL y que Demócratas (DEM) y el PSL se fusionaron para crear la Unión Brasil, es probable que muchos candidatos abandonen sus siglas para acomodarse en aquella donde encuentren mayores probabilidades de victoria.
Bolsonaro, quien desde el inicio de su mandato gobierna a través del conflicto y no del consenso, necesita de un contrapunto para reelegirse, y ahí es donde el antipetismo le cae como anillo al dedo. El actual presidente exploró el odio a la política en las ultimas elecciones, presentándose como un hombre sencillo y outsider, transformándose en un fenómeno virtual. De un tiempo a esta parte, el discurso supuestamente apolítico de Bolsonaro cambió y, para zurcir alianzas, cambió el tono en busca de gobernabilidad.
Entre la izquierda y la derecha, los candidatos de centro están trabajando para forjar una tercera vía alternativa a estos polos, valiéndose principalmente del discurso de necesidad de renovación política. La renovación enunciada, entretanto, ya nace vieja, porque casi todos los representantes de esa tercera vía tienen sus raíces en el bolsonarismo.
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La tercera vía mal concebida
Entre aquellos que se dicen una alternativa a la polarización entre Lula y Bolsonaro, una parte era bolsonarista hasta hace poco tiempo, lo que muestra una construcción torpe de este camino alternativo que, presentándose como una novedad, es viejo en la práctica. La otra parte está formada por antipetistas, quienes, muy abajo en las encuestas, no parecen contar con posibilidades reales de asumir el liderazgo de una tercera vía, como se autoproclama ese grupo alternativo.
Si en Más allá de la izquierda y la derecha (1994) Giddens utilizó ese concepto para proponer una reformulación del Estado de bienestar social, en el Brasil de 2022 la llamada tercera vía representa una alternativa política a la polarización Lula vs. Bolsonaro. Durante 2020, muchas precandidaturas fueron anunciadas para testear niveles de aprobación y validar una decisión política de uno sobre otros candidatos, pero hasta ahora ninguno de los competidores dentro de la tercera vía ha logrado asumir el liderazgo de ese grupo.
Sergio Moro, hoy tercero en la competencia, fue un fiel partidario del actual presidente, asumiendo el cargo de ministro de Justicia en su gobierno. Al asegurar la prisión de Lula en la Operación Lava Jato, el exjuez fue una pieza clave para el resultado de las elecciones de 2018. Era alguien de estima para Bolsonaro hasta que comenzó a cuestionarlo, y ahora intenta borrar al presidente de su pasado. Recientemente, Moro se afilió a Podemos, pero hace tiempo viene coqueteando con Unión Brasil, el nuevo superpartido, con los mayores recursos electorales y partidarios, para aumentar sus chances de competir.
João Dória (PSDB) llegó a pedir, en las elecciones de 2018, que los electores paulistas votaran por Bolsonaro, inaugurando el «BolsoDória», que lo catapultó al gobierno de la capital financiera del país. Pero las disputas internas del PSDB, un partido histórico que protagonizó la contienda electoral en seis de las últimas siete elecciones presidenciales y que pelea ahora internamente para lograr cohesión, lo debilitaron en la competencia.
Juego estratégico
Los vínculos partidarios se definirán, de hecho, a inicios de abril, cuando se cierre el período ventana para el cambio de partidos, e inicie el juego estratégico de definiciones de alianzas y articulaciones para el período de convenciones partidarias, que tendrán lugar en agosto y oficializarán la alineación de los equipos para la disputada contienda electoral.
Hasta octubre pueden pasar muchas cosas en este juego electoral. Las presidencias de Arce en Bolivia, Fernández en Argentina, López Obrador en México y Gabriel Boric en Chile son indicadores de nuevos vientos en América Latina más hacia la izquierda, lo que también es relevante para este análisis.
Las disputas en el interior de los partidos para la distribución de los cargos directivos, además de los movimientos de alianzas y rupturas con Bolsonaro y Lula en las diferentes regiones, serán los temas principales de los próximos meses para que podamos entender el ajedrez electoral en el que se encuentra Brasil.
En un Brasil radicalmente polarizado, sin una tercera vía competitiva, los brasileños deberán elegir un candidato, ya no por la calidad de sus propuestas sino para impedir la victoria del otro.
Una nueva elección con un nivel extremo de polarización deja al desnudo en Brasil una cultura política que carece más de héroes que de buenos proyectos políticos.