Donald Trump ha sido electo como el 47º presidente de los Estados Unidos: un regreso histórico al cargo. Su victoria es significativa porque es el primer presidente en ocupar el cargo tras ser condenado por un delito.
El candidato del Partido Republicano aseguró la mayoría electoral, de 270 votos del Colegio Electoral. Mientras aún se contabiliza el escrutinio en los últimos estados, Trump lleva 295 votos conquistados (51%). Supera a su contrincante del Partido Demócrata, Kamala Harris, con 226 apoyos (47,6%), que no pudo replicar los márgenes de Biden.
El republicano triunfó en Míchigan, Wisconsin, Pensilvania, Georgia y Carolina del Norte, considerados estados “bisagra” y también logró superarle en el voto popular. La contundente victoria le otorgó a los republicanos la mayoría en el Senado, con 52 senadores y 44 para los demócratas. Aún quedan cuatro por definirse. En Diputados, Trump está a un miembro de, también, alcanzar la mayoría, con 206 representantes. Harris, por su parte, alcanzó 191 y aún hay 218 sin definir.
La votación excepcional en el Congreso refuerza la confianza en su plan nacionalista y proteccionista, lo que le da pista libre para introducir su agenda y reformas. Este fue un obstáculo constante que acompañó al gobierno de Joe Biden durante su mandato.

Una lectura incorrecta
Las urnas revelaron que el descontento del electorado fue mayor al previsto por las encuestas, que en su mayoría anticipaban un resultado más ajustado. Trump supo capitalizar esta situación. A Harris le fue imposible desvincularse de la herencia de la administración de Biden, en un contexto pospandemia, con un mundo inmerso en conflictos bélicos y el recrudecimiento de la situación en Medio Oriente. Estos factores contribuyeron a la polarización de una sociedad ya fragmentada por profundas divisiones políticas y sociales, lo que terminó perjudicando aún más al campo demócrata.
Según estudios de opinión pública de Associated Press (AP), alrededor de 3 de cada 10 votantes querían un cambio total de la forma en que se gobierna el país. Más de la mitad de los votantes, en general, quería ver un cambio sustancial.
Las elecciones presidenciales en Estados Unidos (EEUU) celebradas el martes 5 de noviembre de 2024 podrían marcar el inicio de cambios profundos en la idiosincracia de la democracia más antigua del mundo.
La ola roja
La arrolladora victoria de Trump revela una realidad social que ni las figuras influyentes demócratas ni las encuestas lograron prever. Subestimaron o malinterpretaron el conjunto de condiciones, estructuras y dinámicas que configuran la vida cotidiana de los estadounidenses: aspectos económicos, culturales, políticos y ambientales que influyen en cómo las personas se relacionan entre sí, perciben su entorno y entienden su lugar en el mundo.
La bandera de la democracia y el derecho al aborto de las mujeres, que Harris defendió con énfasis durante su breve campaña electoral, no logró cautivar a los votantes. Sí triunfó en ambas costas de EEUU, donde se centralizan las élites culturales e intelectuales. Sus compromisos quedaron lejos de las preocupaciones del ciudadano común, o simplemente no resultó tan potente como los liberales estadounidenses necesitaban que fuera.

La cultura MAGA
El hecho de que las encuestas en boca de urna hayan mostrado que Trump obtuvo porcentajes significativos de votantes blancos de clase trabajadora, afroamericanos y de origen latino resalta cómo el eslogan “Make America Great Again” (MAGA), lanzado por Trump en 2016, se convirtió en un símbolo de ideas influyentes en torno al nacionalismo económico, la postura antiinmigración y una visión conservadora sobre la identidad colectiva. Este fenómeno económico (proteccionismo decimonónico), combinado con una cultura conservadora, empieza a desplazar la ideología liberal estadounidense. Es un cambio profundo en ciernes: la ideología woke, que surgió como una lucha contra el racismo, se extendió a cuestiones de género y orientación sexual. Pero también adoptó una postura intolerante hacia quienes piensan de manera diferente y promueven prácticas sociales problemáticas, como la cultura de la cancelación.
Una encuesta del Cato Institute y YouGov, citada en el libro La libertad de expresión y por qué es tan importante (Alianza Editorial, 2022), del británico Andrew Doyle, reveló que casi dos terceras partes de los estadounidenses se sienten obligados a callar sus opiniones por miedo a ofender a alguien. Y, una tercera parte, se abstiene de compartir sus opiniones políticas por temor a que, de hacerlo, se vean afectadas sus perspectivas laborales. Todo indica que los demócratas fueron fagocitados por las cuestiones culturales, lo que resultó en una pérdida tanto de votos como de participación electoral.
Por eso, es probable que estas elecciones sean recordadas como uno de los cambios políticos y culturales más significativos de la historia de EEUU.
Un titán de la política
El brutal batacazo de Trump en la arena electoral va más allá de una victoria arrolladora contra su contrincante: una experta en leyes formada en la exclusiva costa oeste de EEUU, fiscal y senadora antes de convertirse en vicepresidenta, cuando sacó al líder republicano de la Casa Blanca hace casi cuatro años. En realidad, un Trump herido por los graves casos legales que enfrenta, luchó en solitario contra el establishment de Washington, que lo desafió en diversos frentes. Y, por si fuera poco, enfrentó dos intentos de asesinato durante la campaña.
A pesar de todo, derrotó con comodidad a Kamala Harris, que terminó representando lo mismo que Hillary Clinton en su momento de derrota. Un voto a Trump significó un rechazo profundo a la dirigencia tradicional, responsable de moldear la vida política desde la pos Guerra Fría. Quizás el Trump de hoy termine por sepultar el mundo inaugurado por el presidente Bill Clinton, así como las instituciones multilaterales como la Organización Mundial de Comercio (OMC), que extendieron la alfombra roja al régimen chino de capitalismo de Estado.
La estrategia de demonizar a Trump por sus causas judiciales, su prédica contra los inmigrantes ilegales y la construcción de un relato de “fake news” no escandalizó a nadie. Pues los antecedentes del candidato eran bien conocidos. Como un superhéroe de ficción, lo que aparentemente lo debilitaba, al final, lo fortaleció. Incluso hasta la insurrección en el Capitolio, pudiendo levantar un muro multirracial de votantes en las urnas.
La trampa de los valores
Los demócratas, en estas horas, parecen estar grogui tras la paliza electoral. La posibilidad de elegir a una mujer presidenta, perteneciente a una minoría racial, entusiasmó al principio de su candidatura. Pero no terminó siendo un factor decisivo entre las votantes. Solo alrededor de 1 de cada 10 votantes mencionó que el hecho de que Harris fuera la primera mujer presidenta era el factor más importante en su voto. Aproximadamente una cuarta parte consideró que, si bien era importante, no era el factor determinante.
Además del error de suponer que la defensa de los valores democráticos cautivaría a los electores, y de confiar en que las urnas reflejarían simpatía por el estado de bienestar de Biden o la gigantesca inversión en infraestructura, no se dieron cuenta a tiempo de que los votantes, en lugar de centrarse en las mejoras de carreteras, puentes y puertos del país, se quejarían por los precios de los supermercados, comparándolos con los de la era Trump. Alrededor de 9 de cada 10 votantes estaban muy o algo preocupados por el costo de los alimentos, y alrededor de 8 de cada 10 estaban preocupados por los costos de atención médica, los costos de vivienda o el costo de la gasolina, según la encuesta de AP.
Estos aspectos económicos, que reflejan en parte la percepción de rezago en sectores significativos de la población, incluye a herederos o víctimas directas de quienes se consideran perdedores de la globalización. No parecen reconocer el poder económico actual de EEUU. Tanto en comparación consigo mismo como con China o las potencias europeas. De esta interpretación de la realidad surge la ira ciudadana que abraza el modelo proteccionista del estilo Trump.