Según Latinobarómetro (2023), Uruguay es el segundo país sudamericano con mayor satisfacción democrática, con el máximo acuerdo respecto a que «los partidos políticos funcionan bien» y de que «no puede haber democracia sin partidos políticos». Se habla mucho de Uruguay como una partidocracia: un país con una alta institucionalización y estabilidad de sus partidos políticos. Con una identificación partidaria encima de la media del contexto regional según LAPOP.
Sin embargo, la estabilidad de la democracia uruguaya no está exenta de que entre cada ciclo electoral —largos, de un quinquenio— se produzcan cambios. Los actores políticos pueden alterar su manera de enfrentar la campaña electoral para asegurar su acceso a cargos para el siguiente período. La campaña de 2024 trae una novedad para el contexto local que se ve en el resto del mundo: la incursión de la política en TikTok. O, se podría decir, la llegada de la lógica de TikTok a la política.
La esencia de TikTok
La plataforma TikTok, propiedad de la compañía china ByteDance, existe desde 2016 y empezó a ganar tracción durante la pandemia. Su formato audiovisual de corta duración y su poderoso algoritmo basado en visualización le han otorgado un crecimiento exponencial. En 2023 alcanzó 1.5 mil millones de usuarios activos, y casi el 52% tiene menos de 24 años.
En Uruguay, el último Perfil del Internauta de Grupo Radar (2023) indica que TikTok es la tercera red social más popular (Instagram y X ocupan los primeros puestos). Es también la que más crece para seguir influencers uruguayos (con un aumento de 7% respecto a 2022). Entre el público uruguayo menor de 30 años, solo es superada por Instagram en cuanto a cantidad de usuarios. Muchos de los miembros de este segmento, que pertenecen a la generación Z, votarán por primera vez en la elección de 2024.
Los Z, una generación que valora las identidades individuales y que no conoce un mundo sin internet. Nacieron entre mediados de los 90 y 2010. Las redes sociales se convirtieron para ellos en la portada de las noticias y su formato predilecto el de los videos cortos. TikTok supo captar a este segmento como plataforma de entretenimiento en primer lugar, pero su uso se expandió. Esta generación, que los estudios afirman está desencantada de la política “acartonada”, espera encontrar autenticidad en su terreno. La política, y en particular los candidatos en campaña, buscan lo que buscaron siempre: nuevas maneras para lograr lo mismo. TikTok se convierte, así, en el espacio de encuentro para ambos.

Ir al territorio
Aquí entran en juego dos factores clave que aporta la plataforma: la priorización del contenido audiovisual corto, y un poderoso algoritmo basado en inteligencia artificial, que personaliza los contenidos para cada usuario según lo que mira, lo que comparte y también lo que produce. El scroll infinito se potencia con contenidos aparentemente íntimos, con creadores que hablan directo a cámara, que utilizan los audios en tendencia y suman a la experiencia colectiva de pertenecer a algo más grande, pero que no está sobreproducido. Los nuevos votantes viven aquí: se informan, se entretienen e incluso a veces deciden sus posturas sobre los temas que dividen a la sociedad. Y es ahí que el país de la partidocracia y de los mítines tiene una decisión para tomar: cuándo y de qué manera encontrarse con esta generación en su propio ágora.
Para la política local, TikTok no es ni buena ni mala noticia sino una realidad. Las campañas mantienen sus objetivos. Pero las novedades de las redes sociales sigue sumando capítulos. La generación Z, en su gran mayoría, no buscará a los candidatos en los lugares que componen su zona de confort. Por lo que tendrán que asumir que esta es, desde ahora, otra forma de ir al territorio. Asimismo, el lenguaje propio de esta plataforma permea las demás, y afecta la campaña.
Campaña personal
Elegir entre Tini y Bizarrap, caminar por la playa en La Paloma, hacer un chivito, preparar el desayuno o controlar, junto con sus colaboradores, cuándo la cuenta llega a un número determinado de seguidores no forma parte de ninguna plataforma programática. No se relaciona con las líneas estratégicas de los partidos ni con los modelos de país que se proponen. Pero responde a una tendencia –que trasciende a esta plataforma– en la que la campaña gira alrededor del candidato, para construir una imagen simpática, confiable y auténtica. Buscan que sea atractiva no solo para los convencidos, sino para los que aún no han definido a quién elegir y qué buscan un líder.
Las cuentas de los precandidatos en TikTok parecen enfocarse en la construcción de su marca personal, en lograr presentar a la persona antes que al político. Eso implica adoptar códigos de humor y de tendencias que no siempre son cómodas. Pero empiezan a ser un componente indispensable de la campaña electoral.
¿Existe el riesgo de banalizar la campaña? El fenómeno de espectacularización o politainment no es nativo de esta red social. Vaciar las campañas de contenido no es una cuestión de plataformas solamente sino de planificación. Lo que existe, más bien, es un imperativo de ser estratégico con los mensajes y de hacer convivir las necesidades de los votantes –cercanía, autenticidad, información personal– con los propósitos de los políticos. Uno es imposible sin el otro. Es demasiado pronto para decidir si TikToks virales se traducirán en votos. Pero demasiado tarde para evadir lo inevitable: la campaña se trata de estar donde está el electorado.
La eficacia de las plataformas para generar interacción son un primer paso necesario para que el electorado escuche. Pero a partir de ahí los deberes no los puede suplir el algoritmo. Si se parte de esa premisa, se abre el potencial de hacer lo importante interesante y no la amenaza de vaciar a la política de contenido.