Desde afuera, un analista de los últimos años veinte años del Perú podría decir que Pedro Castillo, el candidato que hoy lidera la intención de voto a la presidencia, es un personaje de fábula. Se presenta a todos sus encuentros públicos con una camisa blanca de puños rojos, un sombrero de ala ancha y un lápiz, el símbolo del partido por el cual es candidato.
Montado un par de cuadras sobre una yegua inquieta que debió ser sujetada para evitar que lo expulsara, Castillo votó en primera vuelta en Cajamarca, ubicada en la sierra norte del Perú. Esta región, cuyas principales actividades económicas son la agricultura y la minería, vive en carne propia la dicotomía entre dos de las actividades productivas más lucrativas del país. Una dicotomía que, a su vez, es la raíz de muchos conflictos sociales por las condiciones desiguales en las que se dan y que Castillo está aprovechando en su discurso.
Cajamarca, la región más pobre
Castillo nació en esa región hace 51 años, en el distrito de Tocabamba, provincia de Chota, donde recientemente también ocurrió un accidentado debate, a pedido suyo, contra su rival Keiko Fujimori, de Fuerza Popular. De ella sabemos todos los detalles de su vida pública y privada: es la hija y ex primera dama de Alberto Fujimori, un expresidente preso por los delitos cometidos en su gestión. De Castillo sabemos bastante menos.
Por ejemplo, sabemos que en Cajamarca, la región más pobre del país, formó parte de las rondas campesinas, una organización comunal de defensa, que imparte justicia popular. Las rondas suelen resolver las discrepancias entre miembros de la comunidad, como pequeños hurtos o infidelidades, con castigos físicos que sirven de escarmiento como latigazos o azotes en público.
El profesor detrás de la crisis de un gabinete
Castillo es magíster en Psicología Educativa por la Universidad César Vallejo, de donde también obtuvo su título de bachiller en Educación. Ejerce desde el 1995 como profesor del sistema público escolar en Cajamarca, donde también es líder sindical del SUTEP, asociado a liderazgos de izquierda. Lo cierto es que los malos resultados colocan al Perú entre los peores desempeños del mundo en todas categorías de la prueba PISA de calidad educativa.
En el 2017, Pedro Castillo ganó notoriedad cuando lideró una huelga de profesores de más de 75 días en contra de la gestión de la entonces ministra de Educación Marilú Martens. El motivo de la huelga era el pedido de un aumento de sueldo a los profesores prometido por el Gobierno. Sin embargo, las paralizaciones coincidieron con el intento del magisterio por querer implementar dos reformas importantes postergadas por sus predecesores. La primera, una política educativa trasversal basada en la equidad de género. La segunda, la depuración de docentes que no lograran aprobar por tercera vez la evaluación para comprobar su aptitud para dar clases en el aula, incluso luego de haber recibido una serie de capacitaciones. Los docentes liderados por Castillo pretendían que luego de desaprobar sus evaluaciones tres veces pudieran permanecer en sus puestos de trabajo.
En el contexto de la huelga, el entonces ministro del Interior Carlos Basombrío denunció los vínculos de Castillo con el Comité Nacional de Reorientación del SUTEP (CONARE-SUTEP). Según la policía, este comité está relacionado con el MOVADEF, rama civil del grupo terrorista Sendero Luminoso, cuyo líder Abimael Guzmán se encuentra sentenciado a cadena perpetua por crímenes de terrorismo contra el Estado.

Coqueteando con la política
Curiosamente, desde ese entonces Castillo mostraba las principales características de su liderazgo al país. Se presentó ante el Ejecutivo como el vocero autorizado del magisterio y dejó de lado a los demás líderes sindicalistas en las negociaciones. Incluso, llegó a aliarse con Fuerza Popular, el partido político de su actual contrincante a la presidencia, desestabilizando aún más la gestión de la ministra de Educación Marilú Martens. La crisis terminó con la censura del gabinete del entonces presidente del Consejo de Ministros, Fernando Zavala, y todo el equipo que conformaba el liderazgo en el Ejecutivo debió ser cambiado.
El interés de Castillo por la política data de 2005, cuando integró el Comité de Cajamarca del centrista partido Perú Posible, liderado por el expresidente Alejandro Toledo. Esta vez postula a la presidencia por el partido Perú Libre, autodefinido de izquierda marxista, leninista y maoísta. El fundador del partido, Vladimir Cerrón, un neurocirujano vuelto político luego de viajar a Cuba, se encuentra impedido de postular a un cargo público por tener una sentencia por corrupción. Cerrón, fue gobernador regional de Junín, gestión por la que fue condenado, y quiere replicar el modelo cubano a través de un cambio de constitución que no necesariamente vaya por «la vía congresal», aunque todo cambio democrático en la constitución del Perú requiere la aprobación del Congreso de la República.
Los fantasmas que juegan en contra
Muchos intentan romantizar la imagen de Castillo como el profesor de escuela que representa la reforma del campo a la ciudad y encarna a las voces más pobres del país. Ciertamente, su aprobación es más fuerte en los sectores rurales y fuera de Lima. Pero para los peruanos, Pedro Castillo es una figura mucho más familiar de lo que inicialmente se creía y por eso su presencia ha desatado una polarización que ha dividido al país.
Lo cierto es que Pedro Castillo pasó como líder a la segunda vuelta con el porcentaje de votos (17 %) más bajo de los candidatos que han llegado a esta instancia en la historia electoral reciente. La asociación de su candidatura con el radicalismo de izquierda ha hecho que el rechazo a su candidatura comience a acercarse al nivel del antifujimorismo, que ha definido las elecciones los últimos veinte años.
Su candidatura pareciera ser la tormenta perfecta para Keiko Fujimori, ya que la mayoría de los analistas políticos coinciden que, en efecto, es el único candidato frente al cual tiene posibilidades de ganar. La distancia de 20 puntos que sostenía hace una semana empieza a acortarse: ahora solo se llevan 9 puntos, según la última encuesta de Ipsos.
Su discurso, sin embargo, empieza a variar. Intentó recientemente hacer un deslinde con el fundador de su partido, algo que ha probado ser más difícil de lo que pensaba. A la actitud de «el candidato soy yo» de Castillo, Cerrón respondió que si eso se concreta gobernará sin una bancada en el Congreso. También ha intentado desvincularse directamente de las etiquetas de comunista, chavista, terrorista, pero insiste en políticas como prohibir importaciones y nacionalizar empresas, todas medidas que aún no ha aclarado y que podrían explicar su aversión por debatir, ya que ha rechazado todos los encuentros propuestos por las autoridades electorales.
Lo cierto es que mientras menos información dé sobre sí mismo, sus propuestas o quienes conforman su equipo técnico, los peruanos y el mundo llenan esos espacios con lo que quieren ver. Mientras algunos ven al representante de los más pobres y olvidados por la clase política, otros ven los fantasmas de la izquierda radical en América Latina. El tiempo dirá a qué imagen Castillo se termina de parecer.
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