El pasado 7 de abril se llevó a cabo en México el primero de los tres debates oficiales entre las candidatas Claudia Sheinbaum (Morena-PT-PVEM), Xóchitl Gálvez (PAN-PRI-PRD), y el candidato Jorge Álvarez Maynez (MC) a la Presidencia de la República. Los debates presidenciales en México han sido una parte fundamental del proceso electoral desde su introducción en 1994. Estos eventos han servido como plataformas clave para que los candidatos presidenciales presenten sus propuestas. También permiten confrontar ideas y discutir temas relevantes para el país. A lo largo de los años, los debates han evolucionado en términos de formato y alcance. Esto refleja los cambios en la política y la sociedad mexicanas. Han sido momentos cruciales para la toma de decisiones de los votantes y para la evaluación de los candidatos. Constituyen una contribución significativa al proceso democrático en México.
En el contexto actual, vale la pena analizar el debate más allá de la coyuntura y la pregunta que al calor de la pasión de la batalla electoral los equipos de campaña, medios de comunicación y electores afines buscan responder -¿Quién ganó el debate? También queremos plantearnos ¿para qué sirve un debate en el contexto de la campaña electoral y qué tanto contribuye a la democracia? Y si el ejercicio realizado el pasado 7 de abril ha servido en estos términos.
Conocer las opciones
En la democracia, el debate es un ejercicio de la mayor importancia porque permite al electorado conocer las opciones existentes y compararlas para tomar una decisión informada a la hora de votar.
De acuerdo con Janine Otálora, Magistrada y Expresidenta del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) de México, un debate político consiste en la exposición e intercambio de opiniones a partir de la ideología de los candidatos, su plataforma electoral y su programa político. Además, es un ejercicio democrático complementario que pone a disposición de los ciudadanos la información necesaria para ejercer sus derechos políticos. Sin embargo, en el ámbito político-electoral, el debate es considerado una herramienta más de la estrategia y la táctica de la contienda, debido al seguimiento que los medios de comunicación y la población en general dan a su contenido. (Otálora, 2014).
Según la autora (2014) una sociedad democrática es una comunidad fundada en la comunicación entre los poderes, los actores políticos y la población. Por lo tanto, todo aquel instrumento que permita el libre flujo de información, potencie la pluralidad ideológica y brinde herramientas a los ciudadanos para ejercer un voto libre, secreto y razonado —como es el caso de los debates—, resulta fundamental y merece el apoyo de las instituciones electorales, de los partidos políticos e, incluso, de los medios de comunicación. Es decir, el debate desde el aspecto normativo, en el deber ser es un espacio de intercambio de ideas y propuestas para que la ciudadanía —libre y racionalmente— elija racionalmente las que considere mejores o la que en su caso sienta que se ajustan a sus preferencias.
Derecho ciudadano
El debate es principalmente un derecho de la ciudadanía, es un ejercicio de interés público para que el ciudadano ejerza un voto informado. También es un derecho de candidatas y candidatos de contar con un espacio para expresar libremente sus ideas y propuestas en igualdad frente al electorado.
Parte de la premisa de que dialogamos. El punto de partida es que en la democracia la palabra reina por encima de la fuerza o la violencia. Y que en el diálogo público, de frente a la ciudadanía, se logra una mejor comprensión los temas de interés público para una construcción en consenso de soluciones para los problemas que nos afectan a todos.
Siguiendo a Otálora- el debate es la expresión, la más álgida y puntual, de la arena en la que se desenvuelve la batalla electoral. Es en donde la ciudadanía presencia la confrontación “cara a cara” de las personas que buscan el poder. A algunos sectores del electorado les disgusta la confrontación directa, el ataque personal entre candidatos. Otros sectores parecen disfrutar de la política como un “espectáculo” en el que debe haber claros ganadores y vencidos. Desde una postura realista, no olvidemos que la palabra “debate” está formada con raíces latinas y significa “discusión, controversia”. Sus componentes léxicos son: el prefijo de- (dirección de arriba abajo, separación, disminución, alejamiento, privación) y battuere (golpear). La confrontación es un elemento constitutivo del debate. Pero cuidado, no confundamos debate con diatriba, la diatriba va mas allá de la confrontación o contraste, significa ‘ataque o crítica violenta’.
Intercambio y contraste
Sigamos entonces con la cuestión principal. ¿Nuestro debate ha servido como espacio de intercambio y contraste de ideas, como derecho ciudadano a un voto informado y derecho de las candidatas y el candidato para expresarse libremente frente al electorado?
El esquema del debate es por sí mismo un espacio de intercambio y contraste de ideas. Sin embargo se ha criticado por parte de expertos, comunicadores y los participantes del mismo que el formato fue ineficaz para lograr ese intercambio. Un mal manejo del tiempo, muchas preguntas y pocos espacios de verdadero diálogo entre ellos. No convenció y tendrá que ser mejorado para los siguientes ejercicios.
Por otro lado, de acuerdo con el primer reporte del Instituto Nacional Electoral, casi 13 millones de personas siguieron el primer debate presidencial 2024. Este fue retomado también por varias televisoras. El debate alcanzó en Facebook más de 7.4 millones de reproducciones; en X 536 mil 191 vistas, con 344 mil 214 espectadores.
En YouTube tuvo 823 mil visualizaciones en español; nueve mil 800 en maya; 15 mil 800 en náhuatl; 34 mil 700 en tsotsil y 164 mil 300 en Lengua de Señas Mexicana. Además, la compañía Nielsen IBOPE México reveló que la audiencia a través de televisión abierta fue de cuatro millones de espectadores. Estos estaban distribuidos en 28 ciudades del país. Esto quiere decir que el debate se convirtió en el segundo debate más visto de la historia, por detrás de uno de los encuentros de 2018. La noche del domingo 7 de abril la conversación en las redes sociales fue dominada por el debate. Para las 22:00 horas, el hashtag #DebateINE se retomó 470 mil 982 veces. El hashtag #Elecciones2024MX tuvo 24 mil 406 menciones, mientras que el hashtag #ElINEestálisto, 348 menciones, especificó el INE.
La audiencia
El Listado Nominal de México está integrado por 99,084,188 electores. Con datos preliminares es posible afirmar que aproximadamente 13% del electorado acudió a ver el debate. Prácticamente 9 de cada 10 electores no lo vieron. Habrá que investigar la razón de esta poca participación. ¿Lo consideran un derecho?, ¿Lo consideran un mecanismo efectivo para un voto informado? ¿El formato es adecuado? ¿La fecha y horario son idóneos? ¿Se convoca por los mejores medios?
El otro aspecto importante será analizar si el debate influye o no en la definición de intención del voto del elector. ¿Cambió el sentido del voto de los electores que ya antes habían decidido su voto antes del ejercicio? ¿Logró definir a los votantes indecisos? Eso lo sabremos cuando se publiquen las encuestas de opinión postdebate.
Una primera conclusión a reflexionar es que el debate cumple con la formalidad de ser un espacio de intercambio, exposición de ideas y contraste. Garantiza el derecho del electorado al voto informado y el de las personas candidatas a la libre expresión de sus propuestas en igualdad de condiciones. Pero los números son fríos: 90% de la ciudadanía no vió y no participó del debate. Nos queda a deber como ejercicio por lo menos, de la mayoría de los llamados al voto.
¿Qué falta para que este ejercicio se convierta en un mecanismo que convoque y motive a la ciudadanía para ejercer un voto informado? El formato debe configurarse para propiciar más y mejor diálogo y menos diatriba entre los participantes.
Los mensajes
Hoy vemos una exposición de mensajes inconexos por parte de los actores buscando comunicar a su segmento electoral objetivo en la lógica de la racionalidad estratégica: “convence a tu público objetivo”. Esta lógica de la estrategia electoral va a imperar en todos los casos -es natural- pero falta ritmo, veracidad, falta realismo y humanidad. Mientras los escenarios sean simulaciones de diálogo -por que claro, se ensaya hasta el cansancio- no habrá nunca una verdadera conexión con las personas a quienes se está convocando a informarse. No caigamos en el extremo o la ilusión de eliminar la técnica o la estrategia. Mejor probemos escenarios y formatos que realmente le demuestren al electorado quién es quién para gobernar, cómo serán los candidatos si llegan a ganar cuando enfrenten los grandes problemas del país.
Sigamos aprendiendo de las lecciones de la retórica aristotélica, el candidato debe cubrir el logos, que se refiere a la apelación lógica o racional en un discurso, basada en argumentos y evidencias. Los candidatos requieren mejorar su capacidad de persuadir a través de la razón y la lógica, brindando argumentos creíbles conectados con la realidad. Valoremos la verdad, sin ella no hay política de Bien Común posible. El candidato debe balancear y centrar el pathos. Este se refiere a la apelación emocional en un discurso, dirigida a los sentimientos del público para generar empatía, antiaptía o simpatía. Y, finalmente, debe concentrarse en el ethos, la apelación que se relaciona con la credibilidad, confianza y ética del lider, basada en su reputación, autoridad y carácter moral, la que influye en la persuasión del público al establecer la confianza en su discurso y su persona.
La autoridad personal
El electorado puede perdonar un error de lógica y desafortunadamente ha dejado de distinguir la realidad en el mundo de la posverdad. Pero queda el carácter, el ethos.Y el electorado no perdona una falla de carácter y de autoridad personal, de credibilidad. Los candidatos requieren construir credibilidad comprometiéndose al diálogo, hablando con la verdad y abriéndose a escuchar al otro genuinamente. Un sector de la ciudadanía quiere ver que las conclusiones aporten soluciones -en un ejercicio dialéctico- a una nueva comprensión de la verdad para resolver los problemas que a todos nos afectan.
En el debate que vimos el 7 de abril, lo que predominó fue la imposición de las racionalidades propias bajo el supuesto de que quien “gana” un debate es quien mejor posiciona su mensaje sin diálogo y bajo la lógica de que quien mejor ataca o se defiende es quien gana. Solo nuestra candidata Xóchitl Gálvez, del Frente Fuerza y Corazón por México, aportó propuestas concretas y contrastes claros reconociendo la grave realidad que vive nuestro país en materia de salud, corrupción y violencias. Llamó al diálogo a la candidata del régimen y cuestionó de frente, pero no obtuvo respuestas.
En un debate electoral, es estratégico para los equipos buscar ganadores y perdedores, pero no deben olvidar que la ciudadanía debe ser quien gane, y triunfará en la medida en la que les presentemos líderazgos realistas, comprometidos con la verdad, capaces de exponer ideas con lógica, con emoción y con autoridad.