Kanye West: celebridad y democracia

El famoso artista musical norteamericano ha anunciado su candidatura presidencial al margen del sistema de partidos. Ya sea genuino interés […]
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5 Ago, 2020
Ilustración: Guillermo Tell Aveledo

Articulo original en español. Traducción realizada por inteligencia artificial.

El famoso artista musical norteamericano ha anunciado su candidatura presidencial al margen del sistema de partidos. Ya sea genuino interés cívico o ardid publicitario, refleja rasgos del estado global de la democracia.

Una de las grandes preocupaciones de los autores clásicos con respecto a la democracia era el peligro de que esta fuese sometida por demagogos, que agitasen sus pasiones y aprovechasen las carencias del populacho; este pensamiento emerge frecuentemente, aun cuando en nuestra era democrática está mayormente desacreditado.

Lo cierto es que, sin aristocracias naturales o tradicionales, la cultura de masas —ante la que tantas advertencias hacían los críticos elitistas de comienzos del siglo XX— produce un nuevo tipo de sector superior. La clase política profesional, que no puede reclamar para sí salvo sobre la base de sus virtudes y gestión ningún tipo de estatus, se ve apabullada por la cultura de la celebridad: desde artistas y atletas, cuyos talentos nos deslumbran, hasta jet-setters, socialités y una miríada de opinadores y tertulianos, cuya fama nos es incomprensible, son seguidos por esa combinación de periodismo y entretenimiento expandida por décadas. Las celebridades son nuestra nueva aristocracia, y al uso de los viejos reyes taumaturgos, se les pide que hagan milagros en la opinión. El mercadeo publicitario es acicate del mercadeo político: primero, politizando sus talentos, buscándolos como voceros deslumbrantes de campañas, causas y candidaturas; luego, viendo a esas celebridades como agentes directos de poder, por el cual compiten.

En los Estados Unidos de América, la democracia liberal más longeva e influyente, la presencia de celebridades en la política es notoria. Desde el tiempo en que la cultura de masas propagaba mensajes de propaganda a favor de la democracia, hasta la entrada al servicio público de muchos artistas: figuras como por ejemplo el cantante Sonny Bono, el luchador Jesse Ventura y los actores Shirley Temple y Clint Eastwood alcanzaron posiciones como congresistas, diplomáticos y gobernantes locales. El caso paradigmático, sin embargo, es el de Ronald Reagan, quien pasó de figura sindical entre los actores de Hollywood en los cuarenta, a promotor del anticomunismo en los cincuenta y eventualmente a gobernador de California en 1966, iniciando una carrera política real que culminaría con una influyente presidencia de su país en dos períodos. El ascenso de Donald Trump, empresario, figura de crónica social y personalidad de la reality TV, solo tiene como anomalía lo súbito de su auge y su carácter antisistema.

Con eso, el anuncio de la candidatura presidencial del artista de hip-hop, diseñador y empresario Kanye West debe tomarse con debida atención. West no es un mero excéntrico: así como hace cinco años una figura del espectáculo estaba derrumbando las nociones preconcebidas de todos los expertos en la política, hoy una personalidad tan audaz, impredecible, irresponsable podría ser igualmente efectiva en obtener, si no los votos suficientes, la atención de medios tradicionales y alternativos.

Biden Vs. Trump

Biden Vs. Trump. Fuente: El CEO

El atractivo de West es evidente: es un músico extraordinariamente popular e indudablemente talentoso, con récords de ventas y millones de seguidores en sus redes sociales, y quien tiene años de controversias y opiniones absolutas. West atraviesa, intersectorialmente, varias de las identidades que van definiendo la democracia norteamericana de hoy: vehemente denunciante del Partido Republicano —a los Bush «no les importaban las vidas negras», dijo ante los efectos del huracán Katrina—; no dudó en apoyar el primer tramo de la presidencia de Donald Trump con todo y su bagaje; afroamericano, expresa críticas ante la aquiescencia de sus ancestros ante la esclavitud, y la conexión presunta de la mayoría del voto de ese sector hacia el Partido Demócrata; cristiano evangélico, no solo invoca esa presencia trascendental en las letras de sus canciones, sino que se planta en un punto de vista conservador de las discusiones sociales y sexuales contemporáneas; millonario, es una historia de éxito para multitudes. Esto, aun sin tomar en cuenta el frágil estatus de su célebre matrimonio con Kim Kardashian —quien a su vez ha hecho uso de su fama y fortuna para la promoción de causas como los fondos de defensa para presidiarios o el reclamo sobre el genocidio armenio—, o su propia condición de salud, suma a la frustración política con su figura contradictoria.

Pero esta contradicción tiene límites: la suya está planteada como una candidatura de denuncia al sistema político, de rechazo al statu quo que hoy parece más atado a la política convencional de los demócratas que a los llamamientos del líder actual del Partido Republicano. En su más reciente video musical, Wash Us in the Blood, denuncia cómo ningún partido del estatus ha atendido a la población afroamericana, que se siente decepcionada por el estancamiento de sus vidas. Esto es más acusado contra el Partido Demócrata, al cual al menos cuatro generaciones de afroamericanos han votado fielmente. Es la misma razón por la cual Hillary Clinton perdió el apoyo de los obreros desafectados del medio oeste, sobre los cuales descansó la victoria de Trump en el colegio electoral en 2016.

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Aunque West haya retirado con su eventual candidatura un apoyo a Trump, aún lo considera una especie de alma gemela, de espíritu de dragón, minimizando al contrincante demócrata Joe Biden. Sumado esto a su evidente conflicto de intereses frente a la administración en Washington (su empresa Yeezy ha recibido subsidios estatales sin ser proveedora de servicios esenciales durante la pandemia) y a su habitual práctica de aprovechar coyunturas para aumentar su exposición pública y lucrarse con ello, ha aumentado las sospechas de que se trata de un mero ardid, entre los más benevolentes, o de un modo de desviar a potenciales votantes opositores para apuntalar al presidente. Con todo, la candidatura de West no parece viable, al no tener plataforma partidista ni haber podido inscribirse como candidato en múltiples estados de la Unión. Pero sigue insistiendo en aparecer pese a su propia ambivalencia con la elección, recibiendo apoyos que no se sabe si son irónicos o desinteresados, como el de su eventual nominado a la vicepresidencia, el magnate de la tecnología Elon Musk.

Las carencias de la candidatura de West no son lo más relevante, sino el que su mera posibilidad no haya pasado de lo anecdótico, lo que demuestra que hay un nuevo riesgo en las democracias de Occidente. Los políticos ordinarios aparecen demasiado lejanos, elitistas o incluso ordinarios, y se les busca reemplazar por estas figuras sin sustento. Los políticos, aconsejados por algunos gurúes de la comunicación, hacen de sus vidas un experimento en hiperrealismo mediático, entregando su vida privada, sus gustos, al escrutinio público, mientras las deliberaciones y decisiones sobre asuntos públicos se hacen más opacos. Si a eso le sumamos la crisis de eficacia social de la democracia contemporánea, no es impensable que la amenaza de la demagogia tenga ese nuevo cariz, y las discusiones sobre el populismo actual tienen que tomarlo en cuenta.

La cultura de la celebridad es peligrosa para la democracia. No solo porque una elite no profesional ni preparada llegue al poder —ya vemos las consecuencias de ello—, sino porque entre las celebridades y el público se establecen relaciones de fanatismo que cuando tienen éxito sobrepasan los controles del escrutinio político y mediático, acabando con los matices que son esenciales a una sociedad deliberativa, y que cuando fracasan acentúan la fragilidad de la legitimidad democrática, en sí misma vulnerable. Es deber de los demócratas rescatar el prestigio de la acción pública, poniendo a la virtud cívica, y no a la mera celebridad, como el foco de nuestra vida política.

Guillermo Tell Aveledo Coll

Doctor en ciencias políticas. Decano de Estudios Jurídicos y Políticos, y profesor en Estudios Políticos de la Universidad Metropolitana de Caracas.

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