Alemania en el verano de 2023. El clima social amenaza con envenenarse. En los programas de entrevistas vespertinos, expresiones como martillo calefactor ahora se analizan desde la izquierda y todo lo que no corresponde a la corriente principal se etiqueta como derechista y malvado.
Cada vez más ciudadanos se retiran en silencio. En conversaciones con la ciudadanía, a menudo escucho: «Pero yo no diría eso en voz alta». ¿Y los políticos? Evaden cada vez más el riesgo de un linchamiento digital, pasan cada palabra por el escáner de lo políticamente correcto y prefieren permanecer en la comodidad de la campana de «Me gusta» en Instagram.
Esta mezcla altamente tóxica de moralización, corrección política y control del lenguaje está alimentando una polarización cada vez mayor. Se forman campos que se enfrentan en forma irreconciliable e irrespetuosa. Con demasiada frecuencia, aquellos que piensan diferente se convierten en oponentes que deben ser destruidos. Aunque sea difícil de admitir: estamos en camino a los estándares estadounidenses. ¿Qué tiene eso que ver con ser conservador? Mucho. Pero una cosa a la vez.
Conservador moderno
Me calificaría a mí mismo como conservador, como conservador moderno. Para mí, el foco está en las personas, no en el colectivo y el Estado. El Estado está allí para la gente, no al revés. Cada persona es única, libre y autodeterminada. Las normas y valores socialmente establecidos regulan la buena convivencia de los individuos. Los valores cristianos como el respeto y la responsabilidad me dan la confianza para construir sobre sabias decisiones individuales. Este optimismo me protege de un estado de ánimo apocalíptico y de pretensiones absolutas. Me da la serenidad necesaria para no subirme en cada ola de indignación propia del espíritu de la época y no de pretender resolver cada problema con el dinero de los contribuyentes.
Me opongo a los intentos de clasificar a las personas según sus características y asignarles diferente valor. Rechazo una política ideológica que cree saberlo todo, ser siempre moralmente correcta y que cree poder imponer las decisiones a los golpes.
Quiero vivir en un país donde tomemos a las personas como son y no como deberían ser. En regla general, las personas actúan en su propio interés y no en interés de un objetivo más elevado fijado por los políticos. De acuerdo con esto, la buena política establece los incentivos de tal manera que la búsqueda de los propios intereses conduzca al mismo tiempo a la meta socialmente deseada. Para la política climática, por ejemplo, esto significa que la mejor y más barata forma de lograr el objetivo es poner un precio a la emisión de gases de efecto invernadero. Regulaciones y prohibiciones a pequeña escala, tal como las prevé el Gobierno actual (coalición llamada semáforo, por los colores que remiten a los tres partidos que la integran), no solo son costosas e ineficientes, sino que a su vez conducen a espirales de intervención.
Intervenir desde el Estado
Las espirales de intervención implican que una primera medida política conduce a más intervenciones si la primera medida no funciona como se esperaba o si tiene efectos secundarios no deseados. El ejemplo más actual es el precio de la electricidad industrial planificado, que pretende amortiguar los efectos secundarios no deseados de las medidas de política energética pasadas (éxodo de la industria al exterior). Al final de la espiral de intervención, a menudo hay llamamientos morales bastante impotentes de los actores políticos, pidiendo a la gente que se comporte de una manera que se adapte a las medidas políticas. Pensemos en los diversos consejos respecto al ahorro y al tiempo de ducha que dan los políticos del Partido Verde en vista a las altas tasas de inflación y la escasez de energía.
Volví a tomar conciencia de esta importante conexión recientemente, cuando me reuní con la comisión política y programática en Cadenabbia. Realizamos un retiro de casi tres días en la residencia de verano de nuestro primer canciller federal en el Lago de Como. Cuando estábamos al final de las deliberaciones, en la legendaria cancha de bochas de Adenauer, tuve que pensar en su afirmación: «Toma a las personas como son, no hay otras». Hace décadas, Konrad Adenauer definió con precisión, a su manera, lo que constituye una política conservadora.
Conclusión: Los intentos de reeducación, conceptos políticos que van en contra de los deseos e intenciones de las personas, fracasan. Alejan a la gente de la política. Más aún: estos intentos conducen a las tensiones sociales descritas anteriormente, como las que estamos viviendo actualmente. Dividen a las personas en grupos, en buenos y malos, veganos y carnívoros, en personas que utilizan el lenguaje inclusivo y los que no lo hacen.
Solucionadores y no moralizadores
Mi experiencia como miembro del Bundestag y representante del distrito electoral es que los ciudadanos quieren solucionadores de problemas y no moralizadores. Quieren energía asequible y no ideología. Quieren más policía en la calle y no policía del lenguaje. Y quieren mejor educación, no reeducación. No quieren un giro a la derecha sino el Estado de derecho. No quieren desorden, quieren orden dentro de los límites. Y quieren un Estado de bienestar que promueva y exija. Todo aquel que pueda trabajar debe hacerlo. Tienen derecho a él quienes pagando sus impuestos hacen posible el Estado de bienestar. Todas estas cuestiones, por nombrar algunas, se desvanecen en el curso de las disputas dentro de la coalición de gobierno y la excitación virtual en tiempos de Twitter y compañía. Esto, a su vez, es agua para el molino de los partidos de protesta.
Los conservadores, por otro lado, miden las políticas en función de sus resultados. No se conforman solo con buenas intenciones. Siguen una ética de la responsabilidad, no una ética de la convicción. La ética de la responsabilidad parte del resultado. Para mí, esta es la barrera de seguridad de la política, que debe preservarse y no sacrificarse al espíritu de la época (Zeitgeist). Especialmente porque el espíritu de la época a menudo está caracterizado por minorías ruidosas y hay una mayoría silenciosa a la que no representa.
Garantizar de manera sobria y objetiva que el Estado cumpla con sus tareas centrales; para mí, eso es política conservadora en el sentido más propio. El desafío inmediato es sopesar inteligentemente si es realmente tarea del Estado resolver un problema o si son las personas las que pueden encontrar las soluciones correctas bajo su propia responsabilidad. Konrad Adenauer definió una vez el propósito del Estado como «despertar, reunir, nutrir y proteger las fuerzas creativas del pueblo». Si nos tomamos esto a pecho, creo que el objetivo de la política conservadora, es decir, preservar lo que es bueno y dar forma al cambio necesario, se cumplirá automáticamente.
Artículo publicado originalmente en «Die Welt» el 3 de julio de 2023.
Traducción: Manfred Steffen, oficina KAS en Montevideo (versión no oficial)
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