Hacia el 2 de marzo pasado, la película Aún estoy aquí del director Walter Salles fue galardonada con el premio Óscar de mejor película extranjera. El film cuenta la historia de Eunice Paiva, interpretada por Fernanda Torres, que, sufrió el secuestro de su esposo, un exdiputado del Partido Comunista, durante la dictadura militar en Brasil.
Esta fue la primera vez que el cine brasileño ganó un Óscar, que coincidió con los festejos de carnaval. En el sambódromo en Río de Janeiro, la multitud de 70.000 personas celebró cuando el premio fue anunciado por los parlantes del estadio. El telediario de la noche de Globo publicó los festejos indígenas en la Amazonía. En todo el país, salas de cine y bares se colmaron con la transmisión en vivo de la ceremonia. La victoria cinematográfica se vivió con el espíritu de un mundial de fútbol.
De todos modos, la derecha brasileña calló sobre el tema. La película del director Salles sensibiliza a la derecha porque habla de la dictadura militar, que Bolsonaro siempre reivindicó. Gobernadores estatales alineados con el expresidente no felicitaron al equipo de la película. Mientras influenciadores digitales de la derecha sostienen que la protagonista era esposa de un terrorista comunista. Desde la esfera política, queda la impresión de que la batalla cultural impide cualquier alegría compartida entre los brasileños.
Fenómeno comunicacional
Hace bastante tiempo no se veía que un suceso generara una emoción tan diseminada en distintos sectores de la población en Brasil. Históricamente, brasileños de todas las clases sociales y posturas políticas compartían experiencias delante de la televisión. Como los partidos de la selección brasileña en el mundial, las carreras de Fórmula 1 con el tricampeón Ayrton Senna en los 90, y las telenovelas de mayor convocatoria, como Avenida Brasil, que de hecho tuvo gran audiencia también en otros países de América Latina.
El impacto del éxito del Óscar puede verse como un fenómeno comunicacional. En la actualidad, ya no existe la comunicación es unidimensional, de un solo emisor, desde la invención de los smartphones y de las redes sociales. La información está fragmentada en incontables influenciadores digitales en infinitos nichos. La sociedad de masas ya no comparte experiencias en el mundo offline. Las experiencias son particulares, en los bolsillos, en los teléfonos, en la burbuja de la vida online.
Un ejemplo fuerte de esto es la pandemia. Un parte de la población siguió el relato de negación, con teorías de la conspiración sobre el virus y medicinas que presuntamente serían la cura. No lo vivieron de la misma forma, con el mismo lenguaje, que aquellos que sí siguieron lo que planteaba la Organización Mundial de la Salud. Ni siquiera una crisis sanitaria pudo generar comunidad entre los brasileños.
Pero la victoria de Aún estoy aquí logró romper las burbujas de comunicación. Probablemente activó el orgullo nacional, incluso entre aquellos que no son hiperpolitizados y no se enfocaron en el hecho de que la pareja de la protagonista era de un partido de izquierdas.
Romper la burbuja
Según Google Trends, en las búsquedas en los treinta días anteriores a la ceremonia del Óscar, los usuarios buscaron informase sobre la película, los dos personajes principales de la política brasileña (el presidente Lula y su antecesor) y el equipo de fútbol Flamengo. Es evidente que, fue de las burbujas hiperpolitizadas, la mayor parte de las personas no consume política en su vida cotidiana. Incluso, el día posterior a la victoria, la ganadora del Óscar generó mayor tráfico en línea que Flamengo, con más de 30 millones de hinchas.
Aún estoy aquí logró generar un suceso comunicacional en Brasil porque rompió las burbujas de información. Aunque que los hiperpolitizados de derecha no festejaron públicamente la victoria, sí fue celebrada por gente de a pie, lejos de las burbujas más politizadas.