Desde el histórico debate Nixon-Kennedy, de 1960, la preparación exhaustiva para un debate se considera crucial para los candidatos presidenciales en busca del éxito electoral. Horas dedicadas a ensayar repuestas, con asesores y expertos que ayudan a perfeccionar argumentos y afinar estrategias. Todo con el objetivo de proyectar la mejor versión del líder ante el público y los electores.
Eso fue precisamente el camino que siguió el presidente estadounidense Joe Biden para estar en la mejor forma posible en el debate frente a su rival republicano, Donald Trump. De cara a las elecciones del 5 de noviembre, la cadena CNN organizó el evento el pasado jueves 27 de junio en horario estelar. No obstante, resultó ser una planificación fallida. El líder demócrata, un hombre de 81 años, frecuentemente parecía desorientado, dejaba frases sin terminar y titubeaba. Todas características que preocupan en el talante de un jefe de Estado.
Una larga trayectoria en la arena política no es suficiente para ocultar condiciones físicas y mentales que revelan debilidades estructurales persistentes, que podrían agravarse con el tiempo. En el escenario de un debate presidencial en vivo de 90 minutos, su comportamiento eclipsó las virtudes de experiencia y conocimiento propias de un político de su veteranía.
¿Debería renunciar?
En un entorno político cada vez más complejo y exigente, en el que la rapidez se impone sobre todas las cosas, el equipo de Biden aparentemente no consideró cómo gestionar con honestidad y comprensión la imagen del presidente. Es difícil ocultar una verdad tan evidente como reflejan los crueles memes que circulan en las redes sociales que sugieren un estado senil.
El consejo editorial del diario The New York Times solicitó el viernes pasado que Biden renuncie a la candidatura, pese a que fue la propia base demócrata la que lo impulsó en su camino hacia la reelección. Aunque reconoció los méritos de su gobierno, consideró que su mal desempeño en el debate lo obliga a no seguir adelante con su campaña.
Pese al tropiezo mediático, Biden y su equipo cometen un error al restarle importancia al episodio. Acusan a los medios de comunicación y al movimiento MAGA que apoya a Trump de exageraciones o malas intenciones. El microclima del poder puede crear una burbuja. Eso afecta la capacidad de los líderes para tomar decisiones acertadas para mantener o acrecentar la confianza del electorado.
“No tuve una gran noche, pero Trump tampoco”, dijo Biden durante un recorrido por Nueva York y Nueva Jersey el pasado fin de semana, en el cual recibió el apoyo de líderes y referentes demócratas. “Ya no camino con tanta facilidad como antes, no hablo con tanta fluidez como antes, no debato tan bien como antes”, dijo en otro mitin, en Carolina del Norte, pero “puedo hacer este trabajo”.
La cuestión de fondo
El punto de vista del expresidente demócrata Barack Obama, que apoya la continuidad de Biden, parece más perspicaz. Plantea un énfasis en la cuestión de fondo. En X, escribió que se trata de elegir entre un candidato que ha luchado por la gente toda su vida (Biden), y alguien que solo se preocupa por sí mismo (Trump). Obama aseguró que el resultado del debate “no cambió” lo que está en juego en la elección de noviembre.
Nancy Pelosi, demócrata y expresidenta de la Cámara de Representantes, sugirió otro ángulo, también aconsejable, como evaluar el desempeño del presidente. Una perspectiva que supone insistir en la marcha de la economía. Mientras, los estadounidenses expresan consistentemente más opiniones negativas que positivas sobre el tema desde mayo de 2021. Esto podría tener un impacto significativo en las posibilidades de victoria de cualquier candidato presidencial.

Revés en las encuestas
Más allá de los análisis y opiniones sobre el desempeño del presidente, es innegable que, después del debate, las calificaciones sobre la aptitud física y mental de Biden para continuar en la Casa Blanca han disminuido. Las encuestas de opinión pública muestran una ligera ventaja para Trump. Esto podría volverse irreversible si se refuerza la percepción de que el experimentado político no está en condiciones de salud para seguir en el ejercicio del gobierno.
De todos modos, el comportamiento de los electores es tan voluble como nunca. No hay estudios concluyentes que revelen que un candidato pierda una elección por su desempeño en los debates. Pero hoy en día no se puede afirmar con certeza absoluta que la imagen de fragilidad que transmite Biden tendrá más impacto que los deslices de Trump y su historial judicial. Aunque controló buena parte del debate, lanzó varias falsedades. Por ejemplo, la tendencia inflacionaria y la afirmación de que los emigrantes provienen de cárceles e instituciones mentales, con el propósito de desestabilizar al país.
El núcleo duro de ambos rivales no cambiará su voto. Lo que verdaderamente importa de cara a las elecciones es la percepción de los votantes de los estados indecisos en un sistema de colegio electoral. En definitiva, lo crucial es si la sociedad estadounidense considera más importante las legítimas dudas sobre las condiciones de Biden para gobernar o que la primera potencia del mundo tenga como jefe de Estado a Trump, sobre quien pesan probadas conductas improcedentes.
Cinco meses es un lapso breve para determinar quién ocupará la Casa Blanca, pero aún quedan dos debates y suficiente tiempo para que la campaña electoral pueda tomar un giro inesperado.